SAN JOSÉ
Compatrono de la Congregación
San José: seguridad y confianza para la misión claretiana
La figura de san José ha cobrado últimamente gran actualidad en la Iglesia. En el día de su fiesta somos invitados a centrar nuestra mirada en aquél a quien Dios confió la custodia de sus tesoros más preciosos. De esta manera, siguiendo el ejemplo de san Antonio María Claret, invocamos con toda confianza su patrocinio, y tenemos presente su humilde modo de servir y de colaborar en la economía de la salvación. En particular ponemos delante de nuestros ojos y de nuestro corazón misionero, estos rasgos de su personalidad:
- Esposo de María. José y María colaboran estrechamente para que se realice en nuestra humanidad el misterio de Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado. Viven juntos y siempre junto a su hijo. No nos corresponde separar lo que Dios ha unido. Los evangelistas proclaman claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38); pero asimismo llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5). Justo y necesario es que veamos la presencia de José en íntima conexión con María. El mensajero se dirige a José como el esposo de María y le confía una misión: ser padre terreno para Jesús, el hijo de María. Lucas había afirmado que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1, 27). Pero la naturaleza de este desposorio se explica de alguna manera, cuando María pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34). Y adviene la respuesta clarificadora: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). María, aunque estaba desposada con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, ha sido fruto y obra del Espíritu Santo. José será un esposo peculiar.
- Creyente. José, como María, se fio también de la Palabra del Señor, manifestada no de una manera nítida sino en el claroscuro de la fe. Dios se le comunicaba de noche y en sueños. ¿Podría estar del todo seguro de que era Dios quien le hablaba? ¿O no eran, tal vez, sus propias voces, una especie de autoengaño? José, igual que María, comienza su andadura como un peregrino en la fe. Pero se fía de la Palabra del Señor. Son dos creyentes y caminan de la mano. Llevan entre sus manos a Jesús.
- Obediente. Tal como el ángel del Señor le había ordenado, José tomó consigo a su esposa: «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). José toma a María con la inmensa carga de dolor y zozobra; la acoge en el íntegro misterio de su maternidad. Y con ella asume todas las consecuencias que ya se preveían inminentes: la acepta junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Así demuestra san José un acatamiento a la voluntad de Dios semejante al de María. El comportamiento de san José puede calificarse de genuina obediencia de la fe. Se convierte en modelo de todo verdadero creyente. No basta escuchar la Palabra. La casa se construye sobre roca. De lo contrario el viento y la tempestad la arruinan y desmoronan. Es preciso acoger la Palabra de Dios y cumplirla.
- Hombre justo. Justo no quiere decir exacto cumplidor de la ley. Si así lo fuera, José sería un justiciero que habría hecho uso del derecho penal, según Deuteronomio (22, 20). José se halla sumido en la perplejidad. Es evidente que su esposa está embarazada («se supo», dice lacónicamente el texto de Mateo), pero él no duda de la integridad de su esposa. Se encuentra en la turbación -como María- y va a adoptar una solución que no perjudique irreparablemente a su esposa. Decide darle el acta de repudio (cf. Dt 24,1 ss.), pero sin publicidad y en presencia de algunos testigos indispensables. Esta solución, no es muy eficaz, resulta acorde con el modo de comportarse de Dios con los hombres buenos: ponerlos en trance de caminar a oscuras, guiados por la pura fe, y fiados únicamente de la Palabra.
- Pone el nombre a Jesús. A José, por expreso deseo de Dios, se le confía esta misión: darle un nombre a Dios encarnado. Y también, en el instante de la anunciación, se le revela el significado de este nombre: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Así declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, pregona también su misión salvadora. Y quien le otorga el nombre es José, el descendiente de David y de Abrahán. Dios había hecho una promesa a Abrahán, asimismo a David, ahora esta promesa se cumple: «José, es el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, 16). De esta forma, la historia de la salvación, con todo su lastre de miserias y pecados, se cumple. José es el último eslabón humano en esta cadena de testigos.
- Obrero. La gente de Nazaret, sus paisanos, trataban de desprestigiar a Jesús. Le echaban en cara su origen y su profesión: «¿No es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Las palabras revelan, en el fondo, la grandeza de Jesús: sí, era un trabajador y se ganaba el pan con el sudor de su frente, era hijo de José, otro trabajador. El trabajo enaltece al hombre, y lo hace en cierto sentido más hombre. Se trata, en definitiva, de la dignificación del trabajo y de la santificación de la vida cotidiana. San José es la prueba de que para ser auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas.
Nuestro P. Fundador recibió una iluminación divina: «El día 7 de mayo de 1865, a las tres y media de la tarde, el día del Patrocinio de san José, me dijo Jesús que fuese muy devoto de san José, que acudiese a él con confianza» (Aut 831). Para nosotros sigue siendo válida esta confianza, que afecta a nuestra misión evangelizadora. Su patrocinio debe ser invocado como aliento en el renovado empeño de evangelización en el mundo y de nueva evangelización en aquellos países y naciones, en los que la vida cristiana fue floreciente y que están ahora sometidos a dura prueba. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto. Don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de san José. Que el esposo de María, padre en la tierra de Jesús, que habló elocuentemente con sus acciones, sencillo, silencioso y bueno, nos conceda a todos el servicio leal de colaborar en la misión y de continuar con entusiasmo la obra de la salvación a todos los pueblos.
BIBLIOGRAFÍA
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