EL QUE VIO DA TESTIMONIO
P. Marcos Garnica Fernández, CMF
- Hermano, ¿quién es el “padrecito” del retrato? ¿Es un santo?
- Ciertamente es un “santo”, aunque todavía no haya sido oficialmente reconocido por la Iglesia. Se trata del P. Jaime Clotet, uno de los primeros misioneros claretianos.
- Ah… ¿su nombre es el de nuestro Instituto para sordos? ¿él era uno de los nuestros?
- Sí, era y es “uno de los nuestros”. Aunque no era sordo, una de sus grandes inquietudes fue el progreso material y espiritual de las personas con esta discapacidad. Fue catequista de sordos y escribió un libro titulado “La comunicación del pensamiento por medio de señas naturales, o sea, Reglas para entender y hacerse entender de un sordomudo”.
- Y por eso, en el retrato, se le ve instruyendo a los niños con la seña que se refiere a Dios.
- Efectivamente, como todo buen misionero, dedicó toda su vida y sus esfuerzos a conducir a las personas hacia Dios.
Mientras practican el lenguaje de señas manuales, el Hermano Director del “Centro Clotet” habla con un joven inquieto vocacionalmente, que ahí mismo colabora como voluntario. El “Centro”, es heredero de una antigua tradición entre nuestros misioneros, especialmente en México. Inspirados en el P. Jaime Clotet, los claretianos han privilegiado, desde principios del siglo XX, la promoción humana y espiritual de los sordos. Tal vez era ésta una deuda hacia uno de los que posibilitaron la fundación de la Congregación en este país.
- Oiga hermano, pero me imagino que el P. Clotet no era mexicano.
- No, él era originario de Cataluña, en el Noreste de España. Sin embargo, en buena parte gracias a él los misioneros claretianos pudimos venir a México. Su testimonio de hombre lleno del espíritu misionero entusiamó a un sacerdote mexicano que había sido enviado por su obispo para gestionar que algún instituto religioso viniera a este país, allá por el año de 1883. Había tanta necesidad en estas tierras … Bendito P. Clotet y bendita la Providencia que permitió el encuentro con el otro santo sacerdote quien llegó a decir de él: “Es un ángel en carne humana”[1].
Yo, además, le estoy muy agradecido, porque gracias a su tesón e influjo la comunidad de los primeros claretianos se fue afianzando como una Congregación cada vez más estable mediante la profesión de los votos religiosos. Él fue el primero en vincularse “para siempre” en esta comunidad, mediante una promesa al Inmaculado Corazón de María. Y lo hizo porque confiaba en este proyecto apostólico y en el Fundador, san Antonio María Claret, a quien siempre admiró y con quien le unió una grande amistad. ¡Ah! Y no se me olvida que también el P. Clotet fue uno de los primeros en promover la vocación de los hermanos misioneros. Fue formador de este grupo de religiosos en la Congregación y escribió algunos textos al respecto.
- ¡Qué vida tan interesante! Me gustaría conocerlo más ¿Usted puede ayudarme?
- ¡Claro! pero vayamos por partes.
“Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc 2,52)
Jaime Clotet y Fabrés nació el día 24 de julio de 1822 en Manresa (Cataluña, España), siendo el último de ocho hermanos procreados por don Ramón Clotet y Bosch y doña Gertrudis Fabrés y Oller. Una familia que con el propio trabajo logró establecer una tintorería y ganarse una buena posición social.
Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento, fiesta de Santiago Apóstol (Sant Jaume, en catalán) recibiendo los nombres de Onofre, Francisco y Jaime. Finalmente prevaleció el último nombre, tal vez como un temprano indicio de su vocación apostólica.
Sus padres fueron cristianos fervorosos y observantes de la Ley de Dios, que transmitieron convencidos a sus cuatro hijas y a sus cuatro hijos. Tres de sus criaturas murieron antes de alcanzar la mayoría de edad, los demás se casaron y sólo nuestro Jaime optó por responder a Dios en la vocación sacerdotal y misionera.
Desde pequeño, Jaime demostró una propensión casi natural a la oración, al estudio y al amor a los semejantes, especialmente hacia los pobres.
A los cinco años de edad recibió el sacramento de la Confirmación y, ya desde entonces, fue destacando por su inocencia, vida de piedad y devoción a la Virgen María. La instrucción religiosa familiar y la catequesis fueron forjando en él la vocación del servicio a Dios y al prójimo e inclinándolo hacia el estado sacerdotal. Como muchos chicos de su edad y de su época, sus diversiones consistían en hacer capillitas, imitar las celebraciones de los sacerdotes y hasta “predicar” teniendo como público a sus hermanos y a los obreros de la fábrica. Ya desde pequeño, Jaime fue dando muestras de docilidad y obediencia a sus padres y mayores, así como actitudes de humildad, modestia y buenos modales.
A la edad de diez años, recibió la Primera Comunión y desde entonces procuró confesarse y comulgar semanalmente, según las costumbres de la época.
En su adolescencia y juventud, Jaime conservó la simplicidad de su carácter. Sus características físicas poco agraciadas -que él reconocía- le producían cierto complejo de inferioridad pero, combinándolo con su auténtica humildad, suavidad y buenos modales, le daban un aire simpático y benevolente que imponía en los demás admiración y respeto.
“El Señor me llamó desde el seno materno” (Is 49,1)
Llegada la edad, realizó los tres primeros años de estudios en el Colegio de San Ignacio regenteado por los Jesuitas de su ciudad natal. Hacia los diez años, dada su propensión al sacerdocio, sus padres le permitieron dedicarse al estudio de la gramática latina. Allí hizo tres cursos de Humanidades, hasta que en 1835 fue suprimida la Compañía de Jesús.
Por esta razón, marchó a Barcelona en ese mismo año para cursar Retórica y Filosofía en el Instituto de segunda enseñanza de la Universidad. Sus notas y la opinión positiva de los profesores fueron muestra de su aprovechamiento y dedicación.
En 1839, en calidad de alumno externo, inició en el Seminario de Barcelona los estudios eclesiásticos cursando los cuatro años de la Teología dogmática. En 1843 pasa al Seminario de Vic para hacer los cursos de la Teología moral y pastoral. Concluidos estos dos años y debido a la situación política en el reino de España, que prohibía conferir Órdenes en su territorio, pasó a Perpiñán (Francia) donde, con las debidas autorizaciones eclesiásticas, recibió la Tonsura y las Órdenes menores: Ostiario, Lector, Exorcista, Acólito y el Subdiácono, según el itinerario sacerdotal de ese tiempo.
Para las Órdenes mayores, el joven subdiácono se trasladó a Roma donde, gracias a la benevolencia del Papa Gregorio XVI, fue ordenado Diácono el 15 de junio de 1845 y Presbítero el 20 de julio del mismo año, por el Obispo José Canali, Vice-gerente del Cardenal Vicario de la Urbe Romana. Tenía entonces tan sólo 23 años de edad.
Volvería enseguida a Vic donde, ese mismo año, completaría sus estudios haciendo los últimos cursos de Derecho Canónico.
- ¡Qué estudios tan prolongados! ¿Por qué tantos años?
- Ciertamente parecen muchos años, pero un ministro de la Palabra de Dios debe estar bien preparado y no sólo en estudios teóricos. Como se decía hasta hace poco, era necesario formarse bien “en virtud y ciencia”.
Creo que si algo podemos aprender de Jaime Clotet en la época de sus “estudios” o, como algunos dicen, de su “formación inicial”, fue su inquietud por afianzar hábitos y actitudes. Él no estudiaba sólo para aprobar materias, llenar un currículo o aprender meros contenidos teóricos. La actitud que fue forjando desde jovencito era la de una formación permanente para la vida. La opción fundamental de su existencia estaba ya centrada en la entrega a Dios mediante el servicio a su pueblo. Este horizonte le daba sentido a todo lo que hacía y se esforzaba por vivir y aprender: orar, colaborar en el trabajo, relacionarse sanamente con los demás, leer y estudiar, cuidar su salud y sus buenos modales, estar bien informado de cuanto sucedía en el ambiente, “descubrir su alma”, dejándose guiar por un director espiritual, etc. Y todo lo que le iba pasando en la vida fue pasando por la criba del discernimiento (tal como aprendió sobre todo con los Jesuitas). Gracias a ello, poco a poco, iría clarificando su vocación específica en la Iglesia.
- Yo pensé que su vocación estaría ya clara desde que decidió hacerse sacerdote …
- En realidad, la “respuesta” humana al llamado o vocación de Dios es un proceso que dura toda la vida, aunque sus claves fundamentales se pueden percibir en una determinada época.
- Y entonces, ¿cuándo aclaró el P. Clotet esas “claves fundamentales” de su vocación?
- Al respecto hubo un momento muy intenso y aquí tuvo que ver otro “grande”: san Antonio María Claret. Te cuento.
“Él me ha ungido para traer buenas nuevas a los pobres” (Lc 4,18)
Cuando Jaime Clotet regresó a España, ya ordenado sacerdote, se puso bajo las órdenes de su Obispo de Vic. Tuvo que terminar el estudio de algunas materias y, enseguida, el obispo lo destinó a colaborar pastoralmente nombrándolo Vicario en un pueblito llamado Castellfullit del Boix, parroquia situada frente a Monserrat, a partir del 23 de junio de 1846. Poco después de un año, el 3 de febrero de 1848, fue nombrado Cura suplente de Santa María de Civit, otro pueblecito situado entre las montañas.
De esta época hubo testigos que certificaron su comportamiento ejemplar. Aceptó estos cargos con humildad y verdadera obediencia, aprovechando las circunstancias del tiempo y de los lugares para fomentar más la oración y el estudio. En su ministerio, destacó por su entusiasta dedicación a la catequesis y la atención a los enfermos y a los más pobres de la comunidad.
Se dice que fue en Civit donde, al contacto con las personas y la realidad, concibió ya su obra de beneficencia en favor de los sordos. Ahí empezó a comunicarse con este grupo de personas marginadas de la sociedad y esta inquietud le acompañaría toda la vida.
Sin embargo, había algo en el corazón del joven sacerdote que no le dejaba en paz. El trabajo fijo en una parroquia no le satisfacía del todo. Sus horizontes se habían ensanchando. Se daba cuenta de que no sólo en Castellfullit o en Civit, sino en todos las poblaciones que iba conociendo la gente experimentaba “hambre de Dios” y eran pocos los que proporcionaban este alimento. Las guerras de la época y las ideologías propagadas por los diversos partidos y grupos de poder causaban violencia, pobreza, ignorancia y el abandono material y espiritual del pueblo. Con las Órdenes religiosas suprimidas y las muchas trabas políticas a la labor pastoral de la Iglesia, muchos párrocos y sacerdotes se conformaban con el cumplimiento mínimo de su ministerio en detrimento de lo que hoy llamamos “evangelización”.
Fue en esta época cuando llegó a oídos de Clotet la fama de grandes figuras de espíritu verdaderamente “apostólico” que se movían por diversos sitios de Cataluña. Entre todas ellas, de quien más se escuchaba hablar era de Mosén Antonio Claret, sacerdote virtuoso que, a sus 41 años, había recorrido prácticamente a pie buena parte del territorio catalán, e incluso de las Islas Canarias. Abastecido sólo de la “santa pobreza”, Claret predicaba sin descanso la Palabra de Dios en las Misiones, contribuyendo a la renovación de la vida de fe de los pueblos.
Animado por este ideal, pero sin imaginar sus consecuencias, en junio de 1849 Jaime Clotet expuso al entonces Secretario de la Diócesis de Vic, el Dr. Jaime Passarell, sus deseos de dejar el ministerio parroquial para vivir su sacerdocio según el estilo misionero. Su caridad apostólica le exigía otras formas pastorales para el anuncio del Evangelio, a través de las cuales pudiera llegar con más eficacia a más personas. Al mismo tiempo, aspiraba a una forma de vida común, con más disciplina para la oración y para la formación continua, a semejanza de los discípulos en torno a Jesús. Jaime Clotet contaba entonces veintisiete años.
Precisamente por esos días –según le informó el Dr. Pasarell– el gran misionero popular, Don Antonio María Claret, buscaba otros sacerdotes que sintieran haber recibido el mismo espíritu del que él se sentía animado (cf. Aut 489). El plan de Claret consistía en formar una comunidad de sacerdotes, viviendo al estilo de los Apóstoles y que, desprendidos de otros intereses, se dedicasen a la predicación itinerante de las Misiones y de los Ejercicios espirituales.
- ¿Imagino que el P. Clotet vio en ese plan la realización de sus inquietudes?
- Efectivamente, pero no era tan fácil.
Muchas dudas asaltaban el corazón de Don Jaime. Su complexión física era débil. No poseía una voz potente como se pensaba debía ser la de un misionero apto para predicar a las multitudes en tiempos en que no existían los micrófonos. Además, le daba la impresión de que, en esa posible comunidad, todo sería actividad exterior y poco recogimiento, que era uno de sus anhelos.
- Y entonces, qué pasó?
“Hoy comienza una grande obra”
Jaime Clotet se entrevistó con el P. Claret en Vic el 15 de julio de 1849, un día antes de la fecha señalada para el inicio de la nueva comunidad misionera. Cuando Claret refirió a Clotet su plan, éste se entusiasmó al ver en él una respuesta a sus inquietudes. Sin embargo, no dejó de manifestar sus dudas. A esto, Claret respondió con firmeza: “Déjese usted de cualidades; responda únicamente a mi pregunta”. Jaime Clotet respondió: “Pues digo que me gusta el plan”, a lo que Claret añadió: “Mañana a las tres de la tarde le aguardaré a usted en el seminario”.
Al día siguiente se verificaría el momento fundacional. Allí se encontró con quienes, además del Fundador, serían en adelante sus primeros hermanos en el ideal misionero; eran los padres: Esteban Sala, José Xifré, Domingo Fábregas y Manuel Vilaró. Jaime Clotet era el más joven de ellos y, ya desde ese momento, encontraría una profunda sintonía con todos pero, de manera especial, experimentaría un afecto y veneración profunda hacia Mosén Antonio Claret. Escuchando la Palabra de Dios y siendo testigo de la pasión encendida con la que Claret predicaba los Ejercicios Espirituales, la vacilación y las dudas de Clotet dejaban paso al gozo y a la paz de saberse en el lugar en que Dios le quería.
Entre sus apuntes, Jaime Clotet retomará con mucha lucidez el espíritu apostólico que motivaba la nueva fundación, resumidos en la hermosa Definición o Memorial del Misionero.
El Señor le bendijo con muchas consolaciones a partir de esos días; sintió como dirigidas a él las palabras del salmo 23, 4 retomadas por el predicador en su primera meditación y aplicadas al objeto de la fundación: “Tu vara y tu cayado me dan seguridad”. No había motivos para dar marcha atrás. Como diría el P. Claret: “De aquellos ejercicios todos salimos muy fervorosos, resueltos y determinados a perseverar, y, gracias sean dadas a Dios y a María Santísima, todos han perseverado muy bien” (Aut 490).
Acabados los Ejercicios espirituales, el Fundador y sus cinco compañeros empezaron a vivir en comunidad fraterna, aun cuando jurídicamente no podían definirse como comunidad religiosa. El obispo les concedió el antiguo y abandonado convento de “La Merced” de Vic. Se necesitaban algunas adaptaciones y urgentes reparaciones, pero ahí encontraron los misioneros un ambiente de paz, recogimiento y oración en el que vivirían durante casi un año una especie de “noviciado”, bajo la guía del propio Fundador. Éste, aun cuando recibió el nombramiento como obispo de Cuba el 11 de agosto de 1849, se mantuvo con ellos hasta los días cercanos a su ordenación episcopal (6 de octubre de 1850) y de su partida de Vic (el 8 del mismo mes).
Además de embeberse del espíritu claretiano, del que todos se sentían animados, la naciente comunidad se preparaba intensamente a su ministerio estudiando moral, oratoria y algunos elementos de espiritualidad. Llevaban una vida ascética caracterizada por la oración, la disciplina, la obediencia y la pobreza evangélica. También, desde un principio, empezaron ya sus tareas apostólicas distribuyéndose la predicación de algunas Misiones populares y de tandas de Ejercicios espirituales, dirigidos al clero y a otros sectores del pueblo. El buen Clotet, que no sentía poseer las habilidades propias de un buen predicador de multitudes, empezó también a salir a las Misiones, aunque concentraba sus esfuerzos en la catequesis (incluso a grupos de sordos) y en los Ejercicios espirituales, en los que siempre fue muy bien valorado.
¡Cómo gozaba Jaime Clotet de la experiencia espiritual, comunitaria y apostólica de la primera época! Gozaba aún más, cuando escuchaba al Fundador. Sus recuerdos y apuntes, que desde esa época fue llevando con fidelidad, serían después una fuente valiosísima para escribir la vida del P. Claret y la historia del Instituto. Entre Claret y Clotet se había establecido una corriente de simpatía que daba a los demás miembros de la comunidad ejemplo de una sana y santa amistad. Desde aquel momento fundacional, Clotet se sentiría llamado a seguir e imitar a Jesucristo misionero, según el estilo reflejado y testimoniado por Antonio María Claret. No había duda de que Clotet era uno de esos “sacerdotes a quienes Dios nuestro Señor había dado el mismo espíritu del que Claret se sentía animado” (Aut 489).
Jaime Clotet, en este momento de su vida, nos enseña que la sintonía carismática con otros, es decir, el sentirse animado por un mismo don del Espíritu (en este caso por el espíritu misionero claretiano), no equivale a reproducirse como una especie de fotocopia de los compañeros del grupo. Se identificó con plena conciencia y vivió el carisma de esta nueva comunidad, en consonancia con sus propios dones, cualidades y habilidades.
Consciente de sus diferencias, tanto en cualidades como en defectos, fue valiente a la hora de discernir si valía para esta obra y si Dios le quería en esta comunidad. Decidido a resolver sus dudas abrió en confianza su intimidad a otro(s) para que le ayudasen. Clotet sabía que no llegaría a ser el “predicador de campanillas” o “exitoso”, según imaginaba la gente al misionero; pero puso a disposición de la comunidad naciente otros dones también importantes: el espíritu de oración y de interioridad contemplativa, la profundidad en el estudio, la cercanía afectiva con los hermanos de comunidad y con la gente sencilla, la humildad y el servicio, la preferencia por los pobres y discapacitados, los buenos modales … dones, todos estos, que aparecen reflejados en esta indicación de nuestras Constituciones: “Incúlqueles (a los novicios) aquellas virtudes que son más apreciadas entre los hombres y que dan más credibilidad al discípulo de Cristo (…) lleguen a conseguir aquella unidad de la vida misionera en virtud de la cual quedan perfectamente integrados el espíritu de unión con Dios y la acción apostólica.” (CC 68).
- Supongo que viviendo junto a san Antonio María Claret no era tan difícil identificarse con ese ideal misionero y aclarar todas sus dudas al respecto.
- Sí, así fue durante poco más de un año. Pero esta situación cambió drásticamente cuando el P. Claret tuvo que marchar a Cuba, tras su nombramiento y ordenación episcopal.
- Situación semejante a la de los discípulos después de la “Ascensión de Jesús”…
“Les conviene que Yo me vaya”(Jn 16,7)
Ausente el Fundador, quedó al frente de la comunidad el P. Esteban Sala. Ejerció como superior desde 1850 hasta 1858, año en que murió. Hombre de gran talento, culto, educado, humilde, manso y sencillo; entregado de lleno a las Misiones y, tal vez más, a los Ejercicios espirituales, a la formación del clero y al acompañamiento o asesoría de las religiosas “Carmelitas de la Caridad” (de Santa Joaquina Vedruna). Fue admirado y bien querido por todos.
La comunidad, bajo su dirección, continuó su dedicación a las tareas internas (oración, estudio, escribir, vida fraterna …) y apostólicas (predicación itinerante de Misiones y Ejercicios espirituales), tal como habían sido asumidas en su “proyecto” inicial y en las reglas dejadas por el Fundador. Sin embargo, el buen P. Esteban no era un hombre de gobierno. Durante su período como superior, la Congregación no creció significativamente en personal, ni superó los límites de la única casa de Vic.
No obstante, durante estos ocho años, la pequeña comunidad fue afirmando su identidad espiritual, apostólica y eclesial. La experiencia de este período les fue llevando a condensar en diversas normas y tradiciones, sus aspiraciones, sus vivencias y sus carencias. A partir del regreso de Claret de Cuba, en el año de 1857, este proceso llevaría hacia una revisión de las Constituciones y a su aprobación a nivel diocesano. Más adelante, y, luego de diversas fases y ajustes, estas Constituciones serían aprobadas por la Sede Apostólica, en 1865 para un tiempo de prueba y, definitivamente, el 11 de febrero de 1870. La pequeña asociación piadosa de sacerdotes predicadores, poco a poco daría el paso a una congregación religiosa de votos simples, con mayor amplitud de ministerios, asegurando su estabilidad y expansión. Jaime Clotet sería uno de los personajes decisivos que contribuiría significativamente a este discernimiento y toma de decisiones.
“Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra cuál has escogido”(Hch 1,24)
Con gran dolor de todos, el 18 de abril de 1858 moría en Vic el P. Esteban Sala y, aunque muchos proyectos parecían venirse abajo, la comunidad claretiana reaccionó con entereza y confianza en la Providencia Divina. Así, el 1 de mayo del mismo año se procedió a la elección de un nuevo Director o Superior, recayendo ésta en el P. José Xifré, a pesar de su negativa inicial.
Con el P. Xifré iniciaría un largo y sorprendente período de desarrollo y expansión congregacional. Contaba para ello, como uno de sus más cercanos colaboradores, con el P. Jaime Clotet quien en la misma ocasión fue elegido como Subdirector. Clotet tenía entonces 36 años de edad y duraría en este cargo otros 30 años consecutivos (1858-1888). Además, durante este mismo período, se le confiarían otras importantes responsabilidades: encargado de la formación de los misioneros, especialmente de los Hermanos; superior local de la Casa Madre de Vic en varias ocasiones; fundador y superior de las casas de Prades y de Thuir en Francia; superior de Gracia y de Santo Domingo de la Calzada; Secretario General (1888-1891).
Clotet gastó sus mayores energías en el servicio interno a la Congregación. Siendo de un temperamento totalmente distinto del P. Xifré, fue una persona clave en el gobierno para complementarlo. Los dos conocieron con profundidad el espíritu y el talante misionero del Fundador y los dos, desde ángulos diversos, enriquecieron la vida y la dirección del Instituto.
Es cierto que el carácter enérgico y la tendencia autoritaria de gobernar del P. Xifré fueron en varias ocasiones causa de sufrimiento para el P. Clotet. Pero logró superar estos inconvenientes desde la confianza en Dios, la mansedumbre, la prudencia, la sinceridad y su amor a la Congregación. Afrontando esas dificultades, quedó enriquecido y pudo ser apoyo leal para el mismo P. Xifré, así como consuelo e inspiración para muchos hermanos. De ambos se llegó a decir que así como el P. Xifré representaba en el gobierno la fuerza y el amor de un padre, el P. Clotet representaba la dulzura y ternura de una madre. No obstante, sin dejar su modestia y cortesía, también sabía hablar en el momento oportuno con libertad y sin ambages.
- Sin duda que sería una época muy interesante para
esta Congregación.
- ¡Claro! Estaba en juego la definición de sus rasgos peculiares.
- ¿Cuáles serían los hechos más importantes de este período en los que estuvo presente el P. Jaime Clotet?
- Sin pretender ser exhaustivo te señalo algunos:
- La enorme tarea de revisar las Constituciones del Instituto, con la consecuente valentía para desechar lo obsoleto y adecuarse a la realidad de un mundo que cambiaba velozmente. Todo esto manteniendo intacta la fidelidad al espíritu del Fundador y a la Iglesia. Reafirmando su vocación como esforzados auxiliares de los Pastores en el servicio misionero de la Palabra, la vida les pedía abrirse a otras exigencias en su estructura interna y a nuevas y diversas formas de apostolado. Si hoy se habla de la necesidad de una “conversión pastoral” de toda la Iglesia, podemos decir que los primeros claretianos supieron discernir lo que Dios y su época les pedía y no se aferraron a formas desgastadas.
- La profundización en su conciencia de ser “obra de Dios” querida, protegida y fundada por el Inmaculado Corazón de María. En este sentido, es muy interesante una anécdota que nos ha llegado gracias al P. Clotet. En el año de 1865, san Antonio María Claret, dirigía unos Ejercicios espirituales a la comunidad en Vic y ahí, entre otras cosas, afirmó categóricamente que la Virgen María había fundado la Congregación. En un momento determinado se dirigió hacia la imagen de la Virgen colocada en la sala y le dijo estas palabras: “Vuestra es la Congregación. Vos la fundasteis: ¿no os acordáis, Señora, no os acordáis? Lo dijo con tal acento y naturalidad que se echaba de ver recordaba muy al vivo en aquel momento el precepto, las palabras y la presencia de la Madre de Dios”. Con esta conciencia, muy pronto la Congregación reconoció a la Virgen como su Patrona tal como aparece en sus Constituciones. A Ella se han confiado los misioneros al hacer sus votos y han experimentado su protección especialmente en los momentos de dificultad (guerras, persecuciones, adversidad en las misiones, en las crisis, etc.). Es hermosa la expresión de nuestras Constituciones renovadas que en el nº 8 nos dicen: “… nos entregamos a Ella para ser configurados con el misterio de Cristo y para cooperar con su oficio maternal en la misión apostólica”.
- Con el fin de preservar el ideal misionero y dar más seguridad al Instituto y a sus miembros, se dio una natural evolución jurídica hacia lo que hoy llamamos “Congregación religiosa”. Empezando por el P. Clotet en 1858, se introdujo gradualmente el compromiso (juramento) de permanecer en esta comunidad hasta la muerte. Gracias a esta visión generosa, se llegó a la emisión de los votos religiosos que dieron estabilidad y suscitaron el crecimiento del grupo.
- La primitiva comunidad, que restringía su campo de acción a la predicación de Misiones y de Ejercicios espirituales, se abrió a nuevos campos de apostolado como la buena prensa, la educación de la juventud y las parroquias. El mismo P. Clotet vería confirmada su dedicación a la catequesis, sobre todo de los sordomudos.
- También se dio un paso decisivo al salir del pequeño mundo de Vic, para hacerse presente con sentido de catolicidad en otras regiones de España: Gracia en Barcelona (1860), diversos lugares de Castilla a partir de Segovia (1861), y en otras partes del mundo: Argel en África (1869), Prades y Thuir en Francia (1869, 1871), Chile (1869), Guinea Ecuatorial (1883), Roma y México (1884). El P. Clotet tuvo mucho que ver en estas fundaciones. Su testimonio y afabilidad abrieron muchas puertas a la presencia de los nuestros, como es el caso de Thuir o de México.
- En la fase de consolidación del Instituto fue importante la aceptación y clarificación de la vocación de los Misioneros Hermanos y su consecuente acompañamiento práctico, doctrinal y espiritual. Algunos años después, también fueron aceptados seminaristas que estaban por terminar sus estudios sacerdotales y, finalmente, jóvenes en discernimiento vocacional. El P. Clotet fue nombrado responsable de la formación. Entre otros, escribió un opúsculo titulado “Directorio de los hermanos ayudantes” y con ellos se mostró muy solícito.
- Como se podrá imaginar, el Instituto desbordaba vida y entusiasmo apostólico, crecía a ritmo acelerado y se expandía prodigiosamente a pesar de persecuciones e incomprensiones. Los obispos y pastores que lo conocían deseaban contar con él en sus territorios. Pero también se manifestaba cierta preocupación por el estilo de autoridad tan centralista imprimido por el bienintencionado P. Xifré. Con sensibilidad y convicciones distintas, el P. Clotet sufría y anhelaba otras formas más subsidiarias, es decir, una autoridad más ágil y distribuida en diferentes niveles para facilitar la toma de decisiones. La Congregación maduró en este sentido y en el Capítulo General de 1895, celebrado en Cervera, tomó la decisión de la organizarse en Provincias. No obstante la decisión, costaba trabajo ponerla en práctica y el P. Xifré, al no tener experiencia clara de los nuevos límites, sufría mucho y hacía sufrir a otros como el P. Clotet. Éste llegará a acudir a la autoridad suprema de la Iglesia, pero también afrontaría el asunto de manera honesta con el principal interesado, destacando en esta confrontación sus más limpias intenciones y las cualidades humanas que siempre le caracterizaron.
- No me hubiera imaginado que una persona tan fina y,
me parece que hasta tímida, hubiera influido de esa manera en un Instituto tan
“extrovertido” y misionero.
- Es verdad. Pero también es cierto que, gracias a personas como el P. Clotet, se logró preservar el patrimonio espiritual que nos orienta a un sano equilibrio entre la fecundidad apostólica y la profundidad mística o contemplativa.
- ¿Cómo se dio esto?
“Ya no los llamo siervos, los he llamado amigos” (Jn 15,15)
Pocas personas conocieron tan de cerca al Fundador como Clotet; no porque viviera mucho tiempo a su lado, sino por la profunda amistad y comunión espiritual que hubo entre ellos a partir de la fundación de la Congregación, reforzada en la comunicación epistolar y en las visitas del santo a las casas de Vic y de Gracia. Pero esta sintonía se hizo aún más profunda en las últimas semanas de vida del santo.
El P. Claret, ya anciano y enfermo, desterrado y perseguido por sus enemigos, tuvo que refugiarse con sus misioneros en la floreciente comunidad de Prades, Francia. Al arreciarse las amenazas en contra del santo, se decidió pedir refugio en el Monasterio de los monjes de Fontfroide, amigos del P. Clotet. Éste no se separaría de él y le atendería ahí con inmenso cariño filial asistiéndolo tanto con los cuidados corporales, como con los últimos auxilios espirituales. Gracias a las crónicas y apuntes del P. Clotet, hemos podido saber lo que sucedió en los últimos días de existencia del Fundador. Pero no sólo. Desde mucho tiempo atrás, Jaime Clotet, conservaba por escrito muchos recuerdos.
El amor filial que tuvo al P. Claret le habían llevado a desvivirse por recopilar todos los datos y testimonios que permitieran reconocer su santidad. Gracias a ello, en cuanto fue posible, se inició su proceso de beatificación.
Como fruto de toda su extensa investigación escribió una pequeña obra titulada “Resumen de la admirable vida del Excmo. e Ilmo. Sr. Don Antonio María Claret y Clará”, publicada por la Librería Religiosa de Barcelona en 1882.Es una obra valiosísima tan solo por la acertada colección de documentos de primera mano que rescatan la grandiosidad del santo Fundador. Sus datos históricos de primer orden sirvieron sin duda a los objetivos del autor: dar a conocer más y mejor las virtudes heroicas del P. Claret y preparar el terreno para la causa de su beatificación.
Una vez editada esta sucinta obra se dedicó a elaborar otra más amplia y detallada: “Vida edificante del P. Claret, misionero y fundador”, que fue publicada el año 2000, ya cumplidos el centenario de la muerte del venerable P. Clotet y los 150 años de la Fundación de la Congregación.
Por si fuera poco, el P. Clotet puso sus notas y escritos a disposición del claretiano considerado el primer gran historiador de la Congregación: el P. Mariano Aguilar.
En este orden de ideas, también se debe a Clotet la organización del primer museo de objetos que habían pertenecido al P. Fundador, así como la impresión y difusión de las primeras imágenes con las que sería conocido e invocado.
Con todo, no se trataba de una obsesión o afán por coleccionar textos u objetos del P. Claret sólo en orden a rendirle culto. Lo que estaba en juego era la memoria histórica de una vocación apostólica trasmitida como herencia a una comunidad. Rescatando el testimonio de su Fundador, la comunidad podía hacer vida lo que más tarde repetiría en una hermosa oración: “Renueva, Señor, en nuestra Congregación el espíritu que animó a san Antonio María Claret, nuestro Padre, para que, llenos y vigorizados por él, nos esforcemos en amar lo que él amó y en llevar a la práctica lo que nos enseñó”.
La intención vocacional-misionera del rescate de la historia del Fundador y de los primeros pasos de la vida de la Congregación, nos lleva a aplicar al P. Jaime Clotet la expresión del Evangelio de San Juan: “… el que vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis. …” (Jn 19,35).
“He hallado un hombre conforme a mi corazón” (Hch 13,22)
El testimonio de santidad apostólica dejado por san Antonio María Claret caló hondo en Jaime Clotet desde que lo conoció. A sus disposiciones naturales y anhelos de perfección evangélica, iría sumando poco a poco la pasión de quien “arde en caridad y abrasa por donde pasa, deseando y procurando por todos los medios encender a la humanidad en el fuego del divino amor” (CC 9).
El Señor le colmó de grandes dones, no para sí mismo, sino para anunciar a otros, con las palabras y con la vida misma, la grandeza de su misericordia manifestada en Jesucristo.
Jaime Clotet era un hombre que traslucía permanentemente la gracia de vivir en la presencia del Señor. De ahí brotaba su fe, su paz, su sabiduría, su consejo. Uno de los historiadores, el P. Cristóbal Fernández, afirmó de él: “Querido y venerado de todos, enteramente de Dios… pasó por la tierra dejando en pos de sí suaves perfumes de santidad, creando en torno suyo cálidos ambientes de amor, y apuntando, con su prudencia, en muchas almas consoladores amaneceres. No tuvo un enemigo”.
Gracias a Dios, contamos con diferentes escritos del P. Clotet sobre sus propias vivencias, que nos permiten entrever el proceso de su experiencia espiritual. Por ejemplo, él mismo cuenta que en torno a su ordenación sacerdotal tuvo la conciencia de vivir en la presencia de Dios durante todo un año. Poco a poco, el P. Clotet iría haciendo un camino desde la búsqueda ascética de la presencia del Señor a la experiencia mística de acoger la gratuidad de su presencia. Esto no lo aisló en su mundo interior, sino que lo hizo un hombre contemplativo en la acción. Así, cumplió una importante misión: recordar a la Congregación que el verdadero ardor misionero solo puede brotar de una experiencia profunda de encuentro con Dios y de pasión por su Pueblo.
- Realmente apasionante. Su testimonio me está
convenciendo de mi propia vocación misionera como claretiano. Aún tengo que
aclarar muchas dudas, pero para eso acudiré al buen P. Clotet, como mi amigo y
hermano en el cielo porque supongo que terminó su existencia en la tierra como
un santo.
- Así es …
“He corrido hasta la meta, ahora me aguarda la corona merecida” (2 Tim 4,7-8)
En 1895, estando ya muy enfermo y casi ciego, el P. Clotet fue destinado a la Comunidad de Gracia (Barcelona), donde moriría el 4 de febrero de 1898. El P. Xifré en una breve necrología dijo de él: “Llegó a los setenta y cinco años de edad, durante los cuales fue modelo de piedad, celo y ejercicio de todas las virtudes, las cuales le acompañaron hasta el fin, como lo testifican cuantos le conocieron y trataron o presenciaron su muerte, la cual por su paciencia, resignación y amor de Dios fervoroso, fue preciosa y edificante”. El día 5 de febrero se celebraron sus funerales siendo sepultado en el cementerio de Barcelona. Desde el día 4 de marzo de 1960 sus restos descansan en el majestuoso Santuario que la Congregación edificó en honor del Inmaculado Corazón de María, en la misma Villa de Gracia, entre 1904 y 1913.
Su causa de beatificación fue iniciada desde el año 1923. El papa Juan Pablo II lo declaró venerable, tal como aparece en el Decreto emitido el 13 de mayo de 1989. Ahí se recoge una atinada síntesis de su vida:
“Entre sus hermanos de Congregación ha sido siempre considerado como un perfecto dechado del ideal del Misionero fijado por san Antonio María Claret […] En su ordenación sacerdotal recibió la clara conciencia de un don extraordinario que le concedía el Señor: la experiencia íntima de la presencia divina en su alma […]. Su misión en el Instituto se puede resumir así: firme defensor de la vida interior en un Instituto intensamente apostólico. La presencia de Dios fue un estímulo constante en el ejercicio de todas las virtudes. Un don sobrenatural extraordinario vivido en intensidad de fe y manifestado en características auténticamente apostólicas […].
El siervo de Dios, por su cargo de Subdirector y Secretario, dio pruebas constantes de prudencia admirable. […] Le hacía aparecer como modelo de justicia, de paz interior y exterior, de moderación, de delicadeza de conciencia, de confianza sin límites en la gracia divina. El ejercicio constante de estas virtudes le granjeó la admiración de todos y de su edificante vida fue momento culminante su serena muerte”.
- Mi estimado, has dicho bien: tenemos en el P. Jaime Clotet un hermano y amigo que nos estimula a vivir con más consistencia y audacia nuestra propia vocación. En concreto, para quienes nos sentimos identificados con el don misionero concedido a san Antonio María Claret, el testimonio del venerable Jaime Clotet nos impulsa conocer, alabar, servir y amar a Dios y hacer cuanto esté a nuestro alcance para que la humanidad entera también lo conozca, lo alabe, lo sirva y lo ame, según el Evangelio.
[1] Se trataba de Don Antonio Plancarte y Labastida (1840-1898), fundador de la Congregación de Hijas de María Inmaculada de Guadalupe en 1878.