JUAN IRUARRÍZAGA
Caserío y valle, éste es el ámbito familiar y local que quedará en la retina y en la memoria permanente de Juan de Echevarría y de Aguirre, —como le denomina su partida de bautismo— durante toda su vida, y que aflorará en sus composiciones musicales, que van a ser la expresión y la huella más relevante de su paso por la vida después de la de su martirio. Sus padres son D. Pedro Ignacio de Iruarrízaga y Atucha y Dña. Casimira de Aguirre. Juan es el quinto de los seis hermanos Iruarrízaga, todos notables claretianos: Luis, Crescencio, Francisco, Gervasio, Juan y Ruperto. Hay en la familia Iruarrízaga Aguirre un séptimo hermano y dos hermanas.
Los Iruarrízaga son familia patriarcal, de gran fe y piedad. “iQué buenos eran nuestros padres!” fue exclamación que se oyó muchas veces al P. Luis, el mayor de los hermanos. La formación de los hijos en esta familia se conforma al mejor estilo cristiano de la época. La buena formación religiosa y la instrucción se hacían más fáciles para nuestro Juan y sus hermanos por la proximidad de su caserío al centro de Yurre, a la iglesia y a la escuela, que regentaba D. Rafael Pastor, excelente maestro de instrucción primaria. En Yurre se contaba también con un notable organista, el sacerdote D. Ramón Urrecha, a cuyo cargo corrió la iniciación musical de Juan y de varios de sus hermanos, empezando por el que sería el más genial, el P. Luis.
La vida en el caserío familiar y en el hermoso ámbito del valle de Arratia se desenvuelve apacible cuando Juan, nuestro protagonista, se abre al uso de razón. Al cumplir sus seis años ve iniciar el camino hacia el cercano postulantado de Valmaseda a su hermano mayor Luis. Poco a poco van siguiendo el mismo destino más hermanos. Juan, que está viviendo desde los diez años con un tío sacerdote, párroco de San Juan de Bilbao, y forma parte del coro escogido de tiples de la iglesia de los jesuitas, decide, cuando está en sus doce años, seguir el camino de sus hermanos.
En Valmaseda, donde encuentra a su hermano Gervasio, la línea de fidelidad espiritual y de dedicación a los estudios es seguida por Juan con total continuidad. A todos los niveles alcanza las calificaciones máximas. De esta manera, a su paso al noviciado aparece ante los ojos del experimentado P. Oleaga como “de muy pocas carnes, pero muy sano. Reúne muchas y muy excelentes cualidades, así intelectuales como morales y artísticas. Sabe tocar el armonium y manifiesta tener extraordinarias disposiciones para la música. Además, distínguese por su sencillez, docilidad, discreción y edificante conducta”.
La regularidad de entrega al estudio y de fidelidad de vida religiosa se mantiene en esta larga etapa de la carrera sacerdotal de Juan Iruarrízaga en total continuidad con la de sus inicios. Pero su decidida vocación musical, alentada por sus superiores y desde lejos por el P. Postíus, hace que lo más destacado de estos años sea su permanente, disciplinada y metódica dedicación al estudio de la música.
Esta definida vocación musical determina que, terminada la carrera, tras la ordenación sacerdotal con el curso de Pastoral, sea destinado a la casa de París, adonde se dirige en 1924 para proseguir su formación musical y especializarse en las técnicas de emisión de voz. Estudios musicales en París.
En 1924 encontramos al P. Juan Iruarrízaga en París. Busca ampliar sus estudios de musicología, especialmente en órgano, emisión de voz e información sobre el movimiento musical europeo. A la vez, desempeña el cargo de organista en la iglesia que la comunidad de los Misioneros Hijos del I. Corazón de María regenta en esa ciudad. Desde París comienza su colaboración literaria en Tesoro Sacro Musical, en el que ha ido publicando desde 1919 varias composiciones, alguna ya de gran aliento. Hasta 1928 son más de veinte las que contabiliza López-Caló. Apenas llegado a París, envía su primera crónica musical en la que recoge la celebración de las Jornadas musicales gregorianas, organizadas por el Instituto de Gregoriano de París, y las Bodas de Plata de la Schola Cantorum de París Destaca su excelente estilo, de gran belleza literaria, y su aplomo crítico. El mismo cuidado estilo exhibe en la nota necrológica del maestro Gigout, profesor del Conservatorio de París y organista de la iglesia de Saint Augustin durante más de sesenta años.
Su estancia en París se prolonga hasta 1926, en que lo encontramos en Beire como profesor de Ciencias del filosofado. Allí continúa su dedicación de largas horas a la profundización en formación musical.
La inesperada muerte de su hermano, el P. Luis, acelera su destino a la casa de Madrid, en la que va a ocupar su puesto en el órgano del Santuario del Corazón de María y en la dirección de la edición de textos musicales del Tesoro Sacro Musical. La presencia del P. Juan al frente de la sección musical se hace sentir muy pronto. Esta es su obra más importante, donde se manifiesta su inteligencia y su competencia de forma más destacada. No ha dejado de incluir en las páginas musicales del Tesoro Sacro Musical a ninguno de los mejores compositores de su tiempo en España. A las convocatorias de sus concursos acuden también los mejores maestros del tiempo. Su Repertorio orgánico español, recopilación, ordenación, anotación y publicación de las mejores obras de la tradición española, iniciado por el P. Luis, es también parte no menor de su labor el frente de Tesoro Sacro Musical. El éxito de esta publicación lleva al P. Juan a ampliar las páginas de la revista, que se limitaba a composiciones para voces, y a abrirla a la música de órgano, revitalizando la tradición largamente olvidada en España de los grandes organistas.
“Si como compositor —dice el citado Román— no igualó a su hermano Luis, le superó como organista. Debido a su estancia en París se perfeccionó muchísimo en el órgano. Era aficionadísimo a oír a los grandes organistas… Todo esto, más el tener que tocar en la iglesia de la misión española con mucha frecuencia y ante un auditorio selecto, le obligaron a tomar con ahínco semejante estudio. Le oí tocar muchas veces el órgano del Santuario del Corazón de María en Madrid; y era, además de sumamente expresivo, impecable en la ejecución.
El P. Juan Iruarrízaga es asimismo un destacado compositor de música religiosa. También en esta dimensión se muestra precoz, incitado, además, por la fama de su hermano y por la audición y la dirección continua de sus composiciones, muy presentes en los colegios claretianos en la carrera. Pero el P. Juan, crítico y de gran sentido estético en todas sus actitudes por naturaleza, no ofrece sus primeros trabajos con ensayos inmaduros o de mal gusto. A sus diecinueve años estrena en una velada colegial en Santo Domingo de la Calzada el poema El alma y la gracia para coro, solos y. acompañamiento de piano y armonium con éxito extraordinario. En 1950, Tesoro Sacro Musical publicó Mosaico sonoro, obra que recoge la producción más notable del P. Juan.
Menos triunfal, pero no de calidad inferior que la de su hermano, aclamada en el Teatro Real y en otros grandes escenarios, fue la trayectoria de director de coros del P. Juan Iruarrízaga.
De su última etapa, en 1934, ha quedado una nota de la visita general, en la que el Rvmo. P. Maroto constata la buena salud del P. Juan, “de 36 años, sano y robusto, totalmente entregado a la música”. El Rvmo. P. Nicolás García había notado, en visita anterior, el talento y el buen fondo que lo adornan. A pesar de su carácter algo retraído, a diferencia del efusivo y desbordado de su hermano Luis, en las múltiples relaciones sociales y amistades que le deparaban sus actividades se mostraba afable y cortés en extremo. “Resplandecían en él, además, buenas formas, siendo su porte correctísimo con toda clase de personas, aun en las recreaciones en que se suele conceder a esto alguna mayor suelta y larga.
De sus hermanos de comunidad salvados recibe el máximo elogio, cuando afirman en el renacido Iris de Paz, de nuevo en Madrid en 1939, que “como religioso y sacerdote era un modelo. De la música hacía su culto, era el misionero artista… músico que empapaba de misticismo las funciones sacras con su arte soberano”. Fue un religioso ejemplar, esclavo de la obediencia a sus superiores, entusiasta de la observancia regular e incansable en el trabajo, de una piedad sincera, que le hacía delicadísimo de conciencia.