Joaquín Mª Sialo

JOAQUIN Mª SIALO,

PRIMICIA CLARETIANA DE ÁFRICA

                                                                 

 

Por Marcelo Ensema, cmf.

“No sé cómo será Sialo”

 

            Dicen los que le trataron que el P. Joaquín María Sialo, cuando hablaba de sí  mismo, siempre lo hacía en tercera persona, utilizando sólo su  apellido. Sus alumnos del Seminario de Banapá cuentan que, cuando les corregía  por alguna trastada, comenzaba siempre así:

  • “No sé cómo era Sialo, pero no era como vosotros”.

            Con mucha pretensión y no pequeña dosis de atrevimiento, os invito a tratar de conocer un poco más  a nuestro personaje. Desde la perspectiva que marcan los años,  he intentado reflejar en estas líneas su perfil, de la manera más sencilla, de acuerdo con esa sencillez evangélica  con la que, en el ejercicio del ministerio, subyugó a muchos que espontáneamente le abrían sus corazones ansiosos de encontrar a Dios, a través de su persona y sus palabras. A lo mejor descubrimos ese lado desconocido por él mismo o sólo discreta y humildemente insinuado en su oposición al comportamiento inadecuado de sus alumnos. Empiezo por decir que “Primero” es el calificativo que encuadra y resume mejor su vida.

            Desde Agosto de 1929 fue el primer sacerdote autóctono del Vicariato Apostólico de Fernando Poo, como se llamaron después por muchos años aquellas “misiones del Golfo de Guinea” en  las que inició la Congregación en 1883 su primera experiencia de misión “ad gentes”. Tres años después, emitió su primera profesión religiosa en Salvatierra, (Álava, España) el 15 de mayo de 1932, como misionero claretiano.

            Desaparecido físicamente de entre nosotros el 29 de Junio de 1957, su memoria sigue viva en el país que le vio nacer y en el organismo mayor congregacional al que perteneció. Muchas organizaciones y entidades que llevan su nombre lo testimonian. Estas pinceladas de su vida quieren ser la proyección de su personalidad hacia toda la Congregación, pues, además de ser el primer sacerdote guineano, fue el primer Misionero Claretiano de Guinea Ecuatorial y, como tal, la  primicia claretiana de África.

 

 

Los primeros años (1899-1912)

 

            Poco podemos concretar acerca de los primeros años de la vida del P. Sialo. En aquellos tiempos, los habitantes de la Isla de Fernando Poo, como todos los de aquellos territorios que habían pasado del dominio portugués al español más de un siglo antes, no se perdían en complicaciones de Registros e inscripciones de nacimientos y defunciones. Todo era tan sencillo como empezar un niño a abrir los ojos a la nebulosa luz de Rebola, pueblecito situado a nueve Kms. de Santa Isabel (Malabo), en el Nor-Este de la Isla de Fernando Poo (Bioko). Los padres del niño –Watarubo Chicampo e Ibeto- le pusieron el nombre de Sialo. El matrimonio tuvo otros tres hijos: Maho, Bolopá y Kono Ilepa, la única niña.

            La vida en Rebola transcurría como en los demás pueblos bubis. Cada núcleo humano de cierta consistencia por el número de sus habitantes, formaba dos pueblecitos: el de la montaña, para dedicarse a la agricultura y a la caza, y el de la  playa, para las tareas de la pesca.

            Sabemos que a los pocos años –seis o siete-  el niño Sialo fue sorprendido por el dueño de una finca de piñas, en una de esas bajadas a la playa, en compañía de un grupo de mujeres. Estas pudieron escaparse fácilmente, pero el niño Sialo quedó en poder de aquel hombre, que lo convirtió en criadillo, poco menos que un esclavo. Y el hombre estuvo a punto de llevárselo a su patria, Liberia, de no mediar la intervención del Superior de la Misión Católica, P. Joaquín Juanola.  

            El contacto con el P. Juanola le franqueó las puertas del colegio que los Misioneros mantenían junto a su residencia de Santa Isabel desde que se instalaron en aquella misión, en 1883. Se le abrieron al niño otros horizontes más amplios que los de su Rebola natal.

            Sialo ingresa en la escuela de la Misión el 14 de Julio de 1907.

            Por el aprovechamiento y dominio que iba adquiriendo en la Lectura, Catecismo, Gramática Española, Aritmética, Geografía e Historia, el niño Sialo daba muestras de una inteligencia despejada. Estaba feliz en medio de su formación académica, humana y cristiana.

            Esta felicidad se desbordó, sobre todo, el día de su bautizo, después de un año de intensa preparación. Fue el 11 de Abril de 1909, de manos del P. Cirilo Montaner, Párroco de la Catedral. Se le puso el nombre de Joaquín, en agradecimiento al P. Joaquín Juanola, su reconocido e inolvidable protector. Tendría unos diez años. Desde entonces se calculó que 1899  era el año del nacimiento del niño Joaquín Sialo. Y hasta se estableció la “precisión” de la fecha de su nacimiento: 11 de Abril de 1899.

            Los estudios primarios duraban cuatro años. Luego se tenían los exámenes de fin de ciclo. Joaquín Sialo los superó exitosamente el 16 de Diciembre de 1911. Ahora tocaba dar otro paso en su formación.

            En Banapá los Misioneros Claretianos habían establecido la segunda Misión en la isla de Fernando Poo en 1884. La primera, la de Santa Isabel, la habían heredado de los Jesuitas. Banapá era propiamente “su” misión. Allí funcionaba una Escuela de Artes y Oficios, como prolongación y complemento de la formación iniciada en el Colegio de Santa Isabel. Estudiaban  en los talleres de Imprenta –donde se editaba desde 1903 la revista claretiana “La Guinea Española”-; los de Zapatería, Sastrería, Carpintería y Albañilería. Funcionaba también una Banda de Música, una Finca experimental de cacao, tabaco y arroz. Banapá era una Misión completa en la que se trataba de dar a los alumnos una formación integral, intelectual y práctica, a fin de  prepararles para la gran lucha de buscarse  un futuro asegurado y próspero.

            A esta Escuela de Banapá fue Joaquín Sialo, inscribiéndose en la especialidad de Imprenta, el 8 de Enero de 1912.  

 

Seminarista (1912-1929)

 

            La evangelización claretiana se había extendido por la mayoría de los pueblos de la isla de Fernando Poo, atendidos por las comunidades misioneras existentes: Santa Isabel (Malabo), Banapá, Claret de Batete, Concepción-Riabba y San Carlos (Luba).

            La lejana y solitaria isla de Annobón contaba de siempre con la presencia de dos o tres misioneros desde 1885.

            En la Región Continental existían ya comunidades misioneras en las islas de Elobey y Corisco,  en Cabo San Juan y Río Benito (Mbini). Desde estos dos últimos centros los misioneros atendían pastoralmente la zona sur del litoral. Se les escapaba aún la zona norte, que comenzaba desde Bata, donde seguían presentes los misioneros espiritanos franceses. El interior de la Región Continental seguía sin conocer el Evangelio.

            La evangelización de todo el Vicariato Apostólico de Fernando Poo -región insular y región continental- avanzaba y se consolidaba palpablemente. Había llegado el momento de dar un paso más en la implantación de una iglesia autóctona. Desde Octubre de 1909 había surgido de la mano del Vicario Apostólico Armengol Coll, la “Asociación de Auxiliares de las misiones”, que fue germen de  la vida consagrada femenina en el Vicariato.[1]

            Por otra parte, Propaganda Fide insistía en la necesidad de formar un clero autóctono que trabajara al lado de los misioneros para la consolidación de una iglesia local. Por eso, después de madura reflexión, el Vicario Apostólico decidió erigir y constituir un Seminario para la formación del clero local en las instalaciones de Banapá.

            El año 1912 se reclutaron las primeras vocaciones entre los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios. Se escogieron doce, los mejores, todos de unos trece años de edad. Entre ellos se encontraba Joaquín Sialo.

            Las actividades escolares se iniciaron el 9 de Febrero con el estudio del Catecismo, Analogía, Sintaxis Castellana, Principios de Latín, Ejercicio de Lectura Castellana, Redacción y Análisis Lógico.

            El contiguo ajetreado de la Escuela de Artes y Oficios y de la cercana población de San José, surgida al abrigo de la Misión, no parecen favorecer la labor de los Seminaristas en Banapá. Los Superiores deciden trasladar el Seminario a la tranquila Misión de Concepción-Riabba, donde están los claretianos desde 1888. En aquel rincón del sureste de la isla de Fernando Poo se desarrolla el Seminario de 1914 a 1917.

            No fueron tan buenas las condiciones del lugar como se esperaba. No aumentaba el número de los seminaristas, pues los pueblos vecinos se estaban despoblando. Y los once seminaristas que habían ido para allá quedaron reducidos a dos: Lucas Loria, de la misma región, y nuestro Joaquín Sialo, quien ha podido superar por completo los estudios de las Humanidades.

De 1917 a 1922 estos dos supervivientes de Concepción-Riabba se trasladaron al Seminario de Las Palmas de Gran Canaria. Sialo, además de Filosofía y comienzo de la Teología,  se preparó por su cuenta el primer curso de Magisterio, que aprobó.

            El Certificado de los estudios teológicos del Seminario-Universidad Pontificia de Canarias del curso  académico 1919-1920, llevado de manera cíclica en varias asignaturas, concluye que “el alumno interno D. Joaquín Sialo ha obtenido en todas las asignaturas la calificación de Meritissimus o Sobresaliente”.

            Sialo manifestó ser muy capaz para los estudios. Además, tenía vivos deseos de acabar pronto la carrera para dedicarse a la evangelización de sus compatriotas. Así lo expresaba desde Las Palmas en carta al P. Eusebio Sacristán, antiguo Misionero en Guinea, y entonces Procurador de aquellas Misiones en Madrid. Hablando de sí mismo en tercera persona, como era su costumbre, el seminarista Sialo escribió:

            “Es ya filósofo de tercer año; pero, ¿podrá tener la dicha de que en acabando los cinco años que restan de Seminario envíe a V.R. una fotografía en que esté ya hecho un hombre formal, un sacerdote bueno y santo, y, en fin, un apóstol de mis paisanos negritos?

            Doy a V.R. palabra de hacer todo lo posible, de mi parte, para obtener esta dicha sin igual.

            ¡Qué ansia tengo de irme con nuestro Obispo a Fernando Poo y ponerme enfrente de alguna de aquellas reducciones, a fin de recoger a tantos niños que se encuentran con las puertas de la misión cerradas, por falta de comida, y enseñarles los misterios y verdades del Cristianismo!”[2]

            Los Superiores decidieron que los dos seminaristas continuaran los estudios en el Seminario Conciliar de Barcelona, los cursos 1922-1923 y 1923-1924. Tras un minucioso discernimiento, se decide que sean alumnos internos. Toman parte, en diciembre de 1923, en la Asamblea Misional de Seminaristas españoles. Sialo disertó sobre el tema “La Obra de San Pedro Apóstol y el Clero Indígena”, que le mereció aplausos y felicitaciones.

            Al final de ese segundo curso en Barcelona, reciben una orden del Obispo, que lo es ya desde 1918 el Rvdmo. P. Nicolás González, de  regresar a Fernando Poo.  Estaban seguros de que perdían el curso entrante, y aunque el Obispo no había determinado nada sobre la vuelta a la Península, estaban convencidos de que volverían a Barcelona. Pero no fue así. Su compañero Lucas dejará definitivamente los estudios de preparación para el sacerdocio, yendo de maestro al poblado de Basupú, mientras Joaquín Sialo  permanecerá en el Colegio Apostólico de Basilé.[3]

            En Basilé Joaquín Sialo estará  repasando lo estudiado, aprendiendo lenguas y ayudando, en la escuela contigua, al P. Maestro. Irá completando el cupo de materias exigido para llegar al sacerdocio. Hacia él va madurando su camino y  se va entrenando en la práctica del apostolado. Incluso monta un pequeño taller de alpargatería, aprovechando los rudimentarios conocimientos adquiridos en la visita a una fábrica de Cataluña. Hace incluso sus cálculos de pequeñas ganancias para sufragar algunos gastos del Seminario.

            Pero su situación en Basilé resulta bastante incómoda. Parece que las cosas no acaban de aclararse para su futuro, sobre todo de parte del Obispo. Sialo no se inmuta, sabe sobreponerse a cualquier contratiempo. Tiene a su  cuidado un grupito de alumnos que aspiran al sacerdocio. Tiene  que inyectarles ánimos para continuar y seguir sus huellas. Es su destino de ser “el primero”.

            Sialo sigue organizándose como puede en sus estudios porque se acerca el tiempo de los exámenes. Estudia los tratados de “Deo Creatore” y “Verbo Incarnato et Redentore”. Estudia solo. Por eso duda si logrará aprobar y si le valdrá el curso.

            Tiene sus exámenes por escrito el 19 de diciembre y los aprueba felizmente. Le queda sólo el tratado “De gratia” y “De Sacramentis” (la parte moral). Luego, algo de cánones y liturgia, con lo que ya tendrá hecha toda la carrera sacerdotal.

            Con constancia y decisión, va superando las dificultades. Parece que para  su Superior las cosas se aclaran cada vez más y el horizonte se presenta bastante más despejado. Así llega el curso 1928-1929, último de su ciclo de preparación para el sacerdocio.

 

 

Sacerdote (1929-1931)

 

            La ardua y larga carrera de Joaquín Sialo hacia el sacerdocio se caracterizó, en su recta final, como contrapartida, por una apacible y normal sucesión de los acontecimientos. Las Ordenes las fue recibiendo en dos escenarios diferentes: Basilé y Santa Isabel. Eran los lugares en que se había ido desarrollando su vida en la última etapa de preparación para la ordenación sacerdotal. Se organizó también así  como una catequesis para las diferentes personas, a fin de asimilar mejor y comprender  esas ceremonias tan especiales que nunca se habían desarrollado en el País. Los jóvenes eran invitados también, de esta manera, a seguir las huellas de Sialo.

            El 24 de Octubre de 1928 Joaquín Sialo recibió, en la iglesia de Basilé, la Tonsura clerical, y fue promovido al Ostiariado y al Exorcistado. Le acompañaban su hermana Kono Ilepa, convertida ahora en Emilia, y una prima; el grupo de seminaristas, colegiales y colegialas, toda la población del lugar y los que pudieron subir desde Santa Isabel. No podía ser de otra manera. Era la primera vez que un  nativo del Vicariato llegaba al estado clerical, abriéndosele de esta manera las puertas del sacerdocio.

            Cuatro días después, en la solemnidad de Cristo Rey de aquel año, 28 de Octubre, recibió las dos restantes órdenes menores, Acolitado y Lectorado, en la Catedral de Santa Isabel, ante una gran concurrencia de fieles.

            Siguió dando clases en Basilé, mientras se iba preparando para las órdenes mayores. Allí las recibió de manos del mismo Vicario Apostólico: el 24 de Febrero de 1929, el Subdiaconado, y el 19 de Mayo del mismo año, el Diaconado.

            El Presbiterado, de tanta resonancia en el Vicariato y en toda la Colonia, se lo confirió su mismo Superior eclesiástico el 25 de Agosto del mismo año 1929, Solemnidad del Inmaculado Corazón de María, en la Catedral de Santa Isabel. Esta fue el centro de toda la ciudad y poblados para poder presenciar cómo se hacía un sacerdote: el primer sacerdote guineano. El poder civil le introdujo, por ello, en la categoría de los “emancipados”, con bastantes más facilidades y privilegios que el resto de sus paisanos.

            Pero el P. Sialo estaba seguro del camino que había escogido. Siempre consideraría su sacerdocio, no como entrada en un estrato social superior, sino como una nueva condición de servidor de sus hermanos.

 

Misionero claretiano (1932-1957)

 

            El  P. Joaquín Mª Sialo, una vez iniciada su vida sacerdotal, dio paso a su otra ilusión que debió acompañarle todos los años de su formación sacerdotal: ser como aquellos misioneros a quienes veía tan entregados a las diversas tareas de anunciar el Evangelio en su tierra. Pero se encontraba con la decisión de que la voluntad de la Santa Sede era formar clero diocesano y no religiosos entre los nativos. Era la práctica en todos los terrenos de misión. A pesar de ello, una vez llegado al sacerdocio, creyó llegado también el momento de aclarar su vocación religiosa sin pérdida de tiempo.

            Consultó con su Superior el Obispo Vicario Apostólico. Habló con el Superior Provincial de Guinea, P. Marcos Costa. Escribió al Superior General, P. Nicolás García Y, sobre todo, confió sus inquietudes a su gran confidente y orientador, P. Juan Postíus, de visita en Guinea, como Delegado del Superior General: “A ver si viene V.R con nuestro asunto resuelto. De ello me dijo S.E (El Vicario Apostólico) que había escrito al Gobierno del Instituto”. Está firmemente convencido de que, como lo escribió en estas fechas, “estando solo es mejor ingresar en la Congregación; los que vienen detrás, por ser más, podrán formar Clero secular”[4].

            Y no fue solo por la soledad de ser el único sacerdote diocesano. El P. Joaquín Mª Sialo se sentía fuertemente atraído por la figura de Claret, misionero itinerante. Su vida posterior nos revelará que se tomó en serio su decisión de ser misionero como San Antonio Mª Claret.

            El 11 de Febrero de 1930 presentaba al Superior General de los Misioneros Claretianos su petición de “formar parte entre los Misioneros de la Congregación, Hijos del Inmaculado Corazón de María”.

            El 5 de Noviembre de 1930 puede embarcar para España, a fin de iniciar el Noviciado que la Provincia Bética tenía en Jerez de los Caballeros (Badajoz). Desembarca en Cádiz y se detiene en Puerto Real, donde la Viceprovincia de Guinea tenía una casa de descanso y de ambientación para los destinados al Vicariato de Fernando Poo. Llega a Sevilla el 4 de Diciembre, con la premura de poder iniciar el Noviciado el 7, Vísperas de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la que proyectaba realizar su profesión religiosa, un año después.

            Pero aquí surgen las dificultades, las primeras de una serie que irá experimentando a lo largo de su vida claretiana. El P. Visitador General, que se halla en la Provincia para realizar su misión, exige la presentación de algún documento por el que el P. Provincial de Guinea le autoriza ingresar en el Noviciado. El P. Joaquín Sialo no lo llevaba, y se tuvo que pedir. Mientras llega de Guinea la autorización solicitada, tendrá que hacer el Postulantado por  más tiempo.

            El 8 de Diciembre llegó al Noviciado de Jerez. Enseguida se hace al ambiente, a pesar de los muchos años que le separan de la edad de  sus compañeros

            En sus cálculos cargados de impaciencia, ha soñado poder empezar el Noviciado para la víspera del día de Reyes del año 1931.

            También aquí choca con la realidad. No comenzaría el Noviciado hasta el 18 de Marzo Dos meses duró el Noviciado de Jerez para el P. Sialo. Los luctuosos acontecimientos que siguieron al triunfo del Frente Popular en Abril de 1931 y tras proclamarse la segunda República alcanzaron también la población de Jerez. Se tuvo que interrumpir el Noviciado, con la dispersión de todos los novicios. El P. Sialo se trasladó a Gibraltar, donde estuvo desde mediados de Mayo a finales de Junio, en que pudo llegar a Salvatierra, al Noviciado de la Provincia de Castilla.

            El trabajo de su formación religiosa, iniciado desde el comienzo de su tramitación para el paso de sacerdote diocesano a religioso, continúa con mayor rigor y seriedad. Tiene ganas de formarse bien y de atar bien todos los cabos en lo que se refiere a la vida religiosa.

            En vistas a su profesión, hace consultas sobre sus bienes: una finca de 10 Has., una máquina de escribir, una cámara fotográfica, un cáliz, recuerdo de su ordenación sacerdotal, etc. En su afán de proceder según las normas, llega a unas precisiones que delatan una delicadeza y finura espiritual no ordinaria:

            “Quisiera quedarme con unos cuantos libros de enseñanza; pero como nuestro Codex no especifica, a excepción de tres, quisiera me aclarase este punto, conformándome en ello con el Espíritu de la Congregación.

            Cuál es el secreto de ser un buen Hijo del Corazón de María; pues oigo siempre decir que tal Padre o tal Hermano tiene un buen espíritu…Sobre este particular no deje de escribirme VR, pues anhelo de veras salir bien formado”[5].

            En la misma carta vuelve al tema de los estudios del Magisterio interrumpidos. Retoma dicho tema “por responder- escribe- a la invitación de los Anales sobre la adquisición de títulos académicos, para habilitarnos en la enseñanza ante el Nuevo Régimen”. No lo plantea por el hecho de obtener títulos, sino para ser más eficaz en su ministerio. Pide el parecer del P. Postíus para ver si después del Noviciado podría ir examinándose de las asignaturas que le faltan. “Por mi parte, concluye, más me inclino a dejarlos; pues me parece mucho estar uno o dos años más aquí en España: de todos modos, antes la obediencia”.

            El día tan esperado de la profesión llegó, por fin, tras recuperar el tiempo de interrupción del Noviciado en Jerez de los Caballeros. El novicio P. Joaquín Mª Sialo profesó como claretiano el 15 de Mayo de 1932, solemnidad de Pentecostés. “Desde anteayer soy, aunque inmerecidamente, hijo del Ido. C. de María”, escribía al P. Postíus.[6]  La fuerza y la luz del Espíritu Santo le ayudarían a ir descubriendo, a lo largo de sus algo más de veinticinco años de vida como Misionero Claretiano, ese “secreto de ser un buen Hijo del Corazón de María” que tan afanosamente estaba buscando.

 

Docencia e itinerancia

 

            Inmediatamente después de la profesión religiosa, el P. Sialo comenzó a ejercer el apostolado como Misionero Hijo del Corazón de María. Se juntaron las ganas que él siempre había manifestado de ejercer el ministerio sagrado en sus diversas tareas y el afán que todos tenían, los hermanos de comunidad y los sacerdotes y cristianos de las distintas parroquias, de ver actuar a un sacerdote negro. El P. Sialo era un espectáculo fervorosamente atrayente y él se sentía muy bien en su papel de protagonista. Fue destinado a la comunidad de Aranda de Duero.

            Ya metido de lleno en el apostolado, recibe la comunicación de embarcar para Guinea el próximo mes de Diciembre, en el puerto de Barcelona.

            A finales del mes estaba ya en Santa Isabel. Recibe un destino provisional en el Seminario de Banapá, que tanto conocía ya. Visita y celebra en su propio pueblo de Rebola. Sus paisanos, mal informados o interpretando mal la información recibida, le creían ya muerto en los sucesos del Noviciado de Jerez de los Caballeros. Es de suponer la alegría que vivieron al verle de nuevo.

Acompañando al Obispo realiza algunas visitas a distintos poblados de la Isla de Bioko, en plan de presentarse y darse a conocer como el primer Misionero Claretiano del Vicariato. Pero el verdadero destino misionero vendrá por aquellos días: “Como nadie es profeta en su patria, me han destinado los Superiores a la misión de Bata, para misionar entre los pamues y kombes”, escribe al P. General. [7]

            Su currículo de misionero itinerante o “expedicionario”, según la terminología de Guinea, se desarrolló casi exclusivamente en esta región continental del país, en contacto con las distintas etnias. En Bata estuvo de 1933 a 1935. En Evinayong (1935-1940), recorrió el extenso territorio del Centro Sur, en una región que llega hasta la frontera con el Gabón. Volvería a la zona playera, concretamente a Río Benito, en dos períodos: 1940-1942 y 1945-1950.

            La zona de Kogo, litoral sur hasta la frontera con Gabón, la conocería en sus dos años de destino (1950-1952). Desde allí, Kogo, frecuentó las poblaciones de las islas de Corisco y Elobey, tan emblemáticas en la primera evangelización claretiana de Guinea Ecuatorial.

El contacto con la extensa zona continental  del este lo tuvo en su destino de Nkuefulán, la primera gran misión del interior, madre de todas las demás misiones, donde trabajó en dos períodos: 1942-1945, y 1952-1953.

Por fin, volvería a la Isla que le vio nacer: la segunda vez en Banapá (1953-1955) y San Carlos (1955-1957), última etapa de su vida misionera.

            Había recorrido todos los rincones de Guinea Ecuatorial, excluida la solitaria isla de Annobón.

            Su ocupación preferente, consagrada por los distintos destinos, fue siempre la enseñanza (sobre todo en Evinayong, Río Benito y Banapá) y el ministerio itinerante. Comparte y reparte su vida entre los hermanos de raza de las principales etnias de Guinea, llegando a hablar perfectamente el fang y el kombe. Se dedica con tesón al estudio de los usos y costumbres de algunas de ellas. Muchas páginas de nuestra revista “La Guinea Española” están llenas de esa su preocupación etnológica y literaria.

            Un compañero suyo en los últimos años de su vida  le recuerda así: “Le quería mucho porque era muy buen compañero y era muy piadoso… Era muy buen formador como prefecto. Uno de los actos más prácticos y además emotivos como formador era cuando convocaba a los seminaristas a la capilla del Seminario y allí se pasaba hablándoles sobre el espíritu y conducta adecuada para ser buenos sacerdotes. Sin grandes especulaciones y de manera práctica les enseñaba la vida espiritual y la buena conducta; todo con ejemplos y sobre todo con anécdotas, muchas de ellas que hacían reír. Algunas anécdotas eran sobre su propia vida. Acompañando a los seminaristas se pasaba todo el tiempo, menos los sábados por la tarde que se permitía ir a Malabo para pasar un rato con sus amigos y distraerse. Lo que sí quisiera que se destacara es sobre todo su espíritu alegre, y cuán agradable era la convivencia con él. Al P. Sialo lo quería todo el mundo; daba igual que fuera blanco o negro. En este punto de amar a todos sin distinción le doy un sobresaliente ¡Cómo se reía de que algunos tuvieran cierto reparo en llamarlo negro y lo llamaban moreno! El respondía: Yo, ¿moreno?; pues si soy más negro que el carbón, y lo decía siempre con una carcajada que cautivaba…Nunca se quejaba de nada y cuando algo tenía que sufrir lo curaba todo con la alegría”[8].

 

 

Entre el dolor y el sacrificio

 

            La intensa actividad misionera del P. Sialo solo era posible si la sustentaba una firme e intensa vida espiritual. Tenía una voluntad firme y seria de reproducir en su propia vida el ideal del Misionero que trazó el Fundador.

            Lo que aprendió en el Noviciado lo iba viviendo en el ejercicio del ministerio. En él hallaría el secreto de ser un buen hijo del Corazón de María que tanto le preocupaba. Sin darse cuenta, estaba siendo el “hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…; el hombre a quien “nada le arredra, se goza en las privaciones, aborda los trabajos y abraza los sacrificios”, como Claret.

            La misma condición de misionero “expedicionario” era ya un abrazo inexorable al sacrificio de andar siempre a pie por los caminos del bosque, adonde no llegaba aún “la guagua”, muchas veces intransitables en la época de lluvia. A veces eran campañas de varios días. El trabajo era con frecuencia agotador.

            A estos sacrificios y dificultades en el ejercicio del ministerio se unen las contrariedades vividas, los momentos de ver frustrados sus planes, y algunas incomprensiones. Ya hemos visto la contrariedad que experimentó al no poder continuar sus estudios de Magisterio, para los que contaba con la aprobación del Obispo Vicario Apostólico.

            Años más tarde, tuvo en Bata otro contratiempo para la profesión perpetua, que debía emitir el 15 de Mayo de 1935. En carta del P. Ramón Jutglar, Superior Provincial, del 4 de Abril de 1935, se le comunica la decisión del Gobierno Provincial de realizar una tercera renovación temporal. Dos de los motivos aducidos eran porque el P. Sialo debía pedir dispensa del juramento perpetuo de servir al Vicariato, (lo que ya había hecho), y realizar en forma legal su testamento, pues no se tiene como tal el que firmó antes de su primera profesión.

            Ante esta situación, se le prorroga por seis meses la profesión hasta el 15 de Noviembre, fecha en la que haría la profesión perpetua. Acepta la decisión y expone su voluntad de hacer la profesión perpetua para el día de la Inmaculada Concepción, fecha más significativa, por lo que pide se le permita prolongar la profesión temporal hasta el 7 de Diciembre. Esta petición, enviada a Madrid, obtiene, de parte del experto jurista consultado, una respuesta negativa.

            Pero  el Gobierno General accedió  totalmente a su deseo, como le informaba en Noviembre el nuevo Obispo Vicario Apostólico, P. Leoncio Fernández, a la vez que le comunicaba su nuevo destino a la Misión de Evinayong. Ya en ésta, informaba a su valedor y protector  P. Postíus:

            “Como lo había deseado y pedido, conseguí profesar perpetuamente el día de la Inmaculada Concepción en esta Misión de San José de Evinayong. Para un servidor, ha sido un caso providencial y un nuevo e inesperado favor del Cielo.”[9]

            Igual temple mostró durante los revuelos de la guerra civil española de 1936-1939 que le encontraron precisamente en Evinayong. En dos ocasiones se hace bajar a Bata a los miembros de la Comunidad de una manera totalmente torturante. La segunda vez, son hacinados, durante tres días, en el campamento militar de Niefang, en compañía de los misioneros de Nkuefulán. Luego todos son conducidos a Bata. En un almacén comercial, desde el 24 de Septiembre, 17 misioneros de cuatro de las cinco comunidades de la Región continental sufren una tortura psicológica; se les entretiene para ser fusilados el 15 de Octubre, una vez llevados a bordo del buque “Fernando Poo”. Al P. Sialo se le quiere excluir y dejar en libertad por su condición de indígena. Él se resiste a ello; quiere correr la misma suerte que sus hermanos misioneros.

            No tuvieron la gracia del martirio, pues un barco de los “nacionales” les salva de la muerte a golpe de cañonazos; pueden saltar a tierra precisamente el día destinado a morir.

            Murieron dos misioneros en el acto. El tercero, desangrado a causa de la amputación de una pierna, lo haría tres días después en Santa Isabel.

            Vuelta la calma, cada misionero regresó a su comunidad, siguiendo normalmente sus tareas evangelizadoras. El P. Sialo continuó en Evínayong hasta el año 1940.

            La participación en Roma en los actos de la canonización de San Antonio María Claret en 1950, vendría a proporcionar unos días de descanso y paréntesis laboral en su programa misionero. Aun así, tiene oportunidad para visitar a los conocidos y volver a ser el protagonista de celebraciones en las parroquias donde se estrenó como misionero claretiano. Les habla con mucha más experiencia misionera.

            De vuelta en Guinea, fue destinado y volvió a su conocida y querida región continental. Tres años después es destinado al Seminario de Banapá como Profesor y Prefecto de Disciplina (1953-1955).

            Pero, decididamente, la vida del Seminario no era el campo apropiado para el P. Sialo, acostumbrado a recorrer sus capillas por la inmensidad del bosque de la Región continental. Tuvo, sin embargo, en este tiempo, la satisfacción de celebrar, arropado por el cariño y entusiasmo de los Seminaristas y representación de la población y autoridades de Santa Isabel, sus bodas de plata sacerdotales, el 25 de Agosto de 1954. A estas alturas de su vida, el P. Sialo es reconocido como “un respetable sacerdote, cubierto de canas y de méritos, ganados en el ejercicio constante del sagrado ministerio entre sus hermanos de raza”[10].

            Desde marzo de 1955, es destinado a la Misión de San Carlos, como Consultor segundo y, de nuevo, expedicionario.

            Allí estuvo hasta mediados del año 1957. No tenemos referencias de cómo pasó la fecha de sus bodas de plata de Profesión religiosa (15 Mayo). Suponemos que trataría de reavivar los sentimientos de fidelidad y la oración para conseguir dicha fidelidad,  como había expresado en circunstancias importantes de su vida.

            Unos días después, tuvo que hospitalizarse en Santa Isabel para someterse a una operación  quirúrgica, de la que salió bien. En su optimismo, esperaba reintegrarse pronto a su Comunidad, para continuar su labor preferida. Pero el 29 de Junio, después de recibir la comunión en su habitación, y tomado su desayuno, mientras descansaba en un sillón, le vino un paro cardíaco que le causó la muerte.

 

“Como soy el primero de la serie….”

 

            Murió hace algo más de cincuenta años. Pero su figura sigue aquí, ante nosotros, como el primero, el cabeza de serie a quien miran y siguen los que vienen detrás. Era consciente de ello, lo cual suscitaba en él un gran sentido de responsabilidad: “Como soy el primero de la serie, quiero compenetrarme bien de todo el espíritu de los beneméritos Hijos del Ido. C, de María, nuestra Madre”.[11] A ello apuntan todos los que expresaron sus sentimientos cuando conocieron, consternados, la noticia de su muerte. Recalcan su espíritu misionero, su laboriosidad y su sacrificada vida  en el ejercicio de las tareas misioneras Así lo expresó a su muerte, el Superior de su última comunidad, P. Francisco Gómez, que luego sería nombrado, al año siguiente, Obispo Vicario Apostólico de Fernando Poo:

            “El P. Sialo tenía en esta misión el cargo de expedicionario, y en honor de la verdad hay que declarar que lo desempeñaba cumplidamente y con notable interés y celo. No obstante su edad, pasaba de los sesenta años, no obstante sus achaques y enfermedades que él ocultó hasta sus últimos meses, visitaba con frecuencia las capillas que tenía encomendadas tan difíciles y lejanas como Ruitché, Bocoricho, Balachá y sobre todo Ureca, y atendía a los cristianos con paciencia y tranquilidad admirables…

            Era de carácter paciente y bondadoso, imponiéndose verdaderos sacrificios para visitar y atender a los enfermos, para administrar los Sacramentos Era piadoso y se notaba su piedad en el cuidado y esmero con que celebraba el santo sacrificio de la Misa y rezaba el Oficio Divino, lo que hacía invariablemente todas las noches ante Jesús Sacramentado.

            Se distinguió en la práctica de los votos de castidad y pobreza. No era nada exigente, ni en la comida, ni en el vestido, ni en las cosas y objetos de uso personal. En cambio, quizá pecaba de generoso cuando se trataba de dar o de exigir a los de fuera. Llevó siempre con honor su condición de primer sacerdote del Vicariato y primer Misionero indígena, Hijo del Corazón de María”.[12]

            Son palabras que reflejan ese algo especial que era y tenía el P. Joaquín Mª Sialo. Ese algo que él mismo no sabía concretar más que oponiéndolo a algún proceder de sus alumnos y que les manifestaba cuando realizaba la obligación de corregirles: “No sé cómo era Sialo, pero no era como vosotros”.

            El P. Alberto Goñi, miembro del Gobierno General que acababa de realizar la visita canónica a la Viceprovincia de Guinea, proclamó y sintetizó admirablemente  el significado de la figura del P. Sialo, primer claretiano que África entregó a la Congregación. A su regreso de Guinea, escribió desde Roma, al enterarse de la inesperada muerte del P. Joaquín Mª Sialo Ibeto:

            “Es un acontecimiento histórico muy digno de registrarse en la brillantísima Historia de esas queridas Misiones; se trata del primer hijo del Ido. Corazón de María moreno, que la Congregación envía al cielo. Y en verdad que se trata de algo muy estimable y digno de ponderación, pues nuestro querido hermano difunto tenía muy acentuadas  las características del auténtico Hijo del Ido. Corazón de María: era sencillo, piadoso, dócil, trabajador, abnegado, amantísimo del Ido. Corazón de María y de la Congregación. Pude notar con gran satisfacción el aprecio en que le tenían todos los Misioneros, sus hermanos; y ciertamente bien merecido por su excelente carácter, su servicialidad y disposición para todo. Que descanse en paz nuestro buen P. Sialo, y que suscite selectas vocaciones de entre sus coterráneos para la Congregación querida, que la sirvan y honren y amen como él la sirvió, honró y amó”.[13]

 

 

[1] Son las actuales Misioneras de María Inmaculada, que forman parte de la Familia Claretiana.

[2]  Documento en el Archivo General. Sin fechar

[3] A esa población se ha trasladado el Seminario, después de una efímera presencia en Banapá (1917-1923), a su retorno de Concepción-Riabba

[4] Carta sin fechar. En el Archivo General

[5] Carta al P. Postíus del 6 de Diciembre de 1931, desde Salvatierra.

[6] Carta del 17 de Mayo de 1932

[7] Carta del 17 de Enero de 1933.

[8] Testimonio del P. Amador Martín, cmf,  que convivió con él en el Seminario de Banapá.

[9] Carta del 5 de Febrero de 1936.

[10] Editorial de la Revista La Guinea Española, nº 1415, 10 Agosto 1954, p. 291.

[11] Carta al P. Postíus del 6 de Diciembre de 1931, desde el Noviciado de Salvatierra.

[12] Cf  Boletín religioso de la Viceprovincia claretiana de Guinea. Noviembre-Diciembre 1958, pp.231-232

[13] Carta  del 5 de Julio de 1957 al P. Jesús Morrás, Superior Viceprovincial de Guinea.