En 1869 continúa España en plena efervescencia revolucionaria; los Misioneros Claretianos viven, desterrados, en Prades (sur de Francia), excepto los dos pequeños grupos que desde allí han partido para África (Argel) y América (Santiago de Chile); hay además pequeñas células clandestinas en diversas localidades de España. Afrontando muchos riesgos, en septiembre de ese año, el intrépido P. Xifré decide enviar al P. Diego Gavín a su tierra natal de Huesca para que tantee las posibilidades de una fundación en regla; ésta tiene lugar en Barbastro, ciudad actualmente tan llena de resonancias para todos los Claretianos. En pocos meses las poblaciones ribereñas del Vero y del Cinca sabrán cómo evangeliza una claretiano.
En Barbastro había nacido 10 años antes, el 30 de julio de 1859, Ignacio Buil, el primer claretiano –creemos- de quien se ha compuesto una biografía. Ésta lleva el significativo título de Práctica de las pequeñas virtudes, o biografía del virtuoso joven. (Madrid 1887). Ignacio cursó sus primeras letras en el barbastrense colegio de los Escolapios, santificando ya con sus pisadas infantiles aquellos locales que, 66 años más tarde, serán testigos de gestas casi inenarrables. Allí, además de frecuentar las aulas, el pequeño Ignacio se hace monaguillo de la pequeña iglesia pública aneja al colegio y comienza a sentir la llamada al sacerdocio.
Pero está claro que Dios dirige los pasos de cada uno en la dirección que él quiere, no siempre en la que pueda parecer más lógica u obvia. A Ignacio le resultó más atrayente la predicación itinerante de los Misioneros que la educación de los niños realizada ejemplarmente por los Escolapios; y así, tan pronto como tuvo edad para ello, pidió ser admitido en nuestra Congregación. En marzo de 1874 ingresó en la gran comunidad de Thuir, donde pocos meses después inició el noviciado canónico. Tuvo como Maestro al P. Clemente Serrat, futuro Superior General, mientras que el P. Clotet era Superior Local y Subdirector General de la Congregación
La profesión de Ignacio, primera y perpetua, como se hacía entonces, tuvo lugar el 2 de agosto de 1875, en manos del Rvdmo. P. Xifré. Refiriéndose a esa fecha, escribe a sus padres pocos días después: “¡Qué día tan grande para mí! Hice a Dios el ofrecimiento, la consagración, los votos, la determinación completa de mi voluntad…¡Si ustedes conociesen la grandeza y solemnidad de este acto!”.
Los años siguientes continuará Ignacio en la casa de Thuir cursando la filosofía y la teología, como preparación a un ministerio sacerdotal que…nunca ejercerá. Su formador en esta época fue otro claretiano célebre, el P. Jaime Juanola. Es un tiempo de santificación, de ir dando a su persona la “forma” requerida para una misión eficaz, aun contando con su débil complexión física. Estudia, ora, convive, se ejercita en la libertad de la propia superación, de no dejarse vencer por inclinaciones inmediatas (“ascesis”), y así avanza perseverantemente, siempre con gran alegría e ilusión. Durante largas temporadas padece migrañas o jaquecas, pero externamente no pierde la afabilidad; se va haciendo motivo de admiración para cuantos conviven con él. Goza con las solemnes celebraciones litúrgicas y devocionales de aquella gran comunidad de unos 70 Misioneros: “Acabamos de celebrar –escribe a sus padres- la fiesta del Corazón de María, precedida de una novena; predicaron nueve jóvenes sacerdotes de Casa, con el celo y fervor…”.
Se ha conservado un cuaderno personal del seminarista Ignacio, en el que distribuye en los siete días de la semana los capítulos de las Constituciones que leerá, las prácticas de vida evangélica en que desea ejercitarse, y las pequeñas oraciones que recitará. Es un modelo de “proyecto personal” para el progreso en la vida misionera.
La vida de Ignacio Buil fue breve, pero intensa; no le brindó la oportunidad de realizar grandes gestas, pero supo ennoblecer lo pequeño y cotidiano haciéndolo grandioso y extraordinario; no salió de la casa de formación. El 15 de enero de 1880 –contaba, pues, 20 años de edad- se sintió aquejado de una fuerte dolencia pulmonar; era pleuresía, que quizá venía arrastrando desde hacía tiempo. Los medicamentos no surtieron efecto. Se le administro la unción de enfermos y falleció plácidamente el día 19. El P. Clotet fue uno de los que admiraron su entrega en las cosas pequeñas, su progreso en santidad en tan poco tiempo, y la serenidad con que acogió la muerte. Las palabras finales del P.Fundador cupio dissolví et esse cum Christo (Filp 1,23) deben de haber sido muy repetidas por Ignacio Buil en sus últimos días.
Severiano Blanco Pacheco, CMF