Canonización del P. Fundador

CANONIZACIÓN DEL P. FUNDADOR

 

El proceso previo

Una vez proclamada la beatificación de nuestro P. Fundador, el 25 de febrero de 1934, la Congregación se preocupó inmediatamente de continuar el proceso hacia su canonización. De hecho, el 6 de julio de 1938, el Papa Pío XI firmó la reasunción de la causa del beato Claret. Entre 1941 y 1948 se celebraron varios procesos en Cuba, Roma, Córdoba y Barcelona. En febrero de 1948 el Papa concedió la dispensa de la discusión sobre la validez de dichos procesos, gracia que muy pocas veces ha sido concedida.

El 12 de enero de 1950, después de haber seguido los respectivos trámites, el Papa Pío XII declaró que ya se contaba con los dos nuevos milagros: la curación de cáncer de sor Josefina Marín en Santiago de Cuba el 11 y 12 de Mayo de 1934 y la curación de hemiplejía procedente de lesión cerebral de la señora Elena Flores, en Córdoba, el 9 de mayo de 1948.

El 5 de marzo de 1950 el Santo Padre declaró solemnemente que podía procederse con seguridad a la solemne canonización. El 26 de marzo el Papa asintió al voto favorable que dieron los Cardenales en diferentes consistorios celebrados con anterioridad.

La labor del P. Felipe Maroto como Procurador de la Causa terminó con la beatificación del P. Fundador, ya que el Capítulo General, en ese mismo año, lo eligió como Superior General de la Congregación. El nuevo Procurador, desde 1934 hasta 1948, fue el P. Juan Postíus, a quien le tocó afrontar este servicio en medio de la persecución producida contra la Iglesia en la Guerra Civil española de 1936. A partir de 1948 se encargó de la Causa, el P. Anastasio Gutiérrez, quien tuvo la dicha de llegar a la meta de la canonización.

Los preparativos

Para que la Congregación se preparase mejor a vivir la canonización del P. Claret, el Consejo General, el 16 de agosto de 1949, creó el Secretariado Claretiano con doble función: una inmediata, consistente en preparar la fiesta de la canonización; y la otra permanente, orientada a actualizar la obra y misión del P. Fundador. A cargo de este Secretariado se puso al P. Arcadio Larraona, con la colaboración de los PP. Eduardo Fabregat y Anastasio Gutiérrez. Desde este frente se organizaron varias comisiones que se encargaron de que todo estuviese a punto: peregrinaciones, cultos, hospedajes, propaganda, etc.

Los peregrinos fueron millares, llegados principalmente de España y también de Italia, Alemania, Francia, Argentina, Colombia, Chile, Estados Unidos, Inglaterra, México, Perú, Panamá, Uruguay, Guinea Ecuatorial y Venezuela. Acompañaron estas peregrinaciones más de quinientos Misioneros Claretianos, que trataron de convertir este viaje en una intensa experiencia de fe para todos los participantes. Se editaron muchos y variados ejemplares de la vida del P. Claret y estampas para acercar la figura del nuevo santo a todos los interesados.

En la madrugada del día 7 de mayo, todos los claretianos que pudieron hospedarse en la Casa Generalicia de Vía Giulia, después de escuchar una sentida alocución del P. General, renovaron sus votos, como la mejor disposición para acoger este don.

La celebración vivida en 1950

La Basílica de San Pedro estaba repleta de peregrinos, que pasaban de cincuenta mil. A las ocho y media de la mañana empezó el rito de la canonización y la Eucaristía presididos por el Papa Pío XII. El momento más crucial y emocionante fue cuando el Papa pronunció su fallo magisterial y definitivo: «El Beato Antonio María Claret, Obispo y Confesor, decretamos y definimos que es SANTO y lo inscribimos en el catálogo de los santos».

Después de esta intensa jornada litúrgica todos los misioneros se reunieron para compartir un ágape fraterno en el Palacio Salviati en Roma. Fueron más de quinientos los misioneros llegados de todos los rincones del mundo.

Para cerrar el día, la Radio Vaticana, a las nueve de la noche, transmitió un mensaje del P. General, en el que dijo: «… Claret es igualmente grande como Santo, como Obispo y como Fundador. Él es cronológicamente el décimo entre los Santos Obispos españoles, el cuarto en la grande cuadriga de santos Fundadores españoles: Guzmán, Loyola, Calasanz y Claret, y el primero de los Padres del Concilio Vaticano que alcanza los honores de los Altares…».

Al día siguiente, en la audiencia especial que Pío XII dirigió a la peregrinación claretiana, trazó un espléndido retrato del P. Fundador: «Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes; pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra; fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien sabe el freno de la austeridad y de la penitencia; siempre en la presencia de Dios aun en medio de su prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios» (1, pp. 366-367).

La canonización, un impulso de vida en el centenario congregacional

El año 1949 fue muy especial para nuestra Congregación, ya que se celebraron los 100 años de la grande obra iniciada por el P. Claret con cinco compañeros en Vic. En este año jubilar se realizó el XVI Capítulo General, en Castelgandolfo, y fue elegido como Superior General el único capitular no español, el P. Pedro Schweiger, de nacionalidad alemana. Un signo más de la apertura universal de nuestra Congregación. El nuevo P. General en su primer saludo a los misioneros expresó: «Paréceme que la glorificación de nuestro Padre va a ser el galardón que el Cielo y la Iglesia nos tienen reservado para el año centenario, y por cierto, no podíamos anhelar cosa mejor para nuestro Beato Padre y para nuestra amada Congregación… La canonización del Fundador es el supremo honor que puede obtener un Instituto religioso…» (1, pp. 103-104).

La Congregación, recientemente recuperada del gran golpe que significó la muerte de más de 270 misioneros durante la Guerra Civil en España, era consciente de vivir dos acontecimientos significativos en su vida misionera. Por un lado, el júbilo de sus cien años, con irrefutables testimonios de santidad apostólica y de entrega martirial. Por otro, la confirmación oficial, por parte de la Iglesia, de que su carisma es un auténtico camino misionero de santificación vivido en plenitud por el propio Fundador. Se abría la puerta de un nuevo centenario lleno de vida, gozo y esperanza.

Guiados por Claret para abrir nuevos horizontes misioneros

En medio de todas estas celebraciones, la Congregación no se quedó en la autocomplacencia de mirar únicamente hacia el pasado, sino que experimentó una fuerte llamada a seguir abriendo nuevas perspectivas y horizontes misioneros.

El P. General, en el discurso final del ágape entre claretianos después de la canonización, remarcó que a partir de ese día se abrían para la Congregación tres rutas que debíamos vivir con mayor intensidad: la santidad, ya que tenemos como modelo al nuevo Santo; la catolicidad, demostrada en la cantidad de nacionalidades de los peregrinos, que nos invita a no conocer límites de razas ni fronteras; y el apostolado claretiano, que nos lleva a servirnos de todos los medios posibles para que Dios sea conocido, amado y servido.

La celebración se convirtió en un impulso de vida para caminar con mayor fidelidad en nuestra vocación misionera. Con la glorificación de nuestro Padre, sus hijos e hijas se sintieron más obligados que nunca a hacer rendir todo lo posible la rica herencia que él nos legara. En efecto, esta fecha cumbre inspiró nuevos caminos misioneros. Y así, el P. General propuso la conveniencia de que la canonización de san Antonio María Claret y el Año Centenario fueran el punto de partida para emprender nuevas obras, y en particular para hacernos cargo de alguna nueva Misión ad gentes que podía ser el Japón. Acogida con satisfacción la idea por todo el Gobierno General, ya no se pensó sino en buscar ocasión y modo de realizarla (cf. 1, p. 234).

Nos toca a nosotros hoy dar continuidad a este dinamismo misionero despertado a raíz de la canonización de nuestro P. Fundador. Estamos llamados a ser santos como él, siendo misioneros que abren con entrega y creatividad nuevas fronteras de evangelización.

Podemos celebrar esta fecha como una explícita invitación para vivir hoy, a ejemplo del P. Fundador, nuestra propia vocación misionera en santidad. «…Antonio María Claret ha sido canonizado por la Iglesia. Ella ha reconocido que es un paradigma de vida evangélica y entrega misionera para todos los creyentes. Nuestra Congregación tiene una raíz santa, reconocida como tal por la Iglesia. En la canonización de nuestro Fundador, la Congregación se ve en él protológicamente canonizada. San Antonio María Claret es la Congregación naciente en su santidad, en su utopía. Por otra parte, Antonio María Claret es ya la inicial realización escatológica de la Congregación y desde allá, desde el futuro escatológico, nos llama a recorrer el camino que lleva a la plenitud» (2, p. 49).

 

BIBLIOGRAFÍA

  1. MISIONEROS CLARETIANOS. Annales Congregationis, t. 39 (1949-50), pp. 234, 355–424.
  2. MISIONEROS CLARETIANOS. Nuestro proyecto de vida misionera. Comentario a las Constituciones, II. p. 49.
  3. MISIONEROS CLARETIANOS. Revista Iris de Paz, número de la Canonización, 1950, n. 2.268, pp. 185-220.
  4. MISIONEROS CLARETIANOS. Revista El Misionero, número extraordinario de la Canonización, 1950, n. 2.268, pp. 161-285.
  5. VIÑAS, J. M.ª y BERMEJO, J. San Antonio María Claret. EA, Madrid 1981.C