ALCIDES FERNANDEZ GOMEZ
Celebró las bodas de oro de sacerdocio ya en el lecho de enfermo con diagnóstico de cáncer de pulmón. Trabajó intensamente en su libro-testamento y se entregó confiado a la voluntad de Dios. Rodeado de los suyos y de los miembros de la comunidad de Jesús Nazareno falleció a las 2 de la tarde del primer día de 1995.
Ingresado en el seminario menor de Bosa el 14 de octubre de 1931, empieza el noviciado el 18 de octubre de 1935, profesa por primera vez en Bosa el 1936 y hace la profesión perpetua en 1939. Cursa filosofía y teología en Zipaquirá (1936-1944) y recibe el sacerdocio el 3 de diciembre de 1944 en Bogotá de manos de Mons. Andrade Valderrama.
Toda su vida estuvo animada por una entrega total a la misión, fundamentada en una fe sólida, en una vocación aventurera, en una inquietud permanente por todo lo que significaba novedad, en una identificación espontánea con el pueblo pobre.
Ello le llevó después de los primeros años del sacerdocio, dedicados a la predicación, a entregarse de lleno a la misión en el norte del Chocó, a la cual llegó en 1954, después de haber obtenido el carnet de piloto en las escuelas de Cuatro Caminos en Madrid y en Barranquilla, estrenando su carnet en vuelo de exploración a través del Río Atrato hasta el Urabá chocoano, con la muy claretiana ambición de salvar el mundo por todos los medios posibles.
Trazó aeropuertos elementales a lo largo del Río Atrato y construyó pueblos de colonos del interior en la rica zona del Urabá chocoano. Esta tarea de transporte de las familias y lucha contra la selva tropical tenía para él todo un proyecto evangelizador: el de ayudar a vivir a los nuevos asentamientos campesinos la experiencia integral de las primitivas comunidades cristianas. Intuyó y puso en práctica el estilo de las comunidades de base, de los ministerios laicales, de la economía solidaria y de las tecnologías apropiadas.
Los nuevos horizontes de una Iglesia postconciliar y de una Congregación renovada le fueron siempre familiares como el panorama del cielo inmenso – con sus turbulencias – y la delgada cinta de las pistas de aterrizaje, desde los mandos de su avioneta.
Salió ileso de dos accidentes, uno de los cuales dejó destrozado el pequeño aeroplano, y se empeñó a fondo en increíbles maniobras para superar el peligro, para salvar su vida y la de sus pasajeros. Como también hubo de hacerlo en una labor que llevó muchas veces completamente solo, en una austeridad total, sin tregua ni descanso y cuestionado desde dentro y desde fuera o tachado de subversivo y avanzado.
Y cuando dejó de volar, 29 años después de su primer crucero sobre la geografía chocoana, dio aún más rienda suelta a los sueños de una Iglesia inculturada, de una inserción misionera y de nuevas propuestas al servicio de la gente: la universidad campesina de Balboa, el periódico «Frontera», el desplazamiento a la periferia, el ponerle la cara al conflicto social en los otros lugares a donde fue enviado: Tierradentro, en la prelatura de Montelíbano, Sincelejo, Pereira y Barranquilla.
Sintió que las ciudades lo asfixiaban y ocultaban su norte de presencia en el mundo campesino. Por ello Sapzurro, la hermosa bahía en la costa limítrofe con Panamá, fue su último espacio de misión de cercanía al pueblo y de contemplación.
Como todo lo de su vida, quiso también compartir sus reflexiones, sus recuerdos y sus cavilaciones. Ahí quedan sus libros, como crónica y mensaje: Cristo por los caminos de Urabá (1956), Alas sobre la Selva (1976), Aviadores y fantasmas (1982), Carabelas y Alcatraces (1991), Mundo nuevo a la vista (1994).