Ramón Genover Carreras
Nació en el seno de una familia piadosa. Desde pequeño descolló por su piedad y por su talento, ambos extraordinarios. A los nueve años ya entraba en el seminario diocesano: las calificaciones que obtuvo en todas las asignaturas de la carrera sacerdotal fueron las mejores. Por su conducta, mereció ser llamado el más ejemplar y virtuoso de su clase. Por ellos, los Padres jesuitas trataron de atraerlo a la Compañía: consta por testimonios fehacientes de los jesuitas y del propio P. Genover, quien reconoce que le molestaron mucho con insistencias, pero que él no quiso hacerles caso porque deseaba una Congregación humilde, donde se trabajara mucho y se brillara poco. El temor de que siendo tan reciente nuestra Congregación pudiera con el tiempo figurar en ella le detuvo un tiempo. Pero por fin se resolvió a hacer la petición necesaria.
A dar este paso le había movido no solamente la fama del P. Claret en Gerona y aquel célebre funeral que por él se hizo en la Catedra, del cual se acordaba el P. Genover muchos años después, sino que también el ejemplo de otros condiscípulos, quienes, movidos por la propaganda del P. Bernardo Bech habían dejado Gerona para dirigirse a Francia. Conservó cosida a su escapulario la carta del Rmo. P. Xifré en la cual se le comunicaba que estaba admitido a la Congregación, y pedía que con ella se le enterrara: voluntad que fue respetada por sus hermanos, quienes, al pie de la cama donde estaba el P. Genover cadáver, leyeron este deseo del ilustre misionero.
Profesó y, como ya había concluido sus estudios eclesiásticos y no tenía edad para la ordenación sacerdotal, fue destinado como profesor de latín en la casa de Thuir. Todas las órdenes, desde la tonsura clerical al presbiterado, le fueron conferidas por el obispo Ramadié de Perpignan. Una vez sacerdote, fue nombrado prefecto de cosas espirituales de Thuir. Un mes más tarde, pasaba a Huesca, donde comenzó su gloriosa carrera de misionero al lado del P. José Serra, de santa memoria. En abril de 1877 pasaba a Segovia como Prefecto de postulantes y profesor de retórica: allí fue asimismo predicador. A fines del mismo año pasaba a Alagón, a consolar aquella comunidad, víctima de fiebres y de viruelas: su presencia reanimó a todos, habiendo hecho de enfermero con mucha humildad y abnegación. Ejerció una temporada el cargo de auxiliar del prefecto.
A fines de 1878 pasaba a Gracia de predicador y bien pronto era nombrado superior de esta importante comunidad. En 1880 pasaba a Vich a suplir en la cátedra de retórica al P. Girbau, enfermo. De Vich volvía a Barcelona de predicador. En 1881 pasaba a fundar la casa de Zafra, estremeciendo con sus misiones la región extremeña. De allí pasó a Segovia, también como superior. En enero de 1885 iba a Madrid como misionero. Fue durante este tiempo que, por encargo del Rmo. P. Xifré, escribió su famosa obra Arca de salvación. En 1889 era nombrado superior de Las Palmas y, al pasar por Cervera, camino de Barcelona, donde pensaba embarcarse, se le comunicó que, en un lugar de ir a Canarias, se quedara de superior en Barcelona. Rigió la comunidad de Gracia durante un sexenio.
La Providencia divina iba a abrir nuevos horizontes al celo extraordinario del P. Genover: en 1895 se le nombraba superior de la misión que se establecería en Brasil. Por recomendación del superior de aquel grupo de misioneros, escribía estas palabras el Rmo. P. Serrat: “Enviamos a V. E. para superior de la fundación de Sao Paolo a un Padre adornado de un espíritu muy semejante al de san Francisco Javier”.
Su trabajo en el Brasil es sencillamente admirable. Al primer domingo que siguió a su llegada a aquella nación, ya predicaba en portugués a la comunidad. Tomó parte en misiones importantísimas: al aceptar el hospital, él fue el primero en dar ejemplo de abnegación, pasando allí las primeras noches. Gloria suya es la iglesia del Corazón de María, en la que tanto trabajó. De cien a ciento cincuenta trabajadores estaban ocupados y les dijo que les restaría media hora de trabajo si se comprometían a rezar el santo rosario: ni una excepción se ofreció a esta recomendación, media hora antes de dejar el trabajo retirábanse todos a una sala donde, bajo la dirección del P. Genover, se rezaba el rosario. Era frecuente que el apostólico varón les añadiera una pequeña conferencia: estaban tan encantados con aquella vida piadosa que muchos voluntariamente asistían diariamente a la santa Misa.
Fundó la casa de Campinas y, obedeciendo una indicación del M.R.P. Burgos, fuese a Argentina a estudiar sobre el terreno la posibilidad de una fundación allí. No fue entonces posible, pero en 1901, nombrado visitador de la América del Sur, volvió a Brasil, fundó la casa de Pouso Alegre, partió para la Argentina y estableció la residencia de Buenos Aires. En enero de 1902 salía para Chile, nación en la que fundó las casas de Talca y Coquimbo. Vuelve a la Argentina y funda la segunda de las comunidades en aquella República: la de Tucumán. No tardaron en seguir la de Catamarca y la de Rosario en la misma Argentina, más las de Temuco y Antofagasta en Chile.
En 1904 asistió al Capítulo General de 1906 en el cual fue nombrado Consultor General por Castilla. Estos años los pasó predicando, escribiendo, engarzando rosarios, lavando platos en la cocina, estudiando lenguas: era algo incompatible con el carácter del P. Genover el estar ocioso. Llegó a dominar no solamente su lengua nativa, y el castellano, sino que también el portugués, el latín como se supone, el griego, el alemán, el italiano, el francés, el inglés y el hebreo. Durante el Capítulo General de 1922 estaba estudiando hebreo y a un Padre le dijo con sencillez: “creo que es la lengua que hablaremos en el cielo”.
Aprovechando estos conocimientos lingüísticos, hizo por encargo del Rmo. P. Serrat un viaje de exploración a Inglaterra, viaje que no rindió el fruto que se esperaba: las dificultades eran muchas, pero preparó el terreno para ulteriores diligencias. Entró en Portugal donde ayudó a los Padres en la predicación de misiones muy célebres, y fundó la casa de Yzeda. Fue a Fernando Poo a la visita a nombre del Rmo. P. General y aprendió algunos dialectos regionales de aquellas tribus. Pasó a Austria, Alemania e Italia en viaje de exploración: le acompañó el P. Salvador Esteban, con quien asistió como representante de la Congregación al Congreso Mariano de Salzburgo. De aquí bajó a Trieste, donde obtuvo esperanzas de una fundación que, efectivamente, llevose a cabo poco después. Fue a Roma a hacer la visita a nombre del Rmo. P. General y tuvo la osadía de dirigir a la comunidad los ejercicios espirituales en italiano, impulsando a los Padres a que ejercieran el ministerio en este idioma, cosa a la que todavía no se habían atrevido. Regresó a España, donde continuó sus correrías apostólicas.
En 1912 asistió al Capítulo General de Vich, donde, suprimidos los Consultores Generales de Provincia, quedó de nuevo de soldado raso, pasando por orden superior a Barcelona de ayudante del Ministro General. Poco después, era nombrado Superior Cuasi-Provincial de Brasil, embarcando para América. En esta república fundó las comunidades de Santos, San Vicente (levantada años después) y Rebeirao Preto. Cariño especial sintió por la de Santos, de donde quiso ser el fundador, rigiendo la comunidad medio año: echó las paredes de la capilla, la ensanchó por sus cuatro costados y, como resultara insuficiente, compró terrenos amplios en los que comenzó a levantar el gran santuario del Corazón de María.
Su amor por el Corazón de María le llevó a hacer una campaña a favor del templo que los nuestros levantaban en Meyer, Rio de Janeiro. Escribió más de tres mil cartas pidiendo ayuda, y muchas de ellas lograron donativos regulares para el santuario. Al fin de su paso por el cargo de Superior Cuasi-Provincial, pudo inaugurarse el gran santuario de Rio de Janeiro, considerado como una verdadera joya de estilo mozárabe.
En 1918 dejaba el cargo de Superior Cuasi-Provincial para quedarse de Consultor del Nuevo Superior: entonces fue a Santos, nombrado superior y párroco, e impulsó vigorosamente las obras de la iglesia. A los tres años, fue nombrado superior de Sao Paolo: aquí le sorprendió la designación que de su persona hiciera el Gobierno General para que, en calidad de delegado de esta entidad, asistiera con voz y voto al más importante de nuestros Capítulos Generales, el de 1922, celebrado también en Vich.
No creyeron los superiores prudente que el P. Genover regresara a Brasil, pues era ya septuagenario y sus achaques eran muchos. Quedose en España, donde ejercitó de nuevo su celo apostólico, a pesar de que la memoria le flaqueaba mucho. Fue nombrado superior del Piso de Barcelona: poco después, colector general de Misas, copiador del Padre Clotet. Dirigió por un tiempo la hospedería del Corazón de María, donde cosechó muchos sinsabores. Dios le favoreció con cruces: tuvo una pulmonía que le puso a las puertas de la muerte, en Barcelona sufrió una caída en la calle que le dislocó un brazo y le obligó a varios meses de descanso.
Incardinado a la Provincia de Cataluña, estuvo en Gracia y finalmente fue a Vich. Aquí trabajó en lo que pudo, fue prefecto de cosas espirituales, bibliotecario y, por fin, continuó con uno de sus ejercicios favoritos: lavar platos. A los que le aconsejaban que no lo hiciera, decía que el brazo dolorido necesitaba este ejercicio. En Vich hizo la última de sus obras literarias: traducir al portugués, por encargo de Steinbrener, el devocionario Adoremus, bastante voluminoso.
El día de su muerte había estado en el coro cantando con todo el volumen de su voz el trisagio de la función que la asociación de Vela de Caballeros del Santísimo, fundada por el P. Ramonet, dedicaba al Santísimo Sacramento. Después de los puntos, fue a su cuarto y, como sintiera bastante ahogo, llamó al P. Ministro. Se pudo confesar, recibir el Viático, la Extremaunción, la bendición apostólica in articulo mortis y, rodeado de otros Padres, expiró a las once y cuarenta y cinco minutos de la noche. Su muerte fue muy sentida y el Rmo. P. General, al dar el pésame a la comunidad, lo llamaba “excelentísimo misionero, a quien Dios habrá recompensado los muchísimos trabajos y las grandes virtudes que atesoraba, lo mismo que lo muchísimo que trabajó por la Congregación con grandísima abnegación”.