ISAAC BURGOS

ISAAC BURGOS

El P. Burgos como Religioso.—Al M. R. P. Burgos todo le sonreía antes de entrar en nuestra amada Congregación. Su juventud, su talento, su carácter, el aprecio de sus Superiores jerárquicos, el conjunto de excelentes cualidades que le adornaban, habríanle, sin duda, abierto las puertas a los honores y dignidades que racionalmente puede apetecer un joven sacerdote de tan relevantes prendas. El fue siempre una notabilidad entre sus condiscípulos y una gloria del seminario de Segovia, como lo recuerdan los pocos supervivientes de aquel tiempo. Pero no; para el P. Burgos todo eso no era más que humo y vanidad, y su corazón, desprendido del mundo, abrigaba aspiraciones más nobles, más puras, más santas. Desde que tuvo conocimiento de nuestro humilde Instituto, sólo pensó en alistarse a sus banderas, sin parar mientes en las poco halagüeñas circunstancias que por entonces rodeaban a los Hijos del Corazón de María. Lo cual aquilata notablemente la vocación del joven sacerdote; porque ¿qué podía esperar el P. Burgos de un Instituto desterrado, perseguido, de vida raquítica, sin horizontes risueños que halagara la fantasía de la juventud?

Verdadera vocación de Dios fue la de nuestro Padre, la cual dignóse el Señor bendecir, infundiendo en el ánimo de otros dos jóvenes sacerdotes segovianos los mismos sentimientos de dejar el mundo y dirigir sus pasos al Séminaire des Missions étrangêres de Thuir (Francia, Pirineos Orientales), donde se conservaban por entonces los preciosos gérmenes del futuro desarrollo de nuestra Congregación amada. Esos dos jóvenes fueron los PP. Heredero y Delgado, el primero notabilísimo por sus dotes oratorias y otras preciosas cualidades, y el segundo admirable por su misticismo, recogimiento y fervor, hermano que fue del Ministro de Hacienda Sr. Delgado en tiempo de Moret. iOh! qué días de gloria habrían dado a la Congregación a prolongarles el Señor la vida como la del P. Burgos, su compañero.

El día 2 de Octubre de 1874 hizo nuestro querido Padre su profesión perpetua en la capilla de Thuir, y la dulce paz y santa alegría que le animaron siempre y le hicieron llevaderos los trabajos y privaciones del noviciado, acompañáronle después para emprender con bríos juveniles las primeras ocupaciones y cargos humildes impuestos por la santa Obediencia en el mismo Noviciado de Thuir.

Desde esta fecha memorable, sintiéndose el joven Misionero robustecido con la fuerza sobrenatural que produce en el alma la profesión religiosa y la eficacia de los votos, y comprendiendo, por otra parte, las graves obligaciones del nuevo estado, vímosle más solícito que nunca en la práctica de las virtudes evangélicas y entregarse con mayor ardor al servicio de Dios y al culto del Purísimo Corazón de María, para ser en todo un religioso ejemplar.

Nota simpática de la vida religiosa del P. Burgos fue el que no tuvo eclipses que la obscureciesen, antes bien, semejante al sol, iba creciendo de virtud en virtud hasta llegar a su cenit. Dejando aparte ciertos defectillos inherentes a nuestra flaca naturaleza, y de los cuales apenas se ven libres los mis-• rnos santos, fue constantemente a manera de luz sobre el candelero, y esparciendo con los resplandores de esta luz el buen olor de Cristo, conforme al consejo del Apóstol.

Para nuestro Padre no fueron letra muerta nuestras santas Reglas, y esmerábase en ir siempre adelante en la fiel observancia de las mismas, pues no ignoraba que en esto se halla toda la grandeza y esplendor de la vida claustral.

Daba singular realce a la vida religiosa de nuestro buen Padre una tierna, dulce y constante piedad que no decreció un punto con los achaques de la vejez; y si esta virtud es útil para todo, en expresión de San Pablo, y lleva consigo regaladas promesas para la vida presente y para ala futura, no puede negarse que, bajo Ja poderosa influencia de ella, el corazón del P. Burgos semejaba un jardín feraz en la producción de excelentes frutos que daban vigor a su vida espiritual y le han granjeado un premio de eterna inmortalidad.

Merced a esta preciosa virtud, veíase a nuestro Padre recogido, fervoroso, abstraído de las criaturas en la oración y en todos los ejercicios y prácticas religiosas, deseando que todos los demás hiciésemos lo mismo. ¡Cuántas veces en las pláticas dominicales de comunidad oímosle lamentarse de los defectos observados en algunos Misioneros, poco piadosos en la celebración de la Misa y negligentes en otros rezos y actos del culto. En la bendición de la mesa y acción de gracias después de la comida, veíamosle siempre en una compostura muy devota y recogida, prueba evidente de que no obraba por rutina, sino con plena conciencia de lo que entonces practicaba.

Otro argumento de su religiosa piedad la encontramos, asimismo, en las largas horas que pasaba en el coro oyendo Misa, adorando a Jesús Sacramentado, rezando el Oficio divino y entregado a otros variados actos de amor filial para con Dios y con la Virgen Santísima.

Por último, el Señor quiso aquilatar la vida religiosa de nuestro Padre Subdirector General, mandándole en sus postreros años varias y graves enfermedades, habiéndole tenido que administrar algunas veces los últimos Sacramentos, dándonos en todas ellas santos ejemplos de paciencia, resignación y fortaleza, como a buenos religiosos corresponde.

Plegue a Dios y al Purísimo Corazón de nuestra Madre favorecernos con una vida religiosa semejante a la de nuestro P. Burgos y merecer con ella las más señaladas bendiciones del cielo para toda nuestra amada Congregación.

2º. El P. Burgos como Misionero.—Nada le faltaba a nuestro querido Padre para ser un cabal y perfecto Misionero, hijo del Corazón de María. Su carácter, sus aptitudes, su celo incansable, la sólida formación que recibiera al lado del P. Gabín, sus mismas aficiones, elementos fueron de gran valía para el ministerio apostólico, que el Padre supo debidamente aprovechar. Ese conjunto de bellas cualidades convirtiólas el celo de nuestro Padre en un verdadero anzuelo para ganar las almas y conseguir abundante pesca de pecadores. Sin afectación, sin estudio particular, sabía atraer a amigos y a enemigos y conquistar a todos para Cristo. Tratar al P. Burgos y quererle era una misma cosa. Atento, urbano, cumplido con todo el mundo, le era fácil preparar el terreno para una labor espiritual provechosa. Quizá en otros hubiera parecido una exageración de carácter y temperamento el trato del P. Burgos; pero en él parecía muy bien por ser espontánea manifestación de un natural bueno y compasivo que se inspiraba en los sentimientos del Corazón de Jesús y de María.

No creemos exagerar si, después de todo, afirmamos que el P. Burgos ha sido un astro brillantísimo en su fecunda carrera de apóstol.

Los primeros ensayos de este célebre Misionero revelaron claramente a qué alto grado de perfección llegaría en el correr de los años en su apostolado. Recuerdo que en vista de sus relevantes cualidades para el púlpito, encargáronle los Superiores de Thuir el sermón de la Soledad de María, para que lo predicara delante de la Comunidad, e hízolo tan bien, a pesar de su poca o ninguna preparación, que conservo todavía la grata sorpresa que a todos nos causó. En las dos primeras Misiones que juntos dimos en la diócesis de Madrid, recién fundada nuestra residencia en la Corte, pude observar cuán poderosamente llamaba la atención del numeroso auditorio, que dándose muy atrás de él el que estas escribe, siendo los dos jóvenes inexpertos en estas lides evangélicas. No se han olvidado aún en Torrelaguna y en El Vellón, que son las poblaciones por nosotros misionadas, los originales doctrinales y pláticas elocuentes de nuestro Padre.

Como el fin principal de la fundación de nuestros Padres en la capital de España no era precisamente el ejercicio del ministerio apostólico en la evangelización de la diócesis matritense, sino el tener una especie de Agencia para los negocios del Instituto ante las autoridades civiles del Reino, no  era que digamos campo muy dilatado para las energías y talentos del P. Burgos, y aunque en esta Corte hubiera podido dicho Padre llamar la atención, creyeron los Superiores más conducente a la gloria de Dios y salvación de las almas buscarle otro centro de operaciones en conformidad de las necesidades de los pueblos y de las cualidades de nuestro querido Padre, como en efecto así sucedió; porque después de la misión de Saria, dada en compañía de otro Padre, Madrid perdió de vista al insigne Misionero, que comenzó a recorrer innumerables pueblos, beneficiados con su elocuencia apostólica.

 Y ahora, ¿quién es capaz de seguir al P. Burgos en las incesantes y provechosas correrías evangélicas Navarra, Castilla, etc., etc., fertilizadas con sus sudores; fatigas, trabajos y sacrificios?

¿Quién podrá contar sus gloriosos triunfos para la causa de la Religión y salud de las almas? ¡Oh! ¡A qué rudas pruebas no estuvo sujeta la humildad del Padre en medio de los aplausos y ovaciones de las muchedL1mbres que le aclamaban llenas de entusiasmo! Sé de un pueblo que, embriagada la juventud por la arrebatadora palabra de nuestro Misionero, quiso llevarle en volandas a pesar de la fuerte resistencia que hacía el Padre para sustraerse a semejante exhibición.

La predicación del P. Burgos no era, sin embargo, aparatosa, ni se apartaba de las normas señaladas por los Romanos Pontífices, antes bien fue siempre noble, digna, evangélica y práctica, como debe ser la de todos nuestros Padres. Y si alguna vez era invitado a honrar el púlpito en alguna de las grandes solemnidades de la Iglesia con una oración sagrada de grandes vuelos, supo nuestro Padre armonizar su carácter de Misionero con las galas del buen decir. Los que le hubieran oído en tales circunstancias, pueden dar fe de la verdad de mis palabras. En el libro publicado por el Sr. Azara, “Tributo de la elocuencia a la Virgen del Pilar», hay un discurso de nuestro Padre compuesto sobre la Pilarica, que es un verdadero primor, y él confirma lo que estoy diciendo. A ese género de elocuencia debieran atenerse algunos de nuestros noveles Misioneros, que no creen posible la predicación elevada sin los atavíos de Lin lenguaje poco menos que ininteligible y los arreos de una erudición empalagosa.

La voz del P. Burgos no era muy potente; pero a pesar de su tono atiplado, supo sacar el mejor partido hasta el punto de oírsele sin fatiga en los auditorios más numerosos y en los templos de vastas proporciones, como aconteció en el magnífico discurso pronunciado en la catedral de Segovia, por motivo de la coronación de Nuestra Señora de la Fuencisla, y esto que nuestro buen Padre hallábase ya muy decrépito por su edad y por sus achaques.

Para terminar estas notas sobre el carácter de Misionero de nuestro P. Burgos, acuérdome, y lo consigno con placer, que en una de las visitas que nos hizo el Emmo. Sr. Guisasola, Cardenal de Toledo, complacíase el ilustre Purpurado en traer a colación delante del P. Burgos los sabios consejos y atinadas reflexiones que este Padre les diera en unos Ejercicios espirituales honrados con la presencia del mencionado Sr. Cardenal, Obispo entonces de Jaén, según parece. Y esto nos indica la grata y duradera impresión que siempre causa la palabra elocuente de un buen Misionero, aunque sea delante de un’ auditorio selecto e ilustrado, como suele ser el formado por el clero. 

3º. El P. Burgos como Superior.—Sin querer me he extendido más de lo justo en las notas biográficas precedentes, y ello me obliga a ser más breve en lo restante de mi escrito.

Por sus eminentes cualidades mereció el P. Burgos subir por todas las gradas de la jerarquía religiosa de nuestra Congregación, excepto la de Director General. Su paso por las casas de Pamplona, Calahorra, Bilbao, etc., son a manera de piedras miliarias que trazan el espinoso camino recorrido por   él en la carrera del Superiorato. La estimación y respeto de sus súbditos y el alto concepto en que lo tenían sus Superiores principales y la mayor parte de los individuos de nuestro Instituto, abriéronle las puertas al Provincialato de Castilla, que desempeñó rectamente durante dos sexenios seguidos, con no pocos trabajos del bendito Padre y notable provecho de sus numerosos subordinados. En el primer período de su cargo Provincial hizo la visita a las casas del Brasil, no siéndole posible hacer lo mismo en las de la Argentina y Chile, que dependían entonces de la Provincia de Castilla (1).

En las respectivas casas donde fue Superior y en el espinoso cargo de Provincial, y en todas las circunstancias que tuvo   que obrar como representante de Dios, estuvo el P. Burgos a la altura de sus graves compromisos ante la Congregación y ante la Iglesia. El estudio de los deberes de un buen Superior daríanos luz bastante para descubrir un fiel administrador de los bienes del gran Padre de familias y un excelente depositario de la autoridad, empleada siempre, no ad destructionem, sino ad aedificationen de propios y extraños.

En mi entender, los Superiores de nuestra Congregación deben distinguirse en tres cosas, que son: lª procurar siempre y en todo lugar la fiel observancia de las santas Reglas; 2ª promover los intereses, tanto espirituales como materiales de la Comunidad; 3ª ir delante con el buen ejemplo, para que todos respeten su autoridad y sea provechosa la corrección que forzosamente tiene que dar a los delincuentes. Y esta fue la línea de conducta seguida por nuestro Padre en todas las épocas de su Superiorato, incluso la de Subdirector General, para cuyo cargo filé elegido en el Capítulo de Vich del año 1912.

Cumple ahora hacer constar, a fuer de imparcial, que no le faltaron a nuestro querido Padre, en el desempeño de los difíciles cargos de Superior, ciertos lunares debidos a un exceso de celo en la reprensión de livianos defectos de algunos individuos. Me. refiero a aquellos exabruptos de carácter que no dejaban de molestar a cuantos los presenciaban; pero que, por fortuna, casi nunca pasaban de ser movimientos, llamados por los teólogos primo primi. Y si alguna mala impresión causaron a algunos individuos poco conocedores del corazón humano, quedó disipada al momento con la amabilidad y dulzura que invariablemente guardaba el Padre con los mismos a quienes pudo disgustar. 

El Señor en su infinita misericordia habrá acogido en su amoroso seno el alma, tan enriquecida de méritos, de nuestro llorado Padre Subdirector General ganados en sus setenta años de vida.

Aconteció su muerte el día 30 del mes de Junio, a las doce del mediodía. Hubiera podido vivir algún tiempo más, si un colapso cardíaco no hubiera puesto fin a tan preciosa existencia. En el cielo se acordará nuestro buen Padre de su amada Congregación y de todos los Misioneros, Roguemos nosotros por su alma, pidiendo a Dios le dé el descanso eterno. R. I. P. Amén.

Domingo Solá, C. M. F.