En los albores de 1.915 el Superior General de los claretianos, Padre Martín Alsina, comunicaba al Provincial de Cataluña, P. Mariano Fernández, la siguiente determinación:
– “Pienso enviar a Colombia al P. Ezequiel Villarroya como Superior de las Comunidades que allí tenemos”.
La reacción del P. Mariano fue instantánea:
-” Por favor, Padre General, quíteme cinco; pero no me quite al P. Villarroya”.
La respuesta fue también instantánea: -“Precisamente por eso se lo quito. Porque necesito en Colombia uno que valga por cinco”.
Llegados los Claretianos a Colombia en 1.909 había ya ocho comunidades y en los albores de 1.915 se iniciaba la Cuasi-Provincia. Superior, el P. Ezequiel Villarroya y consultor primero el P. Antonio Pueyo, dos años más tarde Obispo de Pasto.
Itinerario Biográfico
Fue español y aragonés; sacerdote y claretiano. Cuatro títulos que lo marcaron indeleblemente, que ayudan a definirlo y que lució con ejemplaridad.
Nació en Vilal de Miravete de la Sierra, de la provincia de Teruel, el 8 de Julio de 1.877. Su hogar, auténticamente cristiano. Años adelante recordaba que su padre don Miguel era lector asiduo de los libros ascéticos de Granada, Nieremberg y Claret. En una misión que dio en su pueblo el P. Armengol Coll, más tarde Obispo y Vicario Apostólico de Fernando Poo, en donde murió con fama de santo, puso los ojos en Ezequiel y lo invitó a matricularse en el seminario que los Hijos del Corazón de María tenían en Alagón, pueblo cercano a Zaragoza. Allá se fue en Junio de 1.890.
Los estudios superiores de la carrera eclesiástica los cursó con solidez y brillantez en Cervera, en el edificio de la antigua y famosa universidad de Cataluña y en Santo Domingo de la Calzada, por las tierras famosas de la Rioja.
Del día de su ordenación sacerdotal, recibida en esta ciudad el 5 de Julio de 1.903, quedan dos oraciones ofrecidas en acto de consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Rezuman sinceridad y fervor.
En sus primeras andanzas de misionero llegó a la población de Camarillas a predicar el panegírico de Nuestra Señora del Campo. Iniciaba así su tarea de predicador en la que rayó muy alto por su elocuencia, por su doctrina, por su fervor. La familia, que no lo había visto hacía más de 15 años, se trasladó a Camarillas para tener la dicha de oírlo y de recibir de sus manos la comunión. ¿Frutos? Su hermana llamada Encarnación, más que por las conversaciones con su hermano Ezequiel, por el ejemplo de su virtud tan amable y humana, decidió abrazar la vida religiosa y entró en la Congregación de las Adoratrices, religiosas que más tarde se establecieron en Colombia en gran parte por diligencias del P. Villarroya.
No fue la predicación su faena más practicada durante su permanencia en la patria. Había en el P. Villarroya un conjunto de cualidades que lo indicaban para la tarea educativa y formadora. Densa espiritualidad religiosa y claretiana, amplia cultura eclesiástica, conocimientos de ascética y pedagogía, bondad y simpatía de trato, y un cierto optimismo natural que lo tornaban agradable a los jóvenes. El P. Villarroya fue superior y prefecto espiritual y disciplinar de los seminaristas claretianos en Cervera, Barbastro y Alagón.
Contaba, cuando llegó a nuestro país, 38 años de vida y 12 de sacerdocio.
A Colombia le dedicó 19, que, según decía, se le fueron como un soplo.
Y para Italia o Roma le quedaron 11.
Durante este primer período de su mando, 1.915 – 1.923, fueron fundadas las siguientes casas:
– Colegio Nacional de San Luis Gonzaga que, estando el P. Villarroya de visita en el Chocó, aceptó el P. Pueyo por presiones del Señor Arzobispo Herrera Restrepo y presumiendo que el Gobierno General lo aceptaría. No sucedió así en primera instancia y ello acarreó disgustos graves al P. Villarroya, que dio sus explicaciones en ponderada carta de 16 de Marzo de 1.916.
Aprobada finalmente su aceptación, el Colegio de San Luis cobró prestigio en todo el país y en 1.936 hubo de ser entregado al Gobierno Liberal de esa época, que lo reclamó con urgencia, tal como lo hizo con otros colegios nacionales de Ocaña, Bucaramanga, Bogotá, regidos por comunidades religiosas.
– Casa y parroquia de Pereira, en 1.917.
– Casa y Parroquia de El Líbano, entregada por Mons. Ismael Perdomo, Obispo de Ibagué por tiempo indefinido y que ya en 1.929, según carta del P. Villarroya de 25 de Julio de 1.929 al P. Felipe Maroto, empezaba a reclamar agriamente Mons. Pedro M. Rodríguez, que al fin logró hacerse con ella en 1.942, el mismo 16 de Abril en que comenzaba su vida la parroquia del Corazón de Jesús del Voto Nacional de Bogotá.
– Se proyectó también a la fundación del seminario claretiano de Bosa, idea muy grata al Superior General P. Alsina y al P. Villarroya, que sobre ella habla en carta de 11 de Mayo de 1.921 al P. Antonio Naval y que efectivamente se inauguró el 8 de Septiembre de 1.923, cuando ya el P. Villarroya había cesado en el cargo. Fue su gran ilusión y su gran cariño, realizado contra vientos y marejadas de contrarias opiniones.
De 1.923 a 1.926 desempeñó el cargo de superior local de Bogotá juntamente con el de Consultor Primero Provincial. En 1.926 pasó al Colegio de Bosa como Superior y Maestro de Novicios. Cuando desempeñaba este doble cargo le sorprendió en 1.929 el nombramiento de Superior Provincial. En este cargo permaneció hasta el Capítulo General en 1.934, del cual ya no regresó a su amada Provincia de Colombia por haber sido elevado a Consultor Segundo General de la Congregación, con residencia en Roma.
Tocó al P. Villarroya formar la primera promoción de claretianos de Colombia, que ha reconocido ese magisterio como una especial dádiva de la Provincia.
El P. Villarroya amó a ese primer grupo juvenil colombiano y a veces no se recataba de encomiarlo con ese optimismo que lo distinguió en vida.
Entre sus alumnos espirituales él recordaba con especial cariño al futuro mártir, Jesús Aníbal Gómez, quien por cierto en una de sus cartas desde España añoraba la dirección paternal y comprensiva del P. Villarroya.
Siendo el Señor Gómez estudiante de Primero de Filosofía, antes de hacer el Noviciado, el P. Villarroya decía algún día al tercer grupo de Novicios: “Aquel que viene allí no anda muy lejos de San Gabriel de la Dolorosa…!».
Y cuando murió fusilado en la estación ferroviaria de Fernán Caballero decía: «El angelito que se nos fue para el cielo!…»
Durante este segundo período de su mando, 1.924-1.934, fue fundado en 1.931 en Zipaquirá el Colegio Mayor o Escolasticado de «El Cedro», al que fueron trasladados los estudiantes, que habían cursado hasta entonces en el Colegio de Bosa.
Por esos Caminos de Colombia
El oficio o servicio de Superior Provincial, en aquellos tiempos, tenía todas las dificultades que se levantan siempre para gobernar personas y aun candidatos a la santidad, y además las que surgían de los atrasos técnicos, de los caminos, de las hospederías, de los viajes interminables. Por todo ello hubo de pasar el P. Villarroya quien lo tomaba todo como normal y corriente gracias a su optimismo y a su espíritu de mortificación. Recuerdo que, al leer alguna vez en Roma unos relatos sobre la vida misionera del Chocó, escritos por el P. Ángel Canals con cierto sentido pintoresco y caricaturesco, observaba el Padre Villarroya: «En esas tierras del Chocó y entre sus gentes hay cosas buenísimas que enseñan y edifican. Yo guardo muy buenos recuerdos de mis viajes por Chocó…»
En carta de 21 de Agosto de 1.918 dirigida desde Bogotá al P. Alsina, Superior General de los Misioneros Cordimarianos, le daba cuenta minuciosa de las comunidades visitadas y de lo que en sus miembros había detectado en cuanto a observancia religiosa.
Hablando de la comunidad de Istmina, dice: «A la vuelta de Pasto (en donde había estado visitando a Monseñor Pueyo, según parece con una comisión de la Nunciatura) me dirigí a Tumaco; puerto situado en una isla del Pacífico, empleando en este trayecto seis días a caballo y dos en vapor. En este puerto permanecí 15 días esperando la llegada del vapor inglés Jamaica en el cual me trasladé a Buenaventura para tomar allí otro vapor costanero que me introdujo en el Chocó por las bocas del Río San Juan. En cuatro días a vapor desde Tumaco a Neguá, puerto del San Juan, y dos días en canoa remontando el río, llegué a Istmina donde encontré a todos nuestros hermanos, menos al R.P. Vilar que hacía dos meses estaba evangelizando las inhospitalarias costas del Pacífico y las vertientes de la cordillera del Baudó».
Aparece en esta cita el superior andariego que lleva su palabra de luz y de aliento a las comunidades que le están confiadas. En otra de sus cartas aparece también el misionero andariego que lleva el mensaje de Dios a los pueblos de Colombia. «Aquí todo el año es tiempo de misiones, -decía en su crónica de Bogotá, publicada en Anales de Junio de 1.925. “Se dan en las ciudades, en los pueblos y en los campos o veredas, que son lugares muy poblados de haciendas y casitas, cuyos moradores se reúnen en un punto central para asistir a los ejercicios de la misión».
Parte interesante sobre manera de esta crónica es el relato de la misión en Agua de Dios, dada en Julio de 1.923 por los Padres Francisco Sanz, Nicolás Medrano y Ezequiel Villarroya. «Se terminaba la misión el día de Nuestra Señora del Carmen. La víspera fue el día de más trabajo, porque tuvimos que ir a confesar a los enfermos que por lo avanzado del mal no podían abandonar sus viviendas, situadas no pocas en las colinas aledañas a la población”.
“¡Qué compasión causaban estos desdichados! Tendidos en míseros camastros, horriblemente desfigurado el rostro, privados de las extremidades que acaban en un muñón deforme y despidiendo un hedor insoportable, llevan meses y meses de interminable agonía. Todos se confesaron muy devotamente y no acababan de dar gracias a los padrecitos que iban a visitarlos y a llevarles la paz del Señor. A la mañana siguiente, por todos los caminos resonaba la campanilla del Santísimo que anunciaba la visita de Jesús Sacramentado a sus queridos hijos los leprosos. Cuatro sacerdotes, rodeados de numeroso grupo de personas devotas, estuvimos hasta cerca del medio día, repartiendo la sagrada comunión a los impedidos, siguiendo unas veces estrechos senderos sombreados por floridas acacias y trepando otras veces a las colinas descarnadas por caminos arenosos y calcinados, envueltos en los encendidos rayos de un sol implacable».
En Septiembre de 1.946 misionaron de nuevo en Agua de Dios los Padres Romualdo Camarasa y Francisco Martín y hallaron aún en muchos corazones el recuerdo del P. Villarroya.
Los conventos de religiosas se juzgaban muy bendecidos por Dios cuando lo podían tener como director de los ejercicios anuales. Y no es que abundase en cosas peregrinas: insistía sobre los deberes religiosos, sobre la piedad, sobre el amor a Jesucristo, sobre la devoción a María; pero tal unción ponía en sus palabras, tan apropiadas para el auditorio, que no se podía pedir más. La misma unción, el mismo interés, igual fervor cuando dirigía la palabra a sus misioneros: siempre se le escuchaba con veneración y con gran fruto. Sus predicaciones, para decirlo en breve, eran «de primera».
Trabajando por su Congregación
Desde que el Padre Antonio Pueyo llegó a Bogotá en 1.912 comenzó a pensar en el establecimiento de un seminario para vocaciones claretianas de Colombia y así lo fue exponiendo en diversas cartas dirigidas al Superior General P. Martín Alsina. Alegaba el ejemplo de los Padres Jesuitas y de religiosos de Órdenes antiguas en gran parte nacionales. Y pensaba fundarlo en la población antioqueña de Valparaíso, de cuyo clima y pobladores había oído grandes alabanzas.
De sus entusiasmos participó a las primeras de cambio el P. Villarroya, quien, acompañando al Superior General P. Martín Alsina, recorrió a caballo los campos de Bosa, cerca de Bogotá, para escoger el sitio más adecuado, el mismo que hoy ocupa el espacioso edificio, no ya seminario sino Colegio. El 8 de Diciembre de 1.921 Mons. Leonidas Medina, obispo Auxiliar de Bogotá, bendijo la primera piedra. El 8 de Septiembre de 1.923, Natividad de Nuestra Señora, nacía también el seminario con la presencia de los primeros alumnos, procedentes de Cundinamarca y Antioquia. Inaugurándolo, decía el P. Pedro Díaz, primer provincial, la misma frase con la que el P. Claret inició la Congregación: «Hoy comienza una grande obra».
A esa fecha llegaba secundado por pocos, criticado por muchos, desaconsejado por quienes ciegos ante una realidad, dudaban que en estas tierras del trópico hubiese materia prima para religiosos.
Los mejores amigos se pusieron a disposición del Padre para costear becas y allegar recursos. ¡Cuántas veces le vimos entrar por las puertas del colegio acompañado de esos sinceros y óptimos bienhechores! Un día el amplio dormitorio de los postulantes reflejó luces multicolores. ¿Qué había sucedido? Había llegado el auto de los señores Uribe Urdaneta. En medio del Doctor Marcelino Uribe Arango y de su digna esposa, doña Susana, aparecía el P. Villarroya, gentilísimo y sonriente; detrás de ellos, otros miembros de la familia; por la portería entraron algunos bultos y varias cajas.
Contenían juegos para los Postulantes, aparatos de gimnástica, balones, sombreros y mantas multicolores de lana, que extendidas luego sobre las camas tornaron multicolor el dormitorio soleado… ¡En el colegio había fiesta!
Nada levantaba tanto el entusiasmo de los niños como las visitas del P. Villarroya. «Apenas aparecía entre ellos, aunque se hallasen en lo más ameno del juego, corrían todos hacia él con un cariño que sólo él sabía ganar”.
“Un paseo suyo con los Postulantes era más provechoso y pedagógico que veinte conferencias», anota quien fue Prefecto de esos niños.
De nuevo entre Seminaristas
Cesando en el cargo de Superior Mayor, desempeñó los de Consultor 1º Provincial, de superior de las Casas de Bogotá y Bosa y Maestro de Novicios. Por este modo se encontró nuevamente entre sus jóvenes. Fortuna singular para el primer Noviciado de Estudiantes Colombianos. Los recuerdos y las impresiones de entonces viven y palpitan aún. Comenzando los días de aspirantado creíamos entrar en un mundo misterioso: el Noviciado, el Padre Maestro, tan venerable; el temor de los experimentos a que nos sometería… Llegó entretanto el primer día de paseo.
Por la carretera polvorienta caminamos hasta unos montes yermos y grises.
Sentados allí entre pedregales se nos pasaron rápidas las horas. Hablaba el Maestro. Nosotros reíamos y aprendíamos. Una serie de humorismos luminosos fluía encantadora de sus labios paternos, dejando así inaugurada su terapéutica de sana alegría y de buen humor. No nos faltaría de ahí en adelante la dosis cotidiana.
Con frecuencia, desde la sección del noviciado, pasaba a la sección de los pequeños seminaristas, llamados entonces postulantes. Llegar al patio y rodearlo un grupo era lo mismo. Le fluían entonces las enseñanzas entreveradas con los gracejos, los relatos misioneros o congregacionistas que estimulaban o las noticias que había recibido de España o de Roma y que aprovechaba para hacer soñar cosas bellas y grandes a estos «pichones» de misioneros.
Todavía recuerda uno el día en que apareció en recreo mostrando a los niños la revista cervariense «Candidatus Latinus», anticipo de Palestra, dirigida por el humanista Manuel Jové, más tarde mártir de Cristo, y aconsejándoles que enviaran sus colaboraciones primerizas en la lengua del Lacio y de la Iglesia, como en verdad sucedió.
Las fechas grandes de la Congregación: 16 de Julio, día del Carmen y aniversario de la Fundación del Instituto; 22 de Agosto, día del Corazón de María; 24 de Octubre, o sea el aniversario de la muerte del P. Claret, todavía no beatificado, eran celebradas y festejadas por toda la comunidad: Padres, hermanos, novicios, seminaristas, con esplendor grande. En el recreo largo de la mañana los seminaristas reclamábamos la presencia de los formadores para un gran certamen o competencia deportiva de frontón. Allí veíamos al P. Villarroya, al P. González, a los neopresbíteros españoles Félix Vallejo y Eusebio Defrancisco lanzando contra el muro sus pelotazos violentos entre la algazara de los muchachos que hacían barra clamorosa.
De esa dicha vino a sacarlo su nombramiento en 1.929 para segundo Provincial de los Claretianos en Colombia.
La despedida se hizo en la capilla Mayor del seminario, con un acto eucarístico que terminó con el canto a voces de una célebre y muy sentida canción del Padre Luis Iruarrízaga:
«Quiero, Madre, en tus brazos queridos
como niño pequeño dormir…»
Etopeya del P. Villarroya
Sus cualidades físicas, intelectuales y morales, armónicamente combinadas, hicieron del P. Villarroya uno de los más acabados misioneros que ha tenido la comunidad claretiana en Colombia.
«Cuando yo conocí al P. Villarroya, atestigua el claretiano español Pedro Celestino González, también provincial de su comunidad en Colombia, me causó una impresión muy agradable. Era alto y robusto sin exageración y muy bien conformado. Cabeza no muy grande, cara redonda, tez blanca rosada, labios algo gruesos, barba poblada; sus ojos eran muy «expresivos; su voz fuerte y bien timbrada, cercana al barítono. Su salud fue buena; pero desde la grave enfermedad de tifo que le sobrevino en Junín durante la semana Santa de 1.926, quedó algo resentida. Las manos se le hinchaban algunas veces y la resistencia se le iba debilitando»
«Figura prócer, a la vez austera y amable»
El P. Teodoro Domínguez, atildado escritor que lo tuvo como maestro espiritual en Cervera y como superior en varias comunidades de Colombia, dice: «La exhortación convincente era su propia y magnífica figura».
«Porte grave, majestuoso. Hemos oído referir la impresión que producía su figura al pasar por los claustros del Hospital de San Juan de Dios, poblados a determinadas horas de estudiantes de Medicina».
Dios lo proveyó de holgada inteligencia, de buen talento, de memoria muy feliz, de imaginación brillante y plástica y de un corazón magnánimo inclinado a la bondad. El P. Broto decía: «Es de lo más armonioso que yo he conocido, muy completo física, moral e intelectualmente».
Tendía al optimismo y gozaba con los proyectos altos. Y todo ese bello conjunto de cualidades lo tenía puesto al servicio de Jesús y de su Iglesia.
Sobresalió como orador sagrado, fue buen escritor, fue excelente educador.
Se había habilitado para todos los géneros de predicación; para la catequesis y las instrucciones populares, claras, amenas, eficaces; para las de monjas o de los sacerdotes, o para los panegíricos de alto vuelo pero siempre de gran densidad doctrinal y elegantes cláusulas, que durante años lo hicieron el orador preferido de los Jesuitas en su templo bogotano de San Ignacio.
Admirador y encomiador de su elocuencia y de su oratoria fue el Ilmo. Monseñor José Vicente Castro Silva, Rector del Colegio del Rosario, ya académico de muy acicalado frasear, que además lo ponderaba como director de conciencias.
Memorables fueron las tandas de ejercicios espirituales al clero del Huila con el Señor Obispo Rojas al frente; memorables las misiones en el leprosorio de Agua de Dios en 1.923. Años después, en Septiembre de 1.946, misionaron de nuevo en Agua de Dios los Padres Camarasa y Francisco Martín y hallaron aún en muchos corazones el recuerdo del P. Villarroya. Memorables sus misiones por las tierras martirizadas de los Santanderes en días de horrenda violencia.
Por los altos puestos de superiorato que desempeñó no le era posible desplazarse con frecuencia por el país como él hubiera deseado para su siembra de la divina Palabra. Pero en la Comunidad del Voto era uno de los asiduos a los ministerios tan intensos del templo en donde fomentó eficazmente la institución de los jueves Eucarísticos. Cuando, en viaje a España en 1.922, pasó por Zaragoza y tomó parte en las horas Santas, la revista oficial de la Archicofradía vino hasta Colombia haciéndose lengua de las cualidades oratorias y los fervores eucarísticos del P. Villarroya.
Relacionándola con este apostolado, consignaremos aquí su actuación para el establecimiento en Colombia de las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento. Grande era la devoción del Padre a la Santa Vizcondesa de Jorbalán y sincera la estima por su Congregación. Conocíanlo las Adoratrices; por ésto, cuando, partiendo de Venezuela, pretendieron establecerse en Colombia, al primero que buscaron fue al P. Villarroya. El hizo cundir el entusiasmo entre almas generosas, gestionó el asunto ante la Curia y asoció en la propaganda al eucarístico P. Pablo Desantiago. En breve, Bogotá poseyó un sagrario más, algo distinto de los usuales, porque su puerta de cristal dejaba patente el copón dorado… En torno a él, almas adoradoras; y con ellas las chicas bogotanas en sitio de preservación.
Tanto el P. Pueyo, como el P. Villarroya y, en general, los primeros claretianos que llegaron a Colombia estimaron y agradecieron siempre la deferencia del Señor Arzobispo Herrera Restrepo al entregar a esta congregación nueva y de origen español el templo votivo Nacional. En las crónicas claretianas son inolvidables las solemnidades de consagración del Templo a las que asistió el episcopado Colombiano en pleno; y durante años fue famoso el día de la renovación del Voto de la Paz, al Sagrado Corazón de Jesús, al que solían asistir el Señor Arzobispo Primado y el Presidente de la República, que en ocasiones leyó la fórmula de consagración. Tales don Marco Fidel Suárez, Don Miguel Abadía Méndez, don Guillermo León Valencia…, los cuales, cumplido el acto consagratorio, pasaban a los claustros de la comunidad, alternaban con los Prelados y religiosos y a veces aceptaban el almuerzo que se les ofrecía. En una de estas ocasiones, el Dr. Abadía Méndez acudió de muy buena gana al Templo del Voto para la acostumbrada ceremonia. Alguno de los Padres de aquella comunidad le dijo al Presidente que en años anteriores la fórmula la habían recitado los ilustres Monseñores Zaldúa y Marroquín, hijos de presidentes. – Este año, dijo Abadía, lo haré yo mismo. Y al llegar el momento, se adelantó hasta el medio del presbiterio y recitó en voz alta y recia la fórmula de consagración.
Al año siguiente, al renovarse la misma ceremonia, fueron los Padres a presentarle una copia impresa de la plegaria; pero el Dr. Abadía respondió:
– Padre, aquí en mi carterita, conservo la del año anterior…
Según líneas atrás se dijo, en 1.934, al viajar como provincial de Colombia al Capítulo General, se terminó para él su estadía en nuestro país al que se había adaptado maravillosamente y, como solía decir, se llevó en el corazón. Ni él ni el Padre Pablo Desantiago regresaron. El se quedó en Roma; el P. Desantiago en España. Ambos eran las voces más altas y preciadas de la oratoria claretiana en Colombia.
Como claretiano genuino reconocía la eficacia de lo escrito y veía en la prensa un instrumento aptísimo para el ministerio de la palabra. A él le tocó dar vida en 1.919 a la revista bogotana El Voto Nacional e imprimirle dirección y carácter; trabajó además y puso buena parte de sus aficiones en el simpático seminario El Amigo del Hogar, de Girardot.
En ambas publicaciones adoptaba seudónimos que lo retrataban: Don Prudencio y Fidelio. A las publicaciones periódicas juntó la redacción y edición de algunos folletos y novenas que fueron bien aceptadas. Su novena a la Virgen del Perpetuo Socorro alcanzaba en 1.946 diez copiosas ediciones. Para el reclutamiento de las vocaciones escribió el folleto «Los elegidos» al cual deben estímulo eficaz no pocos de nuestros misioneros colombianos. Suya es la obrita: “Mater Purissima. Novena della puritá per la gioventú femminile” y suya la Biografía del Rvmo. P. Martín Alsina que en 1.959 publicó en Madrid la Editorial Coculsa en volumen de 320 páginas. El P. la dejó inédita, pues no vio como demasiado interés en la impresión… Cuando se le preguntaba por esa obra, guardaba el más discreto silencio. Un antiguo alumno suyo de Bosa intervino en Madrid para que el libro saliera a públicas vistas…
“Vida Claretiana” fue su última faena de periodista activo. La inició en Roma como órgano de la familia claretiana en su acepción más amplia: colaboradores, bienhechores, familiares de los claretianos. Y allí colaboraron jóvenes estudiantes del Colegio Internacional de Roma y del Interprovincial de Albano Laziale…
Predicador, escritor, educador. Su formación se realizaba más con los ejemplos que con las palabras. Los discípulos se formaban con la sola presencia de su maestro. Amigo de todos y para todos. Amable al aconsejar y aun al reprender. Acertaba con el consejo más conveniente o el consuelo más adecuado. Bondad y austeridad, disciplina y amplitud formaban en él conjunto armonioso. Su vida en España transcurrió en seminarios: en Cervera, en Barbastro, en Alagón, donde tuvo alumnos que después, ya lumbreras, fueron sus compañeros en Roma: Arcadio Larraona, Siervo Goyeneche…
De prefecto gozaba favoreciendo los dones personales, las aficiones científicas. Facilitaba los libros de la biblioteca de los Padres y aconsejaba autores y lecturas, según su recto criterio y su buen gusto. En cuanto a la ascética estaba muy en la línea de lo tradicional en la Congregación. Insistía en la trascendencia de la oración, en la mortificación que la Virgen recomendó al P. Claret para sus misioneros y su fruto en el apostolado, en la vigilancia sobre los sentidos, en el aprecio de la vocación y del propio Instituto, cuya vida de familia cuidaba en el amor tierno a Jesús y María, ya que él mismo tenía esta norma de orar: «Como Jesús y por María».
Todo esto que él inculcaba era lo que vivía. Y todo ello en un clima de alegría y optimismo bello y hasta de sano humor, que hacía deliciosas las recreaciones pasadas a su lado. Entre las religiosas era sumamente apreciada la dirección espiritual del P. Villarroya y se sabe de almas auténticamente místicas que aprovecharon sus luces y su magisterio. Una de ellas la Hermana María Amada Uribe, de la Visitación, auténtica mística, prima del Dr. Marcelino Uribe Arango, dirigido también por el P. Villarroya.
Entre las intervenciones de trascendencia que en su vida realizó el P. Villarroya hay que notar la que ante el Señor Nuncio Vicentini tuvo en 1.924 en favor de la Madre Laura Montoya, entonces sumida en incomprensiones y tergiversaciones muy amargas para su espíritu y para su obra y su Institución Misionera. El P. Villarroya la comprendió a las primera de cambio, atemperó el juicio del Señor Nuncio, relacionó a la Madre con los canonistas claretianos Maroto y Larraona, la aconsejó en sus cartas y posteriormente la indujo a que pensara en promover la beatificación de la misionera de Uré Isabel Tejada Cuartas… La Madre Laura, en su Autobiografía, lo califica de «Hombre de Dios».
Sus años en Roma (1.934 – 1.945)
En 1.934, se reunió en Roma el Capítulo General de elección y el P. Villarroya como Provincial debió asistir. Y allá se fue con el P. Desantiago.
En Roma, en su residencia de la Via Giulia, fue consultor general, superior de la comunidad, Prefecto de los Padres del Colegio Internacional Claretiano, y finalmente Subdirector General de la Congregación, a la muerte del famoso canonista y catedrático Padre Felipe Maroto, en Julio de 1.937.
Ejerció este último cargo bajo el generalato del castellano P. Nicolás García, gran cabeza y gran voluntad y según testimonio del P. Andrés Resa, su colega de consultoría en esos años, resplandecía por el don de consejo y el acierto en el asesorar. En ausencias del P. Nicolás tocó al Subdirector enfrentarse a notables problemas y también la dicha de tener una audiencia especial con la Santidad de Pío XII.
El grupo de universitarios que en ese período romano le tocó dirigir resultó y dió muy buena cuenta de sus estudios y formación en Roma como lo prueban los ministerios que posteriormente han desempeñado en servicio de la Iglesia por todo el mundo. Entre ellos Monseñor Fernández, arzobispo de Londrina y fundador de una Congregación Claretiana, el canonista Gerardo Escudero, los teólogos Pujolrás y Rozo…
Desde Roma fue enviado el P. Villarroya a Brasil, Uruguay, Argentina y Chile como visitador de las comunidades claretianas en muchas de las cuales encontró antiguos discípulos de los seminarios españoles en que había ejercido cargos de dirección y sorpresas muy agradables en lo referente a empresas y ministerios. Optimista por naturaleza eso fue lo que observó y elogió en sus conversaciones y reminiscencias.
Mientras desempeñaba el cargo de Subdirector General le sobrevino la última dolorosa enfermedad y la muerte acaecida el 21 de Marzo de 1.945.
Las últimas horas fueron las de un predestinado. Dios le conservó el conocimiento perfecto hasta la muerte. Todos los días durante su enfermedad había sido favorecido con la sagrada comunión; sólo dos días pudo celebrar aquí la santa misa antes de ir a la clínica. Muy frecuentes y devotas jaculatorias, oraciones, repetición de la recomendación del alma que ya se le había hecho allí por la mañana, repetición de la absolución de los pecados, ósculos al Crucifijo y a la imagen de nuestra Santísima Madre… hasta que sin violencia alguna dejó de respirar. En nuestro juicio humano no dudamos que es él uno de aquellos a quienes San Juan por orden del Angel en el Apocalipsis llama Bienaventurados: Beati mortui qui in Domino moriuntur (Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor). Un preclaro hijo de la Congregación voló al cielo en aquella tarde. R. I. P. Por disposición de la ley y por la escasez de transporte no pudo traerse el cadáver a casa hasta poco antes de comenzar el solemne funeral, el día 23 a las diez de la mañana. Estuvo el funeral muy concurrido, asistiendo el Excmo. Señor Arzobispo González Arbeláez, numeroso personal de las Embajadas y del Consulado de España, representantes de muchas y muy distinguidas Curias Generalicias de Religiosas, de Monjas, etc. Vino personalmente a darnos el pésame con mucho afecto el Emmo. Sr. Cardenal Verde; lo enviaron por escrito los Emmos. Señores Cardenales Granito Pignatelli di Belmonte, decano del Sacro Colegio, y Fumasoni Biondi, Prefecto de Propaganda Fide, el Excmo. Sr. Vicentini, patriarca de Antioquia y Vicario de la Basílica de San Pedro; el Padre Vicario de la Compañía de Jesús en nombre también de la Compañía, el de los Salesianos y otros Superiores Generales, Procuradores, etc.
Finalmente a las dos y treinta de la tarde se le llevó a nuestro Agro Verano.
Como sacerdote, como religioso, como misionero el Padre Ezequiel Villarroya fue un varón ejemplar. Su elogio más bello lo hizo un hermano coadjutor que atendía a la portería de nuestro seminario de Alagón: «Yo digo lo mismo que hace años le oí al P. Arner: «Cuando yo quiero imaginarme cómo era Cristo, cómo hablaba, caminaba o sonreía, me acuerdo del Padre Villarroya».
Bibliografía
Julián Munárriz: M.R.P. Ezequiel Villarroya. Noticias sobre su santa muerte. Annales Congregationis, 38 aug.-novembris 1945, pp. 144-147. Volumen 39.
Guillermo Rozo: Necrología del M.R.P. Ezequiel Villarroya – Annales Congregationis, 38. Enero Abril- pags. 56-64; Mayo, Julio, 161-168; Agosto, Septiembre- 212-216; Octubre, Diciembre. .281-288; Enero a Marzo 1948, 340-351.
Boletín de la Provincia Colombiana, Julio de 1.945. El número está dedicado a la memoria del P. Villarroya.
Los trabajos más memorables de esa edición son:
Pedro C. González: Mis recuerdos sobre el P. Villarroya, pp. 240-252.
Romualdo Camarasa: Laudemus viros gloriosos. pp. 253-276.
Teodoro Domínguez: De los recuerdos y del epistolario del M.R.P. Villarroya. pp. 277-303.
Carlos E. Mesa: El Padre Ezequiel Villarroya. Transparencia claretiana de Cristo. Folleto de 72 pp. Medellín, Editorial Zuluaga, 1.983.