PEDRO VALL-LLOVERA

PEDRO VALL-LLOVERA

Recibida telegráficamente la infausta noticia de la muerte del P. Ciriaco Ramírez, Prefecto Apostólico de Fernando Poo, el día 7 de Septiembre de 1888, fue luego nombrado para sustituirle el Rdo. P. Pedro Vall-Llovera, quien hacía tres días acababa de llegar a Sto. Domingo de la Calzada desde la república de Chile, en una de cuyas casas desempeñaba el cargo de Superior. La Dirección general de la Congregación habíale llamado a la Península para confiar a sus brillantes dotes un cargo de gran importancia bastante análogo al de la Prefectura vacante; pero el Señor, que le tenía destinado para continuar y afianzar la obra del P. Ramírez ordenó esas trazas maravillosas o providenciales coincidencias para que los Superiores principales fijaran en él los ojos y echaran mano de su persona para atender al remedio urgente de aquella imprevista necesidad.

Acompañado del P. Tomás Casasas y llevando consigo una hermosa circular de presentación recién impresa, con que el Rmo. P. Xifré había tenido a bien autorizar la persona del nuevo Prefecto, embarcóse en Cádiz el 30 del mismo mes con rumbo a su destino, a donde llegó el 18 de Octubre con toda felicidad, siendo recibido con grandes muestras de afecto del Sr. Gobernador y de toda la Colonia, que juntamente con los Misioneros y las Religiosas al frente de los respectivos colegios de niñas le salieron al encuentro y le acompañaron a nuestra Iglesia para dar gracias al Todopoderoso. Siguiendo las huellas marcadas por su digno antecesor giró repetidas veces su visita pastoral a las casas de S. Carlos, Concepción, Corisco, Elobey y Annobón venciendo grandes dificultades que exponían á gran peligro su preciosa vida, de la que se consideraba deudor a las almas de aquellos pobladores. Dos años de incesante apostolado en tierras tan insanas bastaron para labrarle delante de Dios la corona de justicia y hacerle acreedor ante los hombres a los mayores elogios. Había llegado a las playas fernandianas animado del mejor espíritu y con levantados propósitos de atender a la consolidación e incremento de las Misiones; su naturaleza, rebosando salud y acostumbrada al sufrimiento y al trabajo desde los primeros albores de la edad juvenil, hacía presagiar largos años de venturoso gobierno; mas el Señor, contra las esperanzas de los hombres, habíale destinado a desempeñar a la vez el papel de pastor y de víctima, inmolándose en la cruz de su oficio pastoral, como hostia expiatoria que sube en olor de suavidad a la presencia del Altísimo. A los pocos meses de su arribo a Sta. Isabel le asaltaron las fiebres palúdicas, y aunque salió de ellas, no le dejaron en paz, sino que le acosaron constantemente; pues los viajes que para otros son remedios eficacísimos contra ellas, fueron para él causas agravantes o manantial de las mismas. Hallábase casi de continuo enfermo, a pesar de lo cual visitó diferentes veces las misiones, introdujo muchas mejoras encaminadas a conservar la salud de sus Misioneros, dio grande impulso a los colegios de niños y niñas y tuvo para con todos un corazón de padre. De ello pueden dar agradecido testimonio los habitantes de Sta. Isabel. Padecieron éstos por aquellos años una extraordinaria carestía, que los redujo a gran necesidad. El P. Vall-Llovera, movido a compasión como Pastor común de todos, dio amplias facultades a todos los indigentes sin distinción de cultos para que saciaran su hambre con los frutos que en abundancia producía nuestra granja modelo de Banapá, y esto no por un día sino por todo el tiempo que duró la necesidad. Celoso además de la observancia y de la propagación del Evangelio, era para el Gobierno de la Congregación una garantía del acierto con que serían regidas aquellas difíciles Misiones; pero á todas estas lisonjeras esperanzas puso fin la implacable muerte, o mejor dicho, la adorable providencia del Señor, que por medio de una fiebre lenta, originada por unas llagas gangrenosas que hacía tres meses venía padeciendo, le llamó a sí el 23 de Junio de 1890 para premiar sus merecimientos con la corona de los Santos. El llanto fue general en la población al ver desaparecer a un padre todo entrañas de caridad para con sus semejantes; pero le lloraron mucho más nuestros Misioneros.