FRANCISCO PRADA
Ingresó en la Congregación el 1 de noviembre de 1904 en el postulantado de Balmaseda, donde hizo el primer curso de humanidades. En Santo Domingo de la Calzada hizo tres años de latinidad. En 1908 comenzó el noviciado en Segovia, donde profesó. En 1910 comenzó la filosofía en Beire. En 1912 pasó a cursar cinco años de teología en Santo Domingo de la Calzada, donde recibió la ordenación sacerdotal.
En 1918 fue destinado al Brasil, residiendo primero en São Paulo. Trabajó después en Belo Horizonte y Carangola, en el Estado de Minas Gerais, Salvador de Bahia, nuevamente en Belo Horizonte y São Paulo, y finalmente fue a trabajar a la prelatura de São José del Alto Tocantins, con sede entonces en la actual ciudad de Niquelândia.
Desde 1937 actuó como administrador apostólico de la prelatura, hasta que el 3 de septiembre de 1946, cuando contaba 54 años, fue elegido obispo titular de Bisica. Al ser creada, diez años después, la diócesis de Uruaçu, el 26 de mayo de 1956, el P. Prada fue nombrado primer obispo de la nueva diócesis, que sustituía a la prelatura de José de Tocantins. Rigió la diócesis hasta cumplir los 75 años, en que presentó la renuncia con fecha de 25 de febrero de 1976.
Tras la renuncia al gobierno de la diócesis, residió durante muchos años con sus feligreses en Goianésia y después quiso vivir en Goiânia con sus hermanos claretianos, en la iglesia del Corazón de María, donde pasó los últimos años de su larga vida, falleciendo de insuficiencia respiratoria, a la edad de 102 años, siendo el obispo más anciano de Brasil y del mundo entero.
Esta es en resumen la vida del P. Prada. Pero estos datos fríos no reflejan su obra monumental y pionera de obispo misionero, de administrador de la prelatura de São José de Alto Tocantins (hoy Niquelândia) y de primer obispo de la nueva diócesis de Uruaçu, que tanto deben a sus iniciativas y temperamento activo, riguroso consigo mismo y entregado a lo que tenía que realizar. Su obra misionera y apostólica, en los años de su ancianidad, cuando la sordera no le permitía un trabajo directo con la gente, la dejó consignada en las 18 obras que escribió, dedicadas en general a los recuerdos de su largo apostolado y a historiar la vida de la diócesis de Uruaçu. He aquí algunos títulos de sus obras: “Migalhas”, “Luz sobre Muquém”, “Reminiscéncias de um bispo míssionário”, “Diocese de Uruaçu” y “Prelazia Claretiana Atto Tocanffns”.
El P. Prada fue un hombre que supo ejercer su sacerdocio con verdadera dedicación, sin miedo a las contrariedades y contratiempos, dando una lección de vida y de lucha, de saber vivir íntegramente y aprovechar para el bien hasta el último minuto de su larga existencia. Fue un hombre que vivió para Dios, luchó por la justicia y por la implantación del reino de Dios en este mundo. Antes de su muerte, escribió: «Mt adiós: Antes de partir quiero dejar expresado mi profundo reconocimiento y gratitud a la querida Congregación, por todo cuanto ha hecho por mí en el orden material y espiritual. Este agradecimiento lo manifiesto de modo especial a esta casa de Goiânia, que me ha acogido, con [anta dedicación en la última etapa de mi vida. De rodillas pido perdón a quien ofendí y desedifiqué. Una vez recibida la notificación de mi muerte, le pido el favor de rezar por mi pobre alma Adiós, hasta el cielo». Tuvo una muerte santa, como fue santa su vida y particularmente sus últimos años.
Fue sepultado en la cripta de la catedral de Uruaçu.
Para conocer mejor la personalidad de Monseñor Prada, ofrecemos unos fragmentos del testimonio que el P. Manuel Lopes envía a la Secretaría General:
«Tenía gran admiración por este hombre de Dios, dedicado completamente a las cosas de Dios, de la Iglesia y del pueblo.
Todos conocen su gran actividad misionera en Brasil, sus trabajos y sus andanzas misioneras. Fueron años difíciles y duros. Monseñor Prada, como buen leonés, los afrontó con valentía y entusiasmo. Contó ciertamente con la ayuda y apoyo de los claretianos que le ayudaron en aquellas difíciles visitas pastorales, caminando muchas veces a pie o a caballo, realizadas con el mayor sacrificio.
Los últimos años de su vida los pasó con los claretianos de Goiânía. Celebraba y se dedicaba a la oración. Era solicitado por muchos sacerdotes de la ciudad para la dirección espiritual o la confesión.
Su actividad misionera no cesaba nunca. La pequeña vieja máquina de escribir, que merecería ser expuesta en un museo claretiano, podría hablar de muchas cartas y publicaciones que Monseñor Prada preparó en los últimos años: folletos pastorales sobre catequesis, sobre la nueva evangelización, la Congregación claretiana, el Corazón de María, la vida de claretianos ilustres y los mártires. Lo hacía con cariño y dedicación, y sus folletos se leen con agrado. Tenía el don de la pluma.
Se mostraba disgustado cuando la editorial retrasaba sus publicaciones, y las distribuía feliz y desinteresadamente cuando llegaban.
Era un hombre al estilo de Claret: misionero de la palabra hablada y escrita. Su voz era fuerte y elocuente; le sobraban los micrófonos, Seguía asiduamente la aparición de todos los documentos del Papa, y estaba al día de los acontecimientos de la Iglesia del Brasil y de la diócesis. Se interesaba por la Congregación. Preguntaba mucho. Y sobre todo leía mucho. Le gustaba estar informado de todo. Y de aquí nacía su ilusión de escribir para divulgar la verdad y ser misionero activo desde su habitación.
Tenía una memoria prodigiosa: contaba casos e historias con detalles precisos, con nombres propios, con fechas exactas, Conservó esta lucidez hasta pocas horas antes de morir. Resultaba agradable oír sus explicaciones. A veces comentábamos: “Este hombre es un archivo de datos importantes para la historia, para una buena historia de la Congregación en Goiás”.
Sus últimos años fueron una plegaria continua. Prácticamente se le encontraba siempre en oración con el rosario entre las manos. Dio ejemplo de serenidad, sencillez y confianza en Dios… Vivió y murió pobremente».
En los “Annales” de 1959 apareció la interesante crónica de una jornada de nuestro obispo con el título “Mi Día en la Ascensión del Señor”, en la que describe en estilo familiar el trabajo agotador de un día lleno de actividades (Cf Annales, vol. XLV, anno 1959 pp. 455-457).