INOCENCIO HEREDERO
El P. Inocencio Heredero había hecho con brillantez la carrera eclesiástica en el Seminario de Segovia, y casi recién ordenado de sacerdote entró en nuestro Noviciado de Thuir, en donde edificó a todos con su humildad, prudencia y celo. Al poco tiempo de pronunciar sus votos religiosos, le destinaron los superiores, con el cargo que de Superior a fundar la Casa-Misión de Alfaro, en donde se dieron a conocer de una manera sorprendente sus cualidades oratorias.
La merecida fama obtenida con sus elocuentes predicaciones llegó hasta el Principado de Cataluña; el Seminario de Vich, que siempre ha pasado por uno de los más ilustrados del orbe católico, le confió el panegírico de Santo Tomás, y dejó su nombre a tal suele altura entre los insignes profesores y maestros en el saber que le escucharon, que aún conservan de él grata memoria y hablan con singular elogio de la sabiduría, elegancia y viva expresión que resplandecían en aquel su admirable discurso.
De Alfaro pasó como predicador á Zafra, y al poco tiempo como Superior. Aquí las palabras de su ardiente celo llegaron hasta entusiasmar el carácter frío del pueblo extremeño, y unido esto a su exquisito tacto, finura y prudencia, y más que todo al espíritu de oración que informaba todas sus acciones, en poco tiempo llevó a cabo, bajo la dirección del Superior General, dos nuevas fundaciones de nuestra Congregación en aquellas abandonadas provincias, la de Almendralejo y la de Don Benito.
La de su elocuencia se extendió bien pronto por Extremadura, por ambas Castillas y hasta por las Provincias Vascongadas; Badajoz, Ciudad Real, Valladolid, Bilbao, San Sebastián y hasta la corte de España se disputaron el honor de oírle, y en todas partes colocó muy alto su prestigio, entre toda suerte de auditorios, desde el formado por las sencillas. muchedumbres hasta el más ilustrado en todos los ramos del saber.
Los miles de asociados con que cuenta la Archicofradía del Corazón de María en Madrid son testigos del maravilloso entusiasmo que despertó en sus corazones durante la novena de su Titular, que predicó el año anterior, y otros muchísimos recuerdan con placer su nombre desde que le oyeron en la iglesia de San Ginés predicar con ‘tanta solidez, profunda erudición y unción evangélica las verdades eternas, tanto más cuanto que sus palabras no eran estériles ni pura invención de la humana sabiduría, sino que como espada de dos filos penetraban las almas y herían los corazones, obrando innumerables frutos de conversión, fervor y santidad. Por esto no es para descrita la penosísima impresión que su muerte, acaecida en Madrid el día del Sagrado Corazón de Jesús, á las seis de la mañana, ha causado entre los Archicofrades de esta coronada villa.
Acababa de arreglar algunos asuntos para otras fundaciones en Ciudad Real y en Manzanares, y llegó a esta Residencia algo acatarrado. Púsose en cama, con la esperanza de levantarse muy pronto; pero el Señor, que quería recompensar sus incansables trabajos por el bien de las almas y de su amado Instituto, y más principalmente aquella escrupulosa exactitud con que guardaba las más pequeñas reglas y las disposiciones de los Superiores principales, por ver en ellas reflejada la voluntad de Dios, permitió que a los dos días le acometiera una fiebre perniciosa tan maligna, que en seis horas acabó con su preciosa existencia, entregando su pura alma al Señor poco después de haber recibido los santos Sacramentos.
Su muerte ha sido una gran pérdida para nuestra Congregación, que veía en él uno de sus miembros más ilustres y un consumado Misionero, que podía aún reñir muchas batallas contra la impiedad y la indiferencia religiosa de nuestros días, pues sólo contaba cuarenta y ocho años de edad, y llevará el luto á muchísimos pueblos y a innumerables familias, que le apreciaban entrañablemente y le amaban como a verdadero padre.