Francisco Coll, San (1812-1875.-
La distancia entre Sallent, pueblo natal de san Antonio María Claret y Gombrèn, lugar de nacimiento de san Francisco Coll, no llega en línea recta a 50 kms. Es verdad que, por carretera, el camino casi se dobla en extensión y, además, estas poblaciones pertenecen a dos comarcas distintas de Cataluña, a la de Bages y a la del Ripollès, respectivamente. Ambas, sin embargo, forman parte de la diócesis de Vic. La cercanía geográfica hizo que estos dos santos, plenamente contemporáneos, vivieran en un clima político, religioso y social en general muy similar, hasta que alcanzaron su edad adulta y de intensa proyección apostólica.
San Antonio Mª Claret era cuatro años y medio mayor que san Francisco Coll. Uno y otro se vieron afectados en la infancia por la guerra de ocupación napoleónica (1808-1814). Sus familias fueron numerosas y encontraron la base del sustento en la industria doméstica del tejido y cardado de la lana. Niños todavía, sintieron como despuntaba en ellos la vocación sacerdotal y, primero Coll en 1822 y, después Claret en 1829, encontraron cauce de formación en un mismo seminario, el de Vic, situado en las inmediaciones de la catedral, en la que tenía su sede el benemérito obispo Pablo de Jesús Corcuera y Caserta, que influyó muy positivamente en los dos.
Frecuentaron las aulas de filosofía al mismo tiempo, Claret las correspondientes al primer año. Coll las del tercero, por el tiempo en que murió el papa León XII y fue elegido para sucederle Pío VIII. Es seguro que estos dos jóvenes, de 22 y 17 años sentían por entonces una fuerte llamada al estado religioso, en vísperas de pruebas muy duras para el mismo. De hecho Claret, al finalizar el curso 1829-1830, se puso en camino hacia la cartuja de Monte Alegre (Tiana, Barcelona), aunque es sabido que no llegó al término de su viaje. Coll, sin embargo, sí alcanzó, a principios del otoño de 1830, el convento de la Anunciación de Gerona y allí tomó el hábito de santo Domingo. Domingo de Guzmán va a ser, de por vida, santo al que profesaron una devoción entrañable y quisieron imitarle, no solo en el celo apostólico, sino también en las características con que brilló su predicación itinerante, en pobreza radical.
Con la diferencia de un año, los dos tomaron los caminos que conducían de Vic hacia la ciudad episcopal de Solsona y allí, desafiando las dificultades de los tiempos, que eran de guerra civil y de medidas restrictivas y hasta persecutorias para todo lo religioso, recibieron la ordenación presbiteral. Claret fue ordenado el día de su onomástico, 13 de junio de 1835, y Coll, también en la capilla privada del obispo mercedario Juan José Tejada, en las témporas de Pentecostés, 28 de mayo de 1836. El estreno de su sacerdocio iba a tener escenarios bastante comunes de la diócesis de Vic, regida por el entonces vicario capitular Luciano Casadevall, más tarde obispo.
En el año 1846 un proyecto de fraternidad apostólica estrechó todavía más los lazos entre estos dos celosos sacerdotes. Coll, desde su condición de dominico exclaustrado por la supresión general de los religiosos en España. Con otros animados de idéntico celo, iban a ocuparse de misiones populares, publicaciones religiosas y ejercicios espirituales. Claret, alma del proyecto, quiso que Coll se consagrara especialmente de los ejercicios espirituales. De los frutos que cosechó en una predicación tenida en Gerona en el mes de mayo de 1847 escribió san Antonio María con elogio hacia quien llamaba «uno de los nuestros», y añadía: «Ha hecho mucho fruto; los comediantes rabiaban e hicieron instancias al señor jefe político de allí para que le obligara a concluir, ya que la gente no iba al teatro». En ocasiones formaron parte de un mismo equipo misionero y recorrieron poblaciones diversas. Los comparaban a nuevos san Vicente Ferrer redivivos, por su entrega generosa a la Palabra de Dios. Tuvieron importantes amigos comunes como, por ejemplo, el aludido obispo Luciano Casadevall, el director espiritual de uno y otro que fue Pedro Bach, del Oratorio de San Felipe Neri, el celoso canónigo Jaume Pasarell, también el formador de sacerdotes en el seminario de Urgell José Nofre.
Con rapidez, su campo de acción fue alargándose para los dos, sobre todo, para Claret que en 1848 misionó ya por las islas Canarias. Además, en 1850 recibió el encargo del arzobispado de Santiago de Cuba. Esta última circunstancia iba a distanciarlos geográficamente, pero continuaron relacionados entre sí en deferentes momentos, especialmente cuando Claret tuvo su residencia habitual en Madrid y Coll llevaba entre manos la consolidación de sus Hermanas Dominicas de la Anunciata. En el mencionado año 1848 consiguió para Francisco Coll el título de «misionero apostólico», que el beneficiario apreció en grado muy alto. A Coll le apoyarán después en su equipo misionero algunos hijos de la familia claretiana, destacando entre ellos por sus cualidades y fama de santidad Jaume Clotet y Fabrès.
Coll utilizó intensamente los escritos de Claret, en particular para sus misiones populares, que fueron muy frecuentes por numerosas comarcas de Cataluña. El fruto de las mismas lo ponderaba san Antonio María con expresiones que se han repetido, al menos tras la susodicha carta que escribió en mayo de 1847. Los encomios que hacía de él corrieron de boca en boca y quedaron plasmados en diferentes documentos escritos. Valga por todos la cita de uno del que es autor el canónigo de Vic Jaume Collell y Bancells y lo publicó apenas fallecido san Francisco Coll (1875): «El nombre del Padre Coll va unido en la memoria del pueblo catalán al de Mossèn Claret, y este apóstol de Cataluña con su modestia solía decir que allí donde había pasado el Padre Coll ya no quedaba nada por rastrojear». Con matices en las expresiones, múltiples fuentes documentales aportadas para la primera biografía y testificaciones realizadas a lo largo del proceso ordinario informativo para la canonización del Padre Coll recuerdan la sentencia humilde y encomiástica de san Antonio María.
Claret quiso saber cuál era la fuente a la que acudía a beber su amigo para distribuir a raudales el agua viva del Evangelio al pueblo, tantas veces enfriado en su fe. Coll, con suma modestia, le señaló con gesto expresivo un díptico, ante el que hacía con frecuencia su oración penitente. Representaba semejante icono el misterio de la Santísima Trinidad, a una parte y, a la otra, el de María de los Dolores, asociada de manera inseparable a la muerte redentora de su Hijo.
Para manifestar su devoción a María aseguran que tuvieron un santuario común: el de Nuestra Señor de Montgrony, en Gombrèn, especialmente a la hora de llevar adelante la «obra de Dios» de sus familias religiosas respectivas. Lo atestiguó un ponderado profesor de teología, que rubricó con su vida la confesión de la fe hasta derramar su sangre por Cristo en 1936. Fue el sobrino nieto de san Francisco Coll, Ramón Puig y Coll, quien escribió así en 1912: «¿Qué virtudes contiene aquel bendito suelo que diera empuje al Padre Claret para la fundación de los Hijos del Corazón Inmaculado de María, y al Padre Coll valor y constancia singular para llevar a cabo la grande obra de la Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata? —No hay duda alguna que tal virtud descendió de lo alto, o sea, de los riscos donde se sienta como en su trono nuestra idolatrada Madre Virgen de Montgrony».
Fueron nuestros santos necesariamente diversos, cada uno tuvo sus cualidades y modo de ser, su misión específica en medio del Pueblo de Dios, pero permanecieron inquebrantablemente unidos en el amor a Jesucristo y a los redimidos por su sangre. Esta fue la razón de sus vidas. Francisco Coll sufrió a partir de los 57 años de edad una enfermedad de apoplejía que se le declaró precisamente mientras predicaba en el pueblo natal de Claret, el mismo día en que este celebraba una reunión con los obispos del mundo católico en la capilla Sixtina, previa a la apertura del concilio Vaticano I, el 2 de diciembre de 1869. A pesar de todo, mientras le acompañaron las fuerzas, continuó predicando, hasta el término de la peregrinación terrena, que fue el 2 de abril de 1875. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de abril de 1979 y Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.
- Vito-Tomás Gómez García, O.P.
Fuentes y Bibliografía: Francisco Coll, O.P., Testimonios (1812-1931), ed. Vito T. Gómez García, Valencia 1993.— Vito T. Gómez García, El Padre Coll, dominico. Francisco Coll y Guitart, santo fundador de las dominicas de la Anunciata, Madrid 2009; Lorenzo Galmés, Francisco Coll y Guitart, O.P. (1812-1875). Vida y obra, Barcelona 1976; José María de Garganta, Francisco Coll, fundador de las dominicas de la Anunciata, Valencia 1976.