ANTONIO MARÍA PUEYO
El Rvmo. P. Pueyo nació en Monzón, pueblo de la provincia de Huesca y diócesis de Lérida, el 31 de marzo de 1864. Tenía, pues, cerca de sesenta y seis años; pero su naturaleza vigorosa y su esfuerzo varonil prometían que todavía viviría largos años para bien de la Iglesia y de nuestra Congregación. Soñaba con las fiestas que habían de celebrarse con motivo de la beatificación de nuestro Patriarca, y vaciaba su bolsillo para contribuir al esplendor de las mismas. En otro lugar de estos ANALES ya damos una idea.
Muy niño ingresó en la Congregación, y antes de ser ordenado de sacerdote ya empezó el apostolado de la enseñanza en el colegio de Alagón, desempeñando la cátedra de Retórica. El teatro principal de su apostolado fue la ciudad de Córdoba, donde concluyó la casa de estilo mudéjar y restauró la iglesia de San Pablo, convirtiéndola en una verdadera joya de arte y de riqueza, de suerte que los antiguos dueños, los Dominicos, al ver el montón de ruinas que ellos dejaron convertido en esbelto santuario, se les abrió el apetito de recuperarlo de nuevo. Preparó el ingreso de nuestra Congregación en Inglaterra, la isla de los Santos, y luego fue destinado a Colombia. Su acción maravillosa en esa región del Nuevo Mundo la describe así uno de los redactores de AB C:
«Allí, entre rudos indios chocoes y entre descendientes de hazañosos capitanes, ha realizado una labor providencial este español egregio.
En agria discrepancia de límites, actuó de árbitro y pacificador entre el Ecuador y Colombia; en riña de indios, por la propiedad de la parroquia de los Reyes, intervino como amigable componedor y construyó otro templo parroquial y regaló para el altar mayor la imagen escultórica de San Fernando; en Quito, invitado por los católicos ecuatorianos, coronó la imagen de la Santa Virgen, Patrona de la capital, y afrontó las amenazas de los masones y anarquizantes; en lo más abrupto de los Andes colombianos bendijo y colocó la primera piedra fundacional de un pueblo que, como homenaje al Vicario de Cristo en la tierra, se llama Desio, recordando a la localidad de Monza, donde nació el pontífice Pío XI.
En Pasto funda templos y hospitales, constituye el Cabildo Catedral, reedifica 43 parroquias destruidas por los terremotos y-—zaragozano por nacimiento y cordobés por impulso de cariño—fomenta y afirma el culto a la Virgen del Pilar y al arcángel San Rafael.
Misionero del Corazón de María, no fue obispo misionero: tuvo, de hecho y de derecho, todos los privilegios y prerrogativas de un príncipe de la Iglesia nacional. Nombrado a propuesta del Gobierno colombiano, conservó su nacionalidad española, y, aun conservándola, tuvo asiento, voz y voto en el Parlamento, donde su opinión y su consejo eran decisivos.
Hace años llegó a Colombia el humilde misionero reverendo padre Antonio María Pueyo y del Val; iba de Córdoba, centro de su fecundo apostolado en Andalucía; iba de Córdoba, donde había logrado restaurar maravillosamente la grandiosa iglesia de San Pablo, florón del arte cristiano y—según el inolvidable maestro Lampérez—la más arcaica de la Reconquista, la más completa, la que mejor permite afirmar los caracteres de la arquitectura cordobesa de esos tiempos… Y al llegar a Colombia, a la vez que cumplía las reglas de su Instituto y a la vez que se ejercitaba en predicar las enseñanzas del Evangelio, acometió y dio feliz cabo y remate a la ardua empresa de terminar la. construcción de la basílica del Voto Nacional en Santa Fe de Bogotá.
Desde la diócesis de Pasto trabajó ahincadamente por reivindicar toda la gloria que correspondía al gran Osio. Y Osio, glorificado ya monumentalmente, tiene otro monumento insuperable en el libro que el Prelado pastense dedicó a la historia y a la filosofía del sabio que presidió el primer Concilio de Nicea y defendió los derechos de la Iglesia en el orden espiritual.
En Pasto estableció Órdenes religiosas españolas, que cultivaron y cultivan la acción social; allí emprendió la construcción de una línea férrea para poner en comunicación con el mar a los pueblos pastenses, y allí, de primera mano, acopió materiales y datos referentes a los españoles que sobresalieron como colonizadores o bienhechores de Colombia: el gobernador y descubridor, D. Gonzalo Ximénez de Quesada; el capitán Suárez de Roudón, el cordobés Jerónimo de Aguayo, que llevó al nuevo reino de Granada el primer puñado de trigo—Eucaristía y pan—y el también cordobés D. Pedro Fernández de Valenzuela, descubridor de las minas de esmeraldas en Somindoco.
Era el P. Pueyo efusión de bondad paternal, optimismo exaltado, maestro en elevadas disciplinas del saber, alma de artista, orador grandilocuente y persuasivo.
La vida del P. Pueyo ha sido sencillamente sublime; agua viva, luz, dinamismo, misericordia, plegaria, espejo del cielo y cruz florecida con rosas de emoción”.