PALADIO CURRIUS. Sacerdote colaborador de Claret (Ridaura [Gerona] 1817 – La Selva del Camp [Tarragona] 1902)
Nació el 30 de julio de 1817 en el manso Colldecanas, de Riudaura (o Ridaura, provincia y diócesis de Gerona) y fue bautizado al día siguiente con los nombres Paladio José Eudaldo. Huérfano de padre a los cinco años, le tocó vivir una niñez en estrecheces, haciendo diversos trabajos en las masías por las que su madre se fue desplazando, siempre en torno a su pueblo. El dueño de una de ellas le enseñó las primeras letras; luego, en 1825, comenzó a ir a la escuela pública, con tal aprovechamiento que, con sólo 11 o 12 años, ya era él capaza de enseñar a los niños de la masía en que vivía.
En 1829 comenzó los estudios de latinidad, en los veranos, con clases gratuitas que recibía de un profesor del seminario de Gerona que pasaba las vacaciones en Riudaura. De 1837 a 1840 cursó filosofía en el seminario de Gerona como seminarista externo; vivía en el manso Martí de las Viñas, a una hora de camino de Gerona, donde se ganaba la manutención enseñando a los niños de la familia y realizando cuantos trabajos se le encomendasen. En 1840, debido a las circunstancias políticas, se cerró el seminario, por lo que tuvo que estudiar la teología de forma privada, bajo la guía de un dominico exclaustrado. Él vivía en el manso Molí de Deu, como criado de la familia.
En marzo de 1843, aconsejado por sus directores espirituales, fue a Roma a ordenarse, ya que el gobierno liberal había prohibido conferir órdenes en España. Entre el 1 de abril y el 25 de junio recibió la tonsura y todas las órdenes. Según era usual en la época, se ordenó a título de patrimonio, que tuvo que recibir prestado. También recibió préstamo para el viaje, manutención y gastos de ordenación; tardó varios años en poder devolver estas deudas. Vuelto a su patria, continuó los estudios todavía durante tres años; vivía en una pensión en Gerona. Finalmente, a partir de 1846 pudo desempeñar cargos parroquiales. Fue un año coadjutor de Sta. María de Amer, donde estaba de Vicario D. Juan Pladeveya (con quien pocos años después marcharía a Cuba). En 1847 fue nombrado Vicario de Castellón de Ampurias, cargo que desempeñó hasta el 2 de octubre de 1850.
Debe de haber conocido a Claret en abril de 1850, cuando el arzobispo electo acudió a aquella ciudad a dar ejercicios a sacerdotes. Sin duda Claret les habla de su próxima consagración e ida a Cuba y de la escasez de sacerdotes que padecerá en la isla, y D. Paladio logra autorización de su obispo para, cuando llegue el momento, marchar con Claret. Ante la nueva perspectiva de su vida, hizo seguidamente otros ejercicios en La Merced de Vic, dirigidos por el arzobispo a aquella comunidad misionera y a un grupito de sacerdotes y algún seglar que ya están apalabrados para marchare a Santiago con el nuevo arzobispo. Las inclemencias meteorológicas no le permitieron llegar a tiempo a la consagración de Claret el 6 de octubre. Pocos días después se instala definitivamente en La Merced, de donde, con otros ocho sacerdotes y cuatro laicos, emprenderá el viaje a Cuba. Zarparon de Barcelona el 28 de diciembre y llegaron a Santiago el 16 de febrero de 1851. A partir de ahora, D. Paladio Currius será el permanente y fidelísimo colaborador de Claret, hasta el fallecimiento de éste.
En los primeros meses de estancia en Cuba, Currius se entrega a la evangelización popular. En el verano la fiebre amarilla o enfermedad del vómito comienza a hacer estrago en el grupo; fallece su compaisano el P. Juan Pladeveya y el seglar Telesforo Bernáldez; a Currius le llevaron a palacio en parihuela, “más muerto que vivo”, pero logró reponerse. Ahora tuvo que dejar la itinerancia misionera y sustituir a Pladeveya como profesor de moral en el seminario; es nombrado además capellán del hospital general. En los años 1852-53 desempeña también los cargos de Vicesecretario de Cámara y Mayordomo de Palacio, y dirige la reconstrucción del palacio episcopal y del seminario, gravemente dañados por los terremotos de agosto-septiembre de 1852.
Vista su destreza en esos menesteres, en noviembre de 1854 Claret le encarga de las obras del gran centro de beneficencia o Granja-Escuela que proyecta construir en Puerto Príncipe; es también capellán del hospital militar de la misma ciudad. Los meses de junio-noviembre de 1855 los pasa en Santiago, donde asiste a la fundación oficial del convento de la M. Antonia París (“Monjas Benedictinas de Enseñanza”, dice él), del que es nombrado síndico. Ya desde 1853 era director espiritual de la M. Antonia y confesor de algunas de sus compañeras. Se volvió a Puerto Príncipe, de donde regresó definitivamente en junio de 1856 dejando la obra bastante avanzada (hará al menos un viaje a Puerto Príncipe en diciembre de 1856, EpPas I, p 654). Claret ya había sufrido el atentado de Holguín y, de momento, no salía de misiones, por lo que su secretario, Felipe Rovira, llevaba los asuntos de palacio y Currius pudo dedicarse de lleno a las Monjas de la M. París, hoy Misioneras Claretianas. Era su confesor ordinario y trabajaba asiduamente en ordenar las Constituciones que la fundadora iba escribiendo y otros escritos de la misma. Por estos años parece que es también confesor o director espiritual del arzobispo, el cual tiene con él una confianza muy especial, superior a la que dispensa a su Vicario General, P. Lobo (cf. EC I, p. 876).
El grupo de colaboradores de Claret comienza a dispersarse –con gran disgusto de Currius- en el verano de 1856: los misioneros F. Coca, M. Subirana y Fr. E. de Adoain a Centroamérica, y D. Juan N. Lobo a la Península para ingresar en la Compañía de Jesús . En marzo de 1857 el arzobispo es llamado a Madrid, a donde se traslada con su secretario, Felipe Rovira, y con el paje Ignacio Betriu, y deja al P. Currius y D. Dionisio González de Mendoza al frente de la diócesis. Los otros dos miembros del equipo, D. Antonio Barjau y Fr. Antonio de Galdácano, siguen en el seminario.
Establecido Claret en Madrid, tanto él como Currius desean juntarse cuanto antes; pero Currius espera en Cuba hasta que se autorice que la M. París y otras dos monjas de su convento puedan pasar a la Península. Acompañándolas, llega a Barcelona el 23 de mayo de 1859, y, habiéndolas establecido en Tremp (Lérida), el 11 de julio se reúne con el arzobispo en Madrid, que le hace varias encomiendas, pues el arzobispo sale al día siguiente con los reyes para La Granja. Tenemos la impresión de que Currius queda desde el principio al frente de la familia de Claret, a quien, por carta, informa durante aquel verano de planes y comportamientos de D. Francisco Sansolí y D. Carmelo Sala (Pedro Llausás e Ignacio Betriu van con Claret a La Granja). Claret, designado dos meses antes protector del hospital e iglesia de Montserrat (calle Atocha), ha dejado a Currius al frente de las reparaciones materiales que en la misma es preciso realizar, y también de buscar nueva vivienda para el grupo, que hasta entonces la tenía en el hospital de Italianos (Carrera de S. Jerónimo esquina C/ Cedaceros En noviembre Claret nombra a Currius rector de la iglesia de Montserrat (el vicerrector será Llausás), al frente de la cual estará durante año y medio, aunque solo teóricamente, pues la mayor parte del 1860 estará en Roma gestionando asuntos de importancia.
En marzo de 1861 Claret, presidente del Escorial desde agosto de 1859, destina a Currius al monasterio; allí se junta con sus antiguos compañeros de Cuba llegados a la Península en junio de 1860: D. Dionisio González, D. Antonio Barjau y Fr. Antonio de Galdácano. Currius entra en la corporación de capellanes reales y tendrá el cargo de “celador de coro”, maestro de ceremonias, responsable de compras para la iglesia y para la nueva biblioteca, etc. Junto con D. Dionisio, vicepresidente del monasterio, será el brazo derecho de Claret en las múltiples actividades que allí se desarrollan. Cuando llega Currius ya está funcionando el seminario supradiocesano, y en septiembre se funda el colegio de segunda enseñanza. Currius será sucesivamente profesor del colegio y del seminario, para lo cual se gradúa de bachiller en teología en 1862 y de licenciatura en 1863, en los seminarios de Valencia y Salamanca respectivamente.
Llegada la revolución de 1868, la “septembrina” o “gloriosa”, los nuevos mandatarios nombraron presidente de la corporación de capellanes de El Escorial a uno que había dado muchos disgustos al P. Claret y a D. Dionisio González, y exigieron a los demás que le reconociesen. Currius estuvo entre los que se negaron, por lo cual, en noviembre, fue expulsado del monasterio. Pasados unos meses, por indicación de Claret (exiliado en Francia), se puso a disposición de la M. París para atender a su nuevo convento de Reus (Tarragona); será capellán y confesor del mismo de 1869 a 1879, año en que, debido a desencuentros con la M. Antonia, el obispo le destinó a Valls (Tarragona) como capellán de las Carmelitas Calzadas; desempeñó este ministerio hasta 1900.
Un capítulo especial de la biografía de D. Paladio Currius lo constituye su relación con la naciente orden de las Religiosas de María Inmaculada para la Enseñanza (hoy Misioneras Claretianas). Él se consideró segundo fundador y las llamaba “mis monjas”. Fue bastantes años director espiritual de la M. París y le profesó gran admiración. La ayudó en las diversas redacciones de las Constituciones y trabajó denodadamente –y sin éxito- por su aprobación en Roma. Un aspecto algo oscuro de esta relación con la M. Antonia es el referente a la “Reforma General de la Iglesia”, que la religiosa concibió y que Currius la obligó a manifestarle y ponerlo por escrito. Suponía cambios radicales en la cúpula de la iglesia, nuevo estilo de vida de la jerarquía, fundación de nuevas órdenes religiosas, etc. En la realización de dicha Reforma se asignaba a Claret un papel decisivo. Todo ello iba acompañado de elementos apocalípticos, visiones, secretismo… Currius leía con pasión el libro del jesuita P. Lacunza sobre La venida del Mesías en Gloria y Majestad y desde él interpretaba los acontecimientos y construía un futuro imaginario, asignaba cometidos a personas (¿sería Claret el siguiente Papa?, veía próximo el final de los tiempos… Currius aceptaba sin reservas discutibles revelaciones de la M. París, y contó durante un tiempo con el pleno respaldo del obispo Caixal (antiguo director espiritual de la M. Antonia), y con un apoyo mucho más discreto, reservado y pasajero del arzobispo Claret. Con los escritos que, sobre el tema, le fue entregando la M. Antonia, con los suyos propios y con algunos de Caixal, Currius formó lo que él llamaba “Mi Libro”, documentación de más de 200 páginas (hoy en gran parte desaparecida). Recomendado por Claret y Caixal, Currius logró ser recibido por Pío IX en febrero de 1860 y entregarle en mano dicho documento para que lo examinase o hiciese examinar (EpCpas I, pp. 435-438). Al poco tiempo se le comunicó que el proyecto no era pertinente. No obstante, Currius tardó quizá décadas en desistir del proyecto. Finalmente, al haber pasado el Concilio y haber fallecido Pío IX sin grandes cataclismos eclesiales, y a causa de sus diferencias ulteriores con la M. París, probablemente el propio P. Currius destruyó “Mi Libro”.
En 1880, en declaración firmada ante el P. Clotet, dejó el siguiente testimonio sobre Claret: “En la mejor forma que me pueda ser requerida por cualquier autoridad competente, declaro y certifico que en los veinte años que traté al Excmo e Ilmo. Sr. D. Antonio María Claret, arzobispo que fue de Santiago de Cuba, y dependí de sus órdenes, no he visto jamás en él la más mínima obra, palabra ni gesto que desdijera de la sólida virtud, sino por el contrario siempre advertí una tendencia y práctica de una santidad heroica que resaltaba más y más en los diferentes contratiempos y persecuciones de todas clases por las que pasó desde que le conocí y admitió entre sus familiares en abril de 1850 hasta el octubre de 1870 en que dio al Señor su noble y fervoroso espíritu; si bien que los dos últimos años sólo le trataba por cartas, en las que se dejaban ver el mismo espíritu de caridad, zelo de la salvación de las almas y ardentísimo amor a Dios y a María Santísima que nos enseñaba con sus palabras cuando teníamos sus familiares la honra de estar en su compañía” (AP C. IX, rG, 400). Currius colaboró estrechamente con el P. Clotet en activar la causa de beatificación de Claret.
La personalidad de D. Paladio Currius es compleja. A pesar de lo precario de su formación inicial, posteriormente adquirió buena cultura eclesiástica, como manifiestan sus compras de libros desde Cuba y El Escorial; fue aficionado sobre todo a la liturgia, pero conoció una literatura eclesiástica mucho más amplia. El P. Claret le califica de “muy piadoso y celoso” (Aut 598). Fue sin duda el colaborador más asiduo y generoso de Claret, sacrificado en extremo, pobre y obediente a toda prueba. A Claret le profesó una admiración sin límites; tuvo la suerte de ser su confesor durante años y de poder declarar en su proceso de beatificación. Fue el primero en conocer su Autobiografía, que Claret le prestó tan pronto como la tuvo concluida (junio de 1862) para que hiciese copia (disfrutó de ella por tanto antes que sus destinatarios, los Misioneros). Le atraía la vida religiosa, y, en concreto, solicitó, ya tardíamente, ser admitido como Misionero Claretiano; el P. Xifré objetó que superaba la edad establecida en las Constituciones.
Ya muy anciano, habiendo cesado como capellán de las Carmelitas de Valls, los Misioneros Claretianos le proporcionaron vivienda y medios de vida en la Selva del Camp (Tarragona), donde, atendido por ellos, falleció el 27 de septiembre de 1903, a la edad de 87 años. Dejó sus numerosos y minuciosos escritos a la congregación de Misioneros: epistolario, miscelánea, sermonario. Desde el comienzo de la estancia en Cuba se fue quedando copia de cuantas cartas escribía; las que entregó a la Congregación, más de 1.100, todas relacionadas con Claret en las épocas de Cuba y Madrid, constituyen, después de las del propio Claret, un enorme arsenal de información de primera mano sobre la vida y apostolado del santo.
Fuentes: Epistolario, Miscelánea y Sermonarios de D. Paladio Currius. Inéditos. Y EC III, p. 554s.