FLORENTINO SIMÓN
Por lo que pudimos oír, hace años, de algunos de sus condiscípulos, ya en la carrera el ideal del apostolado absorbía por entero su alma y llenaba su gran corazón. Al terminar su bien aprovechada carrera cúpolo en suerte intervenir en la fundación de nuestra Comunidad de Calatayud. En la página 170 del tomo II de la Historia de la Congregación del erudito P. Mariano Aguilar leemos lo siguiente: “Los individuos destinados a la nueva fundación fueron los siguientes: PP. José Arbos, Superior; Juan Torner, ministro; Florentino Simón, etc. La toma de posesión de nuestra casa verificóse con extraordinaria solemnidad, concurriendo a ella el Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis, el Cabildo de la Colegiata con sus hábitos corales y el muy ilustre Ayuntamiento, de gala y en corporación y una apiñada muchedumbre compuesta de todo el pueblo bilbilitano’!.
En este casi medio siglo de la historia de esta provincia del Brasil, el P. Florentino Simón es citado con gloria en todas sus páginas; siempre dócil a los superiores, amable con los iguales, bonísimo con los inferiores; siempre incansable, emprendedor, animoso, constante y de ojos fijos en los dilatados horizontes que le abrían sus nobles ideales de apostolado.
Fue prudente y delicado director de almas, predicador entre 108 más notables y superior muy querido y respetado.
Prelado de San José de Tocantins
El cúmulo de preseas naturales y de virtudes cristianas y religiosas que lo adornaban lo señalaron para puestos de prelacía dentro de la misma Congregaci6n. Y así, joven aún, fue nombrado superior de la casa de Campinas, que le debe importantes reformas; después superior de la nueva casa de Meyer, en Río de Janeiro; es consultor provincial en el sexenio en que gobernó la provincia el célebre P. Ramón Genover, a quien sustituyó en el cargo de provincial en 1919. Terminado su período de superior mayor, que fue fecundo y venturoso para la provincia del Brasil, vuelve a regir las comunidades de Río de Janeiro y Campinas, hasta que la Santa Sede viene a fijar sus ojos en él para nombrarlo Obispo titular de Leuce y prelado de San José de Tocantins, en el Estado de Goyaz, uno de los 21 que integran esta vasta república.
El telegrama de nombramiento vino de la nunciatura el jueves Santo de 1931. Sin pérdida de tiempo fue consagrado Obispo en nuestro santuario de San Pablo, por su grande amigo el respetable arzobispo metropolitano D. Duarte Leopoldo y Silva, con asistencia de los señores Obispos de San Carlos y Campins. A las pocas semanas se dirigía a su nuevo campo de evangelizaci6n. Tuvimos la feliz oportunidad de acompañarlo en el primer día de viaje, en compañía del P. Provincial Fernando Rodríguez.
Largo y penoso era el viaje para un misionero que a los 63 años llevaba una hoja tan gloriosa de trabajos apostólicos. Tuvo que atravesar en tren los estados de San Pablo y Minas Gemes, y después le tocó recorrer más de cien leguas a caballo para llegar a la Sede de prelacía, San José de Tocantins.
Tres años de evangelización y trabajos agotadores e incesantes en aquellas lejanas regiones de bosques, de ríos y de poblaciones muy distantes fueron suficientes para minar tan preciosa y robusta existencia. Monseñor Simón y Garriga murió en San Pablo el 23 de noviembre de 1935.
Las notas características de toda su vida fueron: simplicidad evangélica, corazón de apóstol, espíritu intrépido hecho para los sufrimientos y la actividad.
De simple misionero y de obispo fue siempre un auténtico hijo del Padre Claret: el hombre que abraza los sacrificios y no se arredra ante las dificultades y las mortificaciones. En las misiones, y siendo él superior, escogía para sí lo más gravoso y molesto, haciendo que el compañero aceptase el mejor aposento y la mejor cama. Y todo eso lo hacía el P. Simón con tal espontaneidad y destreza como si fuese una necesidad imperiosa de su natural instinto.
El P. Simón tenía aptitudes para todos los ministerios, estaba dotado de muy buena presencia y de óptima salud y por su preparación cultural y espiritual sabía salir airoso de todos los encargos. En la mesa no bebía vino ni tomaba postres delicados; pero en lo demás comía lo que se le presentaba. Todo le asentaba bien y cuántas y cuántas reflexiones no hizo el buen padre solo con unas frutas y un pedazo de pan.
En los primeros años de su vida de superior en Río de Janeiro iba muchos días a la semana a celebrar en las iglesias distantes catorce y dieciseis kilómetros, haciendo a pie todo el trayecto, a la ida y a la vuelta, bajo los rayos de aquel sol tropical y llegando a casa hacia el medio día o a la una de la tarde pues las misas eran celebradas a las nueve o diez.
Estas y muchas otras austeridades, tan connaturales en el intrépido P. Símón, sólo en el Libro de la Vida están escritas y ciertamente es lo que basta. En las misiones en otras predicaciones o cuando acompañaba en visitas pastorales a los señores obispos quién no recuerda las incalculables. privaciones y actos de heroismo del infatigable P. Simón, en viajes a pie y a caballo o en malos carruajes, allá en los primeros años de este siglo! Era ágil para montar a caballo pero en sus correrías apostólicas ¡cuántas veces cayó sobre el polvo, sobre piedras y en lodazales! En cierta ocasión viajábamos juntos y no teniendo otra cosa, nos echamos a dormir sobre dos toscos bancos. Yo, aunque cansado, creo que por tener mis huesos poco endurecidos, no acababa de conciliar el sueño. Era la una de la madrugada, cuando noté que algún animalejo andaba sobre mi sotana. Preocupado con lo que pudiera acontecer a mi buen compañero, que estaba pro. fundamente dormido, con mucho tiempo encendí un fósforo y con él un pedacito de vela que traíamos, y luego descubrí dos ratoncitos que se paseaban tan campantes, uno sobre el cuerpo y otro sobre el rostro del P. Simón. De tal suerte acerté con los dos golpes que eché a lo lejos los dos atrevidos roedores, sin que el buen P. Simón abriese los ojos ni alterase su tranquilo descanso.
Otra vez, por haber querido hacer un favor, lo salvamos con dos marineros, de caer en el mar; otras fueron a sacarlo caído junto a las ruedas del tren, y dos meses antes de ser nombrado obispo estuvo de cama unos días por haberse caído de una mesa donde había subido para concertar un cordón eléctrico.
Son detalles curiosos que creemos no deben suprimirse si se quiere dar un retrato fiel de ese misionero incomparable, humilde y pequeño como un niño y grande como un santo.
Su santa muerte
El Excmo. Sr. D. Florentino Simón y Garriga, Obispo de Leuce y prelado de San José de Tocantins, entregó su bella alma al Creador en la tarde del 23 de noviembre de 1935. Fue un sacerdote piadoso, un religioso observante, un misionero celoso y sacrificado y un obispo humilde y verdaderamente apostólico, A raíz de su muerte escribía el director de Ave María, P. Anastasio Vásquez, con su estilo siempre elevado: ¡acaba de morir un héroe del sacrificio! ¡acaba de morir un santo!
SEBASTIAN PUJOL, C. M. F.