RMO. P. CIRIACO RAMÍREZ
Nacido en 1833 en Alija de los Melones, un pueblo de la Provincia de León y diócesis de Astorga, por circunstancias admirables, llamó a las puertas de la Congregación cuando había ya recibido la ordenación sacerdotal, y poseía un cúmulo de conocimientos no comunes, avalados de una conducta ejemplar y una voluntad de oro. Pasó a Vic, donde bajo la dirección del gran maestro P. Pablo Vallier se formó en el espíritu de la Congregación. Fue desde los comienzos un religioso ejemplar.
Y, no obstante, el P. Ramírez estaba dotado de un genio fuerte: a la legua se convencían cuantos con él trataban que éste era el caballo de batalla para su santificación. Se exasperaba con frecuencia, y solamente gracias a su lucha, que fue constante, consiguió mantener a raya aquel carácter de suyo terco y emprendedor. En esto se parecía al P. Xifré.
Poco después de su profesión fue enviado a la nueva fundación de Jaca, fundación que dur´ño muy poco pues fue el mismo Sr. Obispo quien la deshizo, por miedo a los revolucionarios. El P. Ramírez fue enviado a otras partes. El P. Xifré, que admiraba el espíritu sólido del P. Ramírez, le nombró prefecto del colegio de postulantado de Alagón. Esto sucedía en 1877.
Muy complacidos debieron quedar de la actuación del P. Ramírez cuando en 1883 fue llevado a la casa de Gracia, entonces escolasticado de la Congregación, como Prefecto de los estudiantes teólogos. Su actuación fue muy breve. La Congregación acababa de coger bajo su cuidado las necesitadas misiones de Fernando Póo y Guinea Española. El Gobierno General puso los ojos en el Rmo. P. Domingo Solá para que ocupara el puesto delicadísimo de Prefecto Apostólico. El candidato parecía muy aceptable así a la Santa Sede como al Gobierno, pero a última hora, por cosas que Dios permite, se cambió de plan, y habiendo sido enviado el P. Solá México, se pensó en el P. Ramírez para la Prefectura de Fernando Póo. El nombramiento fue aprobado y el Padre hubo de abandonar Barcelona para dedicar sus energías, que eran muchas, al desarrollo de aquellas misiones difíciles que la Santa Sede le encomendaba.
Aquella despedida de la primera caravana de misioneros africanos revistió caracteres memorables. Era el 5 de octubre de 1883. Animosos abandonaron Barcelona los doce misioneros capitaneados por el Rmo. P. Ciriaco Ramírez. El día 13 del mismo mes llegaban a Las Palmas. El día 13 de noviembre desembarcaban en Fernando Póo. Un Te Deum en la iglesia de Santa Isabel fue el primer acto oficial del nuevo Prefecto.
Es difícil que la posteridad se pueda hacer cargo de los trabajos emprendidos por el P. Ramírez en aquellas misiones, de las dificultades que hubo de vencer en las correrías evangélicas, de los peligros a los que se expuso para salvar almas. En su tiempo comenzaron a levantarse casas cómodas, y se establecieron las residencias de Corisco, Cabo San Juan y Annobón. Poco después, también en su tiempo, se establecieron las residencias de Banapá, Concepción, San Carlos y Elobey. Prácticamente dejaba al morir una Prefectura organizada.
Podríamos decir mucho de los trabajos que supo sobrellevar con aquel valor que en él parecía algo esencial. Mencionaremos tan solo tres casos. El primero es el viaje que a poco de llegar a Fernando Póo realizó al Vicariato Apostólico de Gabón, en el África francesa, con objeto de saludar a su Vicario Apostólico, y aprender lecciones preciosas para el futuro. Embarcose a fines de enero de 1884 en un vagón inglés, en el cual todos eran protestantes. El P. Ramírez comenzó a tener vómitos terribles que le hicieron subir mucho la fiebre. Nadie le atendía, ni entendía. Por medio de algunas palabras en latín que escribió a un Pastor protestante que iba a bordo, consiguió que le entendieran que estaba grave, pero nadie le hizo caso. Por fin reclamó que le visitara el médico de abordo, a quien pidió en la forma que Dios le dio a entender un poquito de quina, que le fue entregada.
En Gabón fue desembarcado gravemente enfermo en una canoa, y el inglés que la timoneaba comenzó a gritar en francés mon pére, con lo cual se acercaron unos africanos que cargaron con el Padre Ramírez, quien no podía tenerse en pie, y lo llevaron al Sr. Obispo. Cuando el P. Ramírez volvió en sí, se encontró frente a un venerable sacerdote que le decía en correctísimo latín: Noli temeré, fili, noli timere, veni mecum, et domus mea, domus tua erit. Aquellos días que permaneció en Gabón fueron utilísimos para el P. Ramírez, quien fue muy bien tratado, y quien recibió lecciones muy prácticas de aquel veterano obispo misionero.
Desde Gabón, y en un bote de la misión francesa, hizo la primera visita a la isla de Corisco, cuyo reyezuelo le pidió misioneros. Fue esta excursión del P. Ramírez a Gabón importantísima para el futuro de la Prefectura.
Sufrió el P. Ramírez mucho a consecuencia de ciertas autoridades que se habían empeñado en destruir las escuelas de la misión. El P. Ramírez luchó como un verdadero atleta de Cristo y con todo el furor de su carácter fuerte. Es tal vez una de las escenas más animadas que se leen en la Historia de la Congregación. Después de oficios y respuestas oficiales, alguna de las cuales ni fue leída por el Gobernador, quien manifestando muy poca educación le rasgó, y así rasgada se la mandó al P. Ramírez. Después de haber fracasado cuantos intentos propuso el P. Ramírez para una componenda amistosa, dirigió el Padre un valiente oficio al Gobernador en el cual le decía: Podrá, si le place, mandar que me encarcelen; podrá decretar, si le parece, mi destierro; podrá hasta mandar que se me corte la cabeza, si así lo juzga conveniente; todo esto podrá conseguirlo V.S. porque tiene el poder, y yo no pienso, con la gracia de Dios, hacerle ninguna resistencia; espera conseguir que ceda de mi derecho por la fuerza, jamás, jamás, jamás”. Palabras verdaderamente dignas de un atleta de Cristo.
Y como el Gobernador no hiciera caso, y un día, estando el P. Ramírez con el P. Maestro en la escuela se presentara aquel, con soldados para, a la fuerza, apoderarse del edificio, y pidió al P. Prefecto que desalojara la escuela, éste se negó redondamente a hacerlo; y como aquél enviara soldados y forzara a los niños a arrojar por las ventanas las camas y muebles, siendo de notar que estaba lloviendo, el P. Ramírez permaneció en la escuela. Allí estuvo cinco horas y cuando el Gobernador vino otra vez con soldados bien armados a intimarle que se retirara, se negó a hacerlo. Y como el Gobernador llamara en su ayuda al personal de una goleta de guerra, siguió el Padre más sereno y firme que nunca. Fue esta firmeza la que obligó a que el Gobernador se doblegara y conviniera en hacer el arreglo amistoso que desde un principio había propuesto el Padre Ramírez, interesado como estaba en el bien de la misión.
Hecho así delatan a la legua el héroe que por una causa justa expone su vida. ¿Cómo no habían de trabajar hasta el heroísmo misioneros que veían tales ejemplos en su querido superior? En 1888 el P. Ramírez fue llamado a España para asistir al Capítulo General que se celebró en Madrid. Trajo un africano que fue allí solemnemente bautizado por su Exc. El Sr. Nuncio de su Santidad. La propaganda a favor de la misión fue grande, y el ambiente hostil que contra la misma había, iba desapareciendo. Hay que advertir que el hermano del P. Ramírez, Don Eloy, era cónsul español en Inglaterra y que fue él quien providencialmente pudo cuidar al P. Xifré cuando en 1884 regresaba enfermo de gravedad de su primera visita a Fernando Póo.
Cuando al regresar a Fernando Póo se enteró que la misión de Concepción, en la parte este de la isla, se hallaba en gran necesidad, el P. Ramírez no paró hasta coger un bote y llevar él personalmente los víveres para la comunidad. Un viaje que podía haberse hecho en unas horas, le costó al Padre unos ocho días, a causa del mal viento y de las tempestades. Tuvo que aguantar soleadas tremendas de día, aguaceros y borrascas que le calaron la ropa muchas veces. Sin poderse cambiar la ropa mojada, a causa de no haber podido arrimar a puerto alguno, el P. Ramírez rindiose por la fiebre. Cuando regresó a Santa Isabel de esta hazaña, comprendieron los de casa que era la última aventura de aquel hombre de voluntad de hierro. Lo llevaron a Banapá para que el clima le favoreciera algo, y esperando que tal vez Dios escucharía las oraciones de los misioneros y los niños de la escuela y concedería una reacción favorable a la salud del querido Prefecto Apostólico.
Por disposición amorosa de la divina Providencia no fue así. El día 30 de agosto de 1888, después de haber recibido con pleno conocimiento, y con gran edificación de todos, los últimos sacramentos, murió dejando a la naciente Prefectura que tanto necesitaba de un Padre tan celoso y activo como P. Ramírez, en la mayor desolación.