Nació en Barriosuso de Valdavia, provincia de Palencia, en 1815. Estudió dos años latinidad y humanidades en Carrión de los Condes. Inició la filosofía en el seminario de León y la continuó en Valladolid, donde adquirió el título de bachiller; allí adquirió también notables conocimientos de lengua griega. Explicó filosofía en su pueblo natal, mientras estudiaba teología en privado por haber sido suprimidos los seminarios y las facultades de la misma. Reabierto el seminario de León, concluyó allí la teología, recibiendo el grado de bachiller. En 1845 se licenció en jurisprudencia por la universidad de Valladolid, y ejerció por un tiempo la abogacía en Saldaña. Recibió la ordenación sacerdotal el 16 de enero de 1847.
En el mismo año 1847 marchó a Puerto Rico como secretario del obispo, D. Francisco de la Puente, y desde 1848 fue provisor de aquella diócesis; seguidamente fue gobernador de la misma al ser trasladado su obispo a Segovia. Por segunda vez fue elegido gobernador de la diócesis en 1855, al ser trasladado su obispo Mons. Gil Estévez. Esta fue una época de tribulaciones, pues simultáneamente el gobierno de Madrid puso al frente de la diócesis al canónigo D. Jerónimo M. Usera y se produjo –tal vez por ignorancia- un cisma (que al año siguiente tuvo que subsanar S. Antonio M. Claret por su condición de metropolitano).
El 23 de octubre de 1855 D. Dionisio fue nombrado por Isabel II canónigo doctoral de Santiago de Cuba; tomó posesión el 10 de mayo de 1856. Y el 6 de junio el arzobispo Claret le nombró interinamente Vicario General, por ausencia temporal de D. Juan N. Lobo, en viaje a la Península; el nombramiento se hizo definitivo el 5 de septiembre. El 20 de marzo de 1857, al partir Claret inesperadamente para Madrid, le nombró, con amplísimas atribuciones, gobernador de la diócesis en su ausencia; permanecería tres años desempeñado este cargo.
D. Dionisio y otros dos colaboradores de Claret (D. Antonio Barjau y D. Paladio Currius) quedaron al frente de la diócesis; y en el seminario continuó como profesor el P. Antonio de Galdácano. Currius regresó a la Península en abril de 1859, mientras que los otros tres continuaron en Cuba hasta que finalmente, en febrero de 1860, llegó el nuevo arzobispo, D. Manuel Negueruela. Fueron para D. Dionisio años de mucho sufrimiento, por falta de salud y por problemas de la diócesis, especialmente por insubordinación de algunos sacerdotes; pero, por seguir las directrices de Claret, estaba dispuesto a dar la vida. Finalmente zarpan los tres hacia la península el 25 de abril y llegan a Madrid el 22 de junio. Para entonces Claret ha hecho ya alguna diligencias para colocar a D. Dionisio como auditor de la Rota (EC II, p. 105); pero esto vendrá años después.
D. Dionisio se toma unos meses de descanso para reponer la salud, y, tras renunciar a su canonjía de Santiago, se pone de nuevo a disposición de Claret, que en agosto del año anterior había sido nombrado presidente del Escorial. D. Dionisio debe de establecerse en El Escorial en el mes de octubre, y el 9 de diciembre, habiendo renunciado el vice-presidente, el ex-monje jerónimo P. Jerónimo Pagés, Claret le honra con dicho cargo y con el de rector del seminario supradiocesano que ya está en marcha. En realidad, tanto Claret como D. Dionisio debieron de entender el destino en El Escorial como un compás de espera, mientras había una plaza en el tribunal de la Rota (EC II, 105).
En 1861 D. Dionisio es el factótum en la creación del escurialense colegio de segunda enseñanza, del que inicialmente será también director. A finales de ese año Claret será ferozmente difamado en el parlamento en relación con tal colegio, y D. Dionisio le defenderá noblemente con una carta abierta que envía a los periódicos el 1 de enero de 1862. En los años 1863-64 es director del colegio d. Francisco de Asís Aguilar, pero por problemas de funcionamiento del colegio, en 1864 volverá a asumir la dirección del mismo. Y en 1866, cuando ya se entrevé la conclusión del bachillerato de los alumnos con que comenzó a funcionar, envía un informe a la Reina en orden al establecimiento en El Escorial de un colegio universitario que abarque las carreras de ciencias, de letras y de idiomas orientales. La institución fue concedida sin especiales dificultades.
D. Dionisio compartió con Claret los muchos disgustos que la dirección de las diversas instituciones del Escorial les granjearon; varias veces estuvo a punto de renunciar a su cargo –por el que, al igual que Claret, no cobró sueldo alguno-, pero resistió hasta el final. En junio de 1868 cesa Claret como presidente y D. Dionisio continúa como colaborador del nuevo presidente, D. Rosendo Salvado OSB. Pero, al estallar la revolución en septiembre, se suprime el seminario y el colegio pasa a manos civiles. A D. Dionisio le toca la engorrosa tarea de hacer entrega de todos los bienes del monasterio y asume también la de defender, en el juzgado de Colmenar Viejo, al P. Claret –desterrado en Francia- contra la acusación de haber robado joyas del monasterio.
En el mismo año 1868 D. Dionisio fue nombrado auditor de la Rota de Madrid, de la que, en el momento de morir, era decano. Nombrado senador del Reino en 1872, no aceptó dicha dignidad. Tampoco aceptó la mitra de Puerto Rico, para la que fue propuesto en 1873.
Murió en su pueblo natal el 6 de enero de 1887, cuando aún no se había iniciado el proceso de beatificación del P. Claret; pero dejó sobre él uno de los testimonios más elogiosos que se conocen. Refiriéndose a los aproximadamente 12 años en que fue su colaborador, escribió: “En todo este tiempo tuve ocasión de observar y admirar su vida ejemplar y verdaderamente apostólica… Aunque generalmente se le tenía por hombre de mediana instrucción… tuve ocasión de convencerme de que sus conocimientos eran vastísimos y profundos, principalmente en teología dogmática y moral y en Sagrada Escritura y de que era capaz de improvisar un sermón sobre cualquier asunto que se le designase… En resumen: no he tratado ninguna persona más virtuosa que el Excmo. Sr. Claret y cuya ciencia me haya inspirado mayor respeto y cuidado para hablar en su presencia” (Carta al P. Xifré, 8 de dic de 1879).
Claret, por su parte, tuvo de D. Dionisio un elevado concepto: “Me parece que le conozco, le he observado y estudiado y en él veo talento, penetración y deseos de acertar. Es verdad que es demasiado callado y reservado, que es el único defecto que veo en él, pero yo le amo y quiero, y el mismo afecto que le tengo me sugiere razones para disimular este defecto; es su natural sostenido por los desengaños que ha visto en sí y en otros” (EC II, p. 1175).
En un determinado momento de la gestión del Escorial hubo un malentendido que disgustó a D. Dionisio y por el que Claret le pidió perdón; a lo cual él respondió: “Estoy íntimamente convencido de que no ha tenido intención de ofenderme ni molestarme lo más mínimo; pues tengo motivos poderosos para estar persuadido, como lo estoy, de que me quiere más de lo que merezco…” (ECpas II, p. 679). D. Dionisio ofreció a Claret, cuando se encontraba en Roma y sin recursos, enviarle dinero; Claret se lo comentaba a su hermano Ildefonso (que también los había ayudado en tareas administrativas del Escorial), elogiándole nuevamente: “que obre con toda libertad, lo que le parezca; él ve las cosas más de cerca que yo, y tiene bastante talento para saber elegir lo que sea más prudente hacer” (EC II, p. 1388s). Al parecer, al menos una vez le envió dinero.
Signo del aprecio de D. Dionisio por el P. Claret fue su minuciosidad en coleccionar cuanta información tuviera que ver con él, ya en su época de Cuba ya en la de Madrid; se trata de un total de 728 escritos (“Tesoro de Barriosuso”, en cuatro volúmenes), de un valor documental incalculable, que conservaron los sobrinos de D. Dionisio y que en 1927 tuvieron la gentileza de regalar a la congregación claretiana. En algunos de ellos D. Dionisio escribió a lápiz la consigna “consérvese como reliquia”.
Severiano Blanco Pacheco