LEONIA MILITO
CAMINO DE LOS ALTARES
El 19 de marzo de 1998, solemnidad de San José, en coincidencia con la celebración de los 40 años de la fundación de la Congregación de las Misioneras de San Antonio María Claret, se inició el proceso de beatificación de la fundadora, la Sierva de Dios Madre Leonia Milito.
La Madre Leonia Milito nació en Sapri, provincia de Salerno (Italia) el 23 de junio de 1913. A los 16 años entró en la Acción Católica, cuyos ideales de espiritualidad y de evangelización vivió con generosidad.
Deseosa de consagrarse por completo al servicio de Dios y de los hermanos, entró en la vida religiosa, en la Congregación franciscana de las Pobres Hijas de San Antonio, el 18 de junio de 1935. En su Congregación fue ejemplo de bondad, obediencia y disponibilidad. En 1954 sus superiores, conociendo su fervor misionero, la enviaron a Brasil, donde se puso a disposición de la Iglesia local en sus diversas necesidades.
Dócil a la gracia y a la voluntad de Dios, atrajo numerosas jóvenes a su ideal misionero y, el 19 de marzo de 1958, en la ciudad de Londrina (Paraná), junto con el P. Geraldo Femandes, misionero claretiano y arzobispo de esa diócesis, fundó la Congregación de las “Misioneras de San Antonio María Claret”, que tiene come finalidad principal el anuncio de la Palabra y el servicio de la caridad.
Toda la vida y el trabajo de la sierva de Dios se dirigieron a las personas más necesitadas. Con todos quiso y supo compartir alegrías y dolores, sufrimientos y esperanzas.
Su acción no conoció fronteras. Enseñó a las Hermanas de la Congregación que el corazón de la Misionera debe estar allí donde se encuentra un hermano o una hermana que sufre. Abrió comunidades de vida misionera en varios Estados del Brasil, en Argentina, Chile, Francia, Suiza, Italia, Alemania, Australia, Costa de Marfil y Gabón.
Después de su muerte, la obra ha seguido extendiéndose por el mundo y actualmente está presente también en Filipinas, Paraguay, Portugal y Polonia.
La Madre Leonia gobernó la Congregación, como Superiora General, a lo largo de 23 años. Con mucha frecuencia visitaba las comunidades y su presencia era siempre estimulante para las Hermanas e incisiva para fortalecer las obras misioneras y abrir nuevos frentes de evangelización y promoción
humana. Fue una religiosa con una fe profunda y con gran espíritu de oración. Pasaba bastantes horas del día y de la noche de los pies del Santísimo Sacramento. En sus trabajos y en sus actividades se transparentaban la misericordia, la compasión, la paciencia y a disponibilidad.
A los 67 años, el 22 de julio de 1980, en el pleno vigor de su acción apostólica, volvió a la casa del Padre, víctima de un accidente de automóvil entre Cambé y Londrina.
Con el deseo y la esperanza de unirse con su Dios y Señor y con la Virgen María en la gloria del cielo, había escrito estas hermosas palabras:
«¡Oh Jesús mío!, ¿quién me dará encontrarte fuera de este mundo
miserable, donde puedo faltar y pecar, en aquel otro mundo donde nadie
me acusará de infiel, donde la unión se recibe para siempre? El cielo es
la gloriosa habitación. Y allí Tú serás mi maestro. Unida contigo, tendré
tus ojos para ver, para ver al Padre, para ver la esencia divina, para ver
a la Trinidad, descansar en la unidad, para ver todas las obras del amor
creador. Unida contigo, tendré tus labios para hablar a María y a los
santos, para exaltar, en el Espíritu Santo, tu gloria y la gloria del Padre.
Seré un reflejo de tu hermosura, la felicidad de tus ojos, te devolveré el
amor que has puesto en mí y será la alegría de tu corazón. El deseo es
hijo del amor. Amemos para desear. Jesús, acepta mi deseo. Prepárame
para las bodas eternas» (‘)•
En su testamento espiritual dejó este mensaje dirigido a sus queridas misioneras:
«Amad siempre y amad con amor universal a todos, porque todos
son hijos de Dios y hermanos nuestros. Entregaos a todos, pero de un
modo especial a los más pobres. Amaos las unas a las otras y perdonaos
mutuamente siempre, siempre».
Su vida se puede sintetizar en las palabras: Dios y los hermanos, oración y entrega, anuncio y servicio: todo realizado con amor y por amor. Vivió plenamente el Evangelio, vibró de amor al Señor, trabajó con ardor
De San Antonio María Claret, de quien era devotísima, nos dejó este sencillo perfil, tan preciso como revelador de la intensidad con la que vivió su compromiso evangelizador en el corazón de la Iglesia, como fundadora y como miembro insigne de la Familia Claretiana:
«Las hijas de esta Congregación profesan a este Santo titular una
devoción y un amor del todo filial, preocupándose por estudiar profundamente
su vida de Apóstol, de Confesor, de Defensor de la Santa Madre
Iglesia, de Propagador de la doctrina de Cristo, toda impregnada de un
ardiente amor al Inmaculado Corazón de María; todo fuego para el culto
a la Sagrada Eucaristía, hasta el punto de que mereció de Dios el
singular favor de transformarse en un sagrario vivo durante los últimos
nueve años de su vida terrena.
Es nuestro deber imitar sus virtudes, difundir su devoción dentro y
fuera de casa, invocarlo para que bendiga, proteja e infunda en cada
miembro su santo espíritu y su celo misionero y cordimariano.
Todos los días se conmemora en común su nombre con una breve
oración o jaculatoria y una vez al mes se recitará con el máximo fervor
la oración establecida en el Manual aprobado».