FUNDACIÓN DE LAS MISIONERAS CORDIMARIANAS
Julián Collell y Carmen Serrano
RESPUESTA EVANGELIZADORA A LOS
DESAFIOS DE SU TIEMPO
Por Evangelina PEREZ,
Misionera Cordimariana
Desafíos de la realidad mexicana durante la dictadura porfirista
(1876-1910)
Un año antes que Porfirio Díaz volviera al poder, la niña Carmen
nació, el día 8 de noviembre de 1875, en la ciudad de Puebla. Sus padres
fueron Miguel Serrano y María de Jesús Rugama.
El principal cuidado del presidente Porfirio Díaz fue consolidarse en el
poder. Dominó en la nación el poder ejecutivo. El Congreso decayó
completamente. Se impusieron gobernadores adictos a Díaz. De hecho se
instauró un centralismo presidencial absoluto. Díaz sofocaba toda rebelión.
Caudillos y grupos eran asesinados. Esta despiadada represión impidió la
sucesión de rebeliones que con frecuencia estallaban en México por la
disputa del poder. Se consolidó una “paz” muy grata a los habitantes de la
nación, cansados de más de 60 años de guerra civil.
El país se cernía en grandes problemas sociales que afectaban a las
clases más desposeídas; los latifundios crecían y los campesinos sufrían las
consecuencias; los indígenas se rebelaban, sobre todo los Yaquis y los Mayos
en el norte, y los Mayas en el sur; los obreros y mineros eran explotados
cada día más y más. La educación era privilegio de unos cuantos,
aumentando el analfabetismo.
Respecto de la Iglesia, la ley se mostró tolerante, lo cual dio lugar a
acciones muy concretas de ésta en favor de las mayorías. Las diócesis
aumentaron, los conventos de hombres y mujeres renacieron y aun se
fundaron nuevas congregaciones.
Frente a esta situación surgieron diversas iniciativas en todo el país
para estudiar cuestiones sociales, entre las que destacaron las siguientes:
Congresos Católicos, Congresos Agrícolas y Semanas Sociales, organizadas
por el Círculo Católico Angelopolitano y el señor don José Mora del Río, en
las que se estudiaron las condiciones económicas de los campesinos
siguiendo las normas de la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII.
También cabe mencionar la “Sociedad de Obreros Católicos de la
Sagrada Familia y Nuestra Señora de Guadalupe”, que tenía por objeto
beneficiar a sus asociados por medio de los seguros de vida y matrimonial, la
asistencia médica y el fraccionamiento de lotes en la colonia obrera
Guadalupe.
Se fundó la asociación de “Operarios Guadalupanos” que se
dedicaron a estudiar los problemas agrícolas de cada región y a difundir la
propaganda social católica por medio de “La Democracia Cristiana”, “La
Restauración Social” y “El Operario Guadalupano”.
“El Tiempo”, periódico católico, acabó por aceptar una subvención
del gobierno, de manera que sus textos eran tolerados para dar la impresión
de la existencia de una prensa libre. En términos generales, puede señalarse
que la prensa tenía un cierto campo de libertad, mientras no pusiera en
peligro grave la fuerza política del régimen, y mientras no atacara
directamente al presidente.
Los Círculos Obreros existentes en la nación formaron la Unión
Católica Obrera bajo la guía del R. P. D. José María Troncoso, con el objetivo
de prestar ayuda a sus miembros y orientar sus actividades al estudio y
solución de la cuestión social en México, particularmente la obrera.
Se constituyó la “Confederación Católica Obrera” encaminada a
fundar mutualistas y escuelas para obreros; a organizar conferencias
religiosas y cívicas, etc. La revolución constitucionalista acabó con ésta y
otras instituciones.
En este contexto se desarrolló la infancia y juventud de Carmen
Serrano y los primeros años de estancia en México del P. Julián Collell,
quien vino al país en 1902
La revolución mexicana (1910-1923)
Al principio de este siglo, con el desconocimiento del General Porfirio
Díaz, aparece un período de mucha agitación e inestabilidad política, que
produce un cambio en la fisonomía del país. Se buscaba una mayor
participación del pueblo en la vida política para emprender reformas
sociales. Se formaron varios partidos políticos, de los cuales el único que
promovía este cambio era el Partido Antirreeleccionista, encabezado por
Madero y Vasconcelos, cuyo pensamiento estaba expresado en el libro “La
Sucesión Presidencial”. Madero, persuadido de que toda solución pacífica
era imposible, convocó a la lucha armada el 20 de noviembre de 1910. Los
jefes rebeldes de entonces eran:
Emiliano Zapata, en Morelos
Pascual Orozco, en Chihuahua
Luis Moya, en Zacatecas.
Porfirio Díaz renunció a la presidencia el 25 de noviembre de 1910,
ocupándola interinamente Francisco León de la Barra, quien después de casi
un año la entregó a Francisco I. Madero, elegido por el pueblo. Durante la
Decena Trágica del 9 al 18 de febrero de 1913, aprehendieron a Madero y a
su Vicepresidente, José María Pino Suárez, asesinándolos alevosamente el 22
del mismo mes.
El 19 de febrero a las 10.34 horas de la mañana tomaba el poder
Pedro Lascuráin, quien lo entregó después de 26 minutos a Victoriano
Huerta.
Huerta se deshizo de su primer gabinete, que le habían impuesto y
formó otro de adictos a él. Mediante su política de fuerza y atentados estorbó
el propósito de encausar a la Nación por senderos de paz, ya que en el
transcurso de un año fueron asesinados Gustavo A. Madero y Adolfo Bassó,
Francisco I. Madero, José María Pino Suárez, Abrahán González, Edmundo
Pastelín, Adolfo Gurrión, Serapio Rendón y Belisario Domínguez. A
consecuencia de esto, el Congreso protestó con energía y Huerta dispuso que
fuese disuelto éste, y sus componentes encarcelados. Aplazó las elecciones y
la rebelión se propagó en Sonora y Coahuila, bajo la acción de Venustiano
Carranza, Gobernador de Coahuila, que desconoció el gobierno de Huerta el
22 de marzo de 1913. Se formó el Ejército Constitucionalista al mando de
Carranza, con tres tropas: la del Noreste capitaneada por Pablo González; la
del Norte, por Francisco Villa y la del Noroeste por Alvaro Obregón. La
lucha era fuertemente dramática en aquellas zonas, mientras en el Sur ardía
aún la rebelión Zapatista.
En 1916 Carranza convocó al Congreso Constituyente en Querétaro.
Con diputados únicamente carrancistas se elaboró la Constitución,
promulgada el 5 de febrero de 1917, cuyos artículos 3o, 5o, 24, 27 y 130 son
abiertamente antirreligiosos en materia de educación, establecimiento de
órdenes religiosas, libertad religiosa, nacionalización de bienes eclesiásticos,
hasta el punto de prohibirse la existencia de colegios de inspiración religiosa,
conventos, seminarios, obispados, casas cúrales… El artículo 130 resumió
todas las tendencias antirreligiosas del movimiento revolucionario, agravadas
a mayores extremos, que fue como un ciclón que barrió a México, de
Sonora a Yucatán. Parece que competían a ver quién hacía mayores daños:
incendios, asesinatos, violaciones, sin perdonar a las vírgenes consagradas a
Dios, destrucción de templos e imágenes sagradas… Dieron leyes a cual más
tiránicas y absurdas, entre otras, confesarse sólo en artículo de muerte y
delante de un empleado del gobierno. Carranza fue asesinado el 14 de mayo
de 1920. El Congreso eligió a D. Adolfo de la Huerta como presedente inte-
rino para seis meses. Se distinguió por su espíritu conciliador. El 26 de junio
abrió los templos que Carranza había cerrado. Alvaro Obregón ocupó la
presidencia de 1920 a 1924. No reprimió, pero dejó hacer actos de tendencia
antieclesiástica nada plausibles. El 14 de noviembre de 1921, un empleado
de la Secretaría. Particular del presidente hizo estallar una bomba al pie del
altar de la Virgen de Guadalupe, que causó desperfectos, pero la imagen
quedó ilesa.
Casi toda la Jerarquía Católica salió de México, deportada u obligada
por las circunstancias. Muchos sacerdotes fueron encarcelados. Se
produjeron motines y protestas vivísimas porque se colocaron banderas
rojinegras en las Catedrales de México y Morelia.
Durante este tiempo revolucionario descubrimos en nuestros
Fundadores una respuesta oportuna, profètica y altamente riesgosa para sus
vidas, en la cual distinguimos cuatro aspectos:
1) Misionero universal.
2) Ofrecimiento de la propia vida, oración y penitencia.
3) Su dedicación a la catequesis y buena prensa
4) Fundación de un Instituto para difundir la Doctrina Cristiana y la
Buena Prensa.
Dicha respuesta la encontramos reflejada en sus escritos de la época,
como lo muestran estos párrafos:
“El P. Julián, en su gran celo de enseñar la Doctrina Cristiana, no se
contentaba con el Catecismo que se daba en el Señor de los Trabajos, y
dispuso que unas 12 catequistas fuéramos como apóstoles a dar doctrina a
los pueblitos y barrios alrededor de la Ciudad de Puebla. Ibamos dos a cada
pueblito a dar la Doctrina, visitando las chozas donde vivían los niños
harapientos, ignorantes de toda religión… Y no sólo acudían los niños, sino
también personas grandes. En una de estas correrías que hacíamos, mi
compañera era una señora viuda, catequista, que tenía una escuela de niños
pobres, con quien confrontaba en ideas mucho.
Y ambas nos comunicábamos los deseos de servir en lo que
pudiéramos a los Misioneros del Inmaculado Corazón de María para
propagar su devoción. Fuimos las dos nombradas para ir al barrio de San
Matías, fuera de la ciudad.
Al llegar al lugar señalado, no pudimos juntar a los niños para dar la
Doctrina; porque en ese domingo se inauguraba el Templo de San Matías…
Terminada la solemnidad se quedó expuesto el Smo. Sacramento… el
sacristán nos rogó que nos quedáramos a velar mientras él desayunaba… y
como a la hora de estar velando… nos fuimos ambas a casa y, en el camino,
íbamos silenciosas; pues tanto mi amiga Margarita Balsa como yo, tuvimos la
misma inspiración, de que se fundara una Congregación de Misioneras del
Inmaculado C. de María. Ella opinaba que fuera un colegio; yo, que fuera
una Congregación de Misioneras Catequistas, que salieran a todas partes a
enseñar la Doctrina Cristiana, especialmente a la gente pobre e ignorante de
toda religión, igual a los Misioneros… Lo presenté a N. P. Julián. Después de
varias pruebas que él me hizo sufrir, me comunicó su ardiente deseo de
propagar la ‘Buena Prensa’ y le dije que las misioneras lo podrían ayudar en
la propagación de la Buena Prensa, junto con dar el Catecismo en todas
partes, donde se trabajara: en las misiones y también en los colegios, según la
opinión de mi compañera Margarita Balsa, haciendo bien a muchas almas” 2.
“…Recibí no pequeño consuelo ayer cuando me dijeron que la obra
se hará, que será la salvación de México (¿y por qué no del mundo
entero?)”.
“Estamos dispuestas a trabajar hasta dar la vida por los intereses de
Jesús, sobre todo los niños y la buena prensa, que serán la salvación y
porvenir de nuestra pobre patria”.
Ya en 1914 (y aun antes de 1906) Carmelita hizo votos de pobreza,
castidad y obedienci y trató de vivirlos radicalmente.
Cuando el P. Collell fue destinado a la casa-misión de Querétaro, ahí
vio la grave necesidad de instrucción religiosa pra los niños. Lleno de celo
misionero se dedicó al ministerio de la enseñanza del catecismo. También
hizo el esbozo de las Constituciones por las que se había de regir el Instituto
de Misioneras. El P. Collell creía que la nueva Congregación sería la
respuesta salvadora para la nación mexicana.
Por su parte, el P. Julián escribió al Arzobispo de Puebla en 1917:
“…sólo me impulsó a escribirle… la recta intención que creo que me guía y
la mayor gloria de Dios y salvación de las almas de los niños que tanto
apremian mi espíritu, viendo la urgente necesidad que tienen de ser ayudados
en su instrucción y educación religiosa” 5.
En 1917 Carmen se presentó al obispo con otras amigas, en calidad de
propagadoras de la Buena Prensa. La difusión de la hojita “Brisas de
Mayo” fue causa de muchas contrariedades para Carmelita, pero ella no se
desalentaba.
“Con presión jacobina sobre católicos, clero, instituciones religiosas y
prensa católica, bajo mano y como a hurtadillas, los dos hacían circular
hojitas buenas para defender los derechos de la Sta. Iglesia y reanimar al
pueblo algún tanto, bien que con riesgo de sus propagadores. Esto, mientras
la Obrita se preparaba formal y canónicamente” 6, comenzando así su obra
evangelizadora.
Con gran disponibilidad a la acción del Espíritu, después de siete
largos y difíciles años, fundan un Instituto misionero para difundir la
Doctrina Cristiana y la Buena Prensa; dentro y fuera de la República, así
como en otras partes del mundo, respondiendo así a una necesidad de
enseñar al pueblo mexicano la Doctrina Católica.
Con esta fundación enfrentaron y sortearon felizmente el desafío de
las leyes civiles y aun eclesiásticas que prohibían los votos y obstaculizaban
la marcha de las comunidades religiosas, o la fundación de otras nuevas 1.
La persecución religiosa
Del 10 de diciembre de 1924 al 30 de noviembre de 1928 el General
Plutarco Elias Calles fue presidente de la República. Como gobernante dio
impulso a diversas obras públicas y de transformación económica y social,
pero desató también la más severa persecución antirreligiosa del presente
siglo en México. Para ejercer mejor el dominio político auspició la
formación de un partido oficial, llamado Partido Nacional Revolucionario
(que hasta la fecha se ha mantenido en el poder con el nombre de Partido
Revolucionario Institucional). A Calles se le titulaba Jefe Máximo de la
Revolución, ya que ejerció gran poder sobre algunos presidentes.
La Ley Calles, proclamada el 2 de julio de 1926, originó el conflicto
religioso, comúnmente llamado Guerra Cristera. Esta ley reprimía
ferozmente los derechos relativos a la libertad religiosa en el culto, la
educación y las publicaciones. Además Calles provocó un movimiento
cismático contra la Iglesia, valiéndose de dos sacerdotes suspendidos: Joaquín
Pérez y Manuel Monjes, para crear una Iglesia separada de Roma. Surgieron
otras medidas graves: 200 sacerdotes extranjeros fueron expulsados.
Diversos tremplos, colegios, casas de beneficencia de inspiración católica
fueron clausurados.
Los católicos, enojados, empezaron a comunicarse y a organizarse
pacíficamente en una Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, el 14
de marzo de 1925, como una entidad laica totalmente independiente de la
jerarquía eclesiástica. Su objetivo era defender, por medios constitucionales,
los derechos de la Iglesia. Tuvo ramificaciones en todos los Estados de la
República.
Como protesta por los medios impuestos por el gobierno, la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, inició la campaña del bloqueo
económico-social en todo el país, para que los católicos en plan de resistencia
pasiva, se abstuvieran de asistir a espectáculos públicos, de utilizar sistemas de
transporte y carga, de pagar impuestos, etc., y redujeran sus compras a lo
más indispensable para su subsistencia. Campaña que tuvo gran impacto en
la economía nacional. Su propaganda impresa, en defensa de sus principios,
fue muy intensa.
Por el descontento en los medios rurales fue surgiendo en el campo un
movimiento armado, sin plan de organización ni cohesión preconcebida.
Para buscar la unidad de una de sus acciones, el Comité de Guerra. La lucha
en forma de guerrillas se intensificó en muchos estados. A los combatientes
se les dio el nombre de “Libertadores” y después el de “cristeros”, porque
luchaban vitoreando a Cristo Rey.
El Episcopado Mexicano tomó una actitud valiente publicando una
carta pastoral, el 15 de julio de 1926, en la que declaraban antinatural y
contra los derechos divinos la Ley Calles; por lo tanto, dijeron, “sería para
nosotros un crimen tolerar tal situación. Por esta razón ante la humanidad
civilizada, ante la Patria y ante la historia, protestamos por ese Decreto y no
cejaremos hasta verlo corregido en sus artículos antirreligiosos”.
El 16 de agosto de 1926 el Episcopado se dirigió al Presidente
pidiéndole interpusiera su influencia para que fueran reformados algunos
artículos antirreligiosos de la Constitución, y la respuesta fue que deberían
dirigirse al Congreso. El 6 de septiembre la Cámara de Diputados recibió el
Memorial de los Obispos y el 23 les respondió que no era de tomarse en
cuenta, diz que porque habían perdido su calidad de mexicanos.
El Comité Episcopal, reunido en septiembre de 1926, nombró una
comisión de obispos para que residiera en Roma e informara directamente al
Papa lo referente al conflicto. La Comisión fue integrada por el Arzobispo
de Durango José María González y Valencia, como presidente; el Obispo de
León, Emeterio Val verde y Téllez, como secretario; y el Obispo de
Tehuantepec, Don Gerardo Méndez del Río, como vocal.
Unos dos meses después, el Papa Pío XI en su Encíclica “Iniquis
Afflictisque”, sobre las inicuas y aflictivas condiciones de la Religión
Católica en México, ratificó el elogio y bendición que el Arzobispo de
Durango otorgó a las distintas agrupaciones que luchaban por la libertad
religiosa.
El 8 de agosto de 1927 declaró Calles que no modificaría la Ley de
Cultos, ni autorizaría el regreso de los obispos desterrados.
El Io de diciembre de 1928 se hizo cargo del Poder Ejecutivo Emilio
Portes Gil, con carácter de Presidente Provisional, porque sustituyó a
Obregón, que fue asesinado.
Calles seguía mandando en el país; y Joaquín Amaro, el Ministro de
Guerra, en el Gobierno. Calles y Portes Gil eran mangoneados por la política
norteamericana cuyo representante era el Embajador Morrow, a quien le
interesaba, sobre todo, que se llegara a unos arreglos entre el gobierno y los
católicos, para que México pudiera pagar la deuda de varios millores de
dólares a los Estados Unidos de Norteamérica. Y que se fortaleciera el
régimen anticatólico por la vía legal, pues el gobierno de México estaba en
crisis y bancarrota, gastando millones de pesos en la guerra fratricida con los
cristeros.
Su Santidad el Papa Pío XI puso sus condiciones terminantes para los
Arreglos. Portes Gil aparentó diplomáticamente aceptarlos, a sabiendas de
que no los cumpliría.
Se salió por la tangente para, con pie firme, obtener su intento y
aprobó la reanudación de los cultos religiosos, lo cual no se le pedía; no era
primariamente necesario, porque una vez obtenida la libertad de la Iglesia, en
el acto se reanudarían.
El Arzobispo delegado para informar sobre la concertación con el
gobierno, Mons. Ruiz y Flores, confió en la palabra de Portes Gil, y estuvo
satisfecho aunque no del todo, con la promesa y la permisión de reanudar
los cultos religiosos, apremiado por Morrow, el Embajador de los Estados
Unidos, quien le dijo, repitió y subrayó que tal cosa era lo único que por lo
pronto se podía conseguir.
La declaración, redactada por Morrow como dictador, establecía y
decretaba que “el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de
acuerdo con las leyes vigentes”. Y Mons. Ruiz y Flores, quieras que no
quieras, con mano temblorosa firmó lo que no quería firmar.
El objetivo, la aspiración de los Arreglos era la reforma o derogación
de los Artículos persecutorios de la Constitución Revolucionaria Carrancista
de 1917. Y como este deseo, justa y ardientemente apetecido, no se logró,
podemos concluir que no hubo tales arreglos. Así lo afirmaron tanto las
autoridades civiles como eclesiásticas.
Los “Arreglos” fueron peores que la persecución religiosa: porque ésta
robusteció la fe mientras que aquellos la debilitaron a gran prisa. La
persecución formó héroes y mártires, en tanto que los “Arreglos” dieron
lugar a muchas apostasías.
El gobierno se mostró tolerante, no aplicando en todo su rigor los
artículos persecutorios de la Constitución; pero cuando quiera y le plazca, la
Masonería ordenará su rígida aplicación, su sanguinaria reglamentación. Por
todo lo dicho podemos concluir que “el pleito está todavía ante el juez”
(Horacio).
La crisis que padecía el país desde 1925 se agudizó por los “Arreglos”
de 1929. Los amnistiados quedaron sin trabajo y sin dinero para las más
apremiantes necesidades de sus familias. Y más de 1.500 murieron
asesinados porque no se respetó esa tregua convenida. Había muchas viudas
y huérfanos sin qué comer ni qué vestir, y sin lo necesario para el cultivo de
sus tierras… lo que provocó una espantosa miseria en muchas familias que
tuvieron que emigrar a distintas partes… y no pocas a Estados Unidos en
busca de trabajo…; la delincuencia quedaba impune.
Al igual que en nuestra Patria se recrudecía la feroz persecución contra
la Iglesia, en la Congregación Cordimariana se desató una tormenta
huracanada que amenazó hundirla. Apenas dos años después de la funda-
ción, el 27 de agosto de 1923 la Secretaría del Arzobispado de México
expidió un documento, en el que comunicaba que “en atención al estado
actual por que atraviesa la naciente Congregación Cordimariana, estima no
sólo conveniente, sino necesario, modificar algún tanto el gobierno de dicha
Congregación, para probar mejor los espíritus de las Hermanas, de modo que
aquella se asiente sobre firmes y sólidas bases… Por lo cual, S. S. I. teniendo
en cuenta únicamente la mayor gloria de Dios y deseando ardientemente el
bien de la Congregación Cordimariana, y alejando toda intención de herir y
molestar a nadie, se permite proponer a V. R. lo siguiente:
Iº. Que aunque el R. P. Collell es digno de encomio en su celo y em-
peño en favor de dicha Congregación, sea, sin embargo, retirado
temporalmente de la dirección e intervención que tiene en el régimen de
aquélla, no debiendo comunicarse… ni de palabra, ni por escrito, ni de
ninguna otra manera con las hermanas del Instituto de que se trata, salvo los
casos muy aislados en que cuente con la licencia expresa y por escrito de la
autoridad eclesiástica.
2º. Que el Gobierno Provincial designe otro sacerdote que sustituya al
- P. Collell…
3º. Que la M. Serrano cese en su cargo de superiora y que, como
simple súbdita, se sujete a pruebas prudentes para conocer su verdadero
espíritu, y que ese gobierno provincial se sirva nombrar para superiora que
sustituya a la M. Serrano a la hermana que le pareciere apta para el
objeto…”.
La actitud que tomaron el P. Julián y la M. Carmen se refleja en los
siguientes textos:
El P. Collell escribía al P. Provincial el 30 de agosto de 1923:
“…procuraré cumplirlo enteramente al pie de la letra y con el mejor deseo de
obedecer en todo a Dios en mis superiores todos… Lo que sí le suplico muy
de corazón a V. R. es que se digne constituirse para ahora y para siempre en
verdadero padre… de toda la Congregación. De las manos de V. R., que
resucite pujante, ya que de las mías salió o quedó agonizante…”
Carmen Serrano decía al P. J. Collell el 28 de marzo de 1924: “… Ha
sido voluntad de Dios que yo misma pida mi separación para el mayor bien
y progreso de la Congregación de nuestra divina Madre. Ella nos pide a
ambos el sacrificio más grande de nuestra vida… Así, Padre mío, le pido, por
amor a María Sma. y el bien de su amada Congregación, que ni una carta, ni
una letra ponga en defensa mía a los superiores eclesiásticos…”
Carmen Serrano escribía a la M. Consuelo Gayón el 24 de febrero de
1925: “Ay, María Sma. me tiene lejos de su casita de Misioneras, sin
consuelo ni esperanzas de morar dentro de ella, sino alargándome mi
destierro… Mas no sea lo que yo quiero, sino la voluntad de mi Jesús… y lo
que mi Madre Sma. disponga y sea de su mayor agrado. Sí, tendré paciencia
y seguiré bebiendo con gusto el cáliz amargo de la separación por su
amor”.
Y en otra carta dirigida a la misma Madre el 3 de enero de 1926 le
decía: “…Espero con ansia… sus consejos que me dan fuerza y aliento para
seguir caminando en el calvario de la vida, por donde María Sma. me lleva
fuera de lo que es mi centro; pues por más esfuerzos que hago, no puedo
quitar mi pensamiento y mi corazón de todas ustedes. Y puesto que así lo
quiere… mi dulce Madre, me pongo en sus brazos para que haga de mí lo
que guste y estar tranquila donde ella me pone… Todos mis pequeños
sacrificios se los doy a Ella… para que se los retorne en bendiciones… todo
para las Misioneritas de su Ido. Corazón”.
Otro hecho doloroso vivido por la primera comunidad fue la emigra-
ción al vecino país del norte. Todo comenzó el 5 de febrero de 1925 cuando
fue denunciado el inmueble de la Condesa a las autoridades civiles, y la
pequeña comunidad tuvo que emigrar a León, contando con el apoyo y
acogida del Sr. Obispo D. Emeterio Valverde y Téllez. En realidad esta era la
primera estación de un duro Calvario que sufrió la Congregación
Cordimariana en el destierro a los Estados Unidos.
En 1926 el P. Julián, con permiso de la autoridad eclesiástica reanudó
la comunicación con sus hijas las Misioneras Cordimarianas y empezó a
gestionar el reingreso de la Fundadora, que se hizo realidad el 24 de
septiembre del mismo año, en Martindale, Texas.
Gobiernos revolucionarios
Durante los años 1930 a 1940 continúa la inestabilidad política en
México. Con Lázaro Cárdenas se repartieron entre los campesinos 18
millones de hectáreas de tierra en la Comarca Lagunera y Yucatán.
Nacionalizó el ferrocarril y las instalaciones petroleras. Impulsó la educación
socialista, a fin de apoderarse de las conciencias de la niñez y juventud, para
arrebatárselas al clero. La educación fue el instrumento de que se valió el
gobierno para difundir las ideas comunistas.
Dentro de un clima de tirantez, la Iglesia siguió sufriendo nuevos
ataques contra la libertad religiosa. Esto dio lugar a que el Papa Pío XI
publicara la Encíclica “Acerba Animi”, en la que condenaba las leyes
causantes de dichos atentados. La reacción del Presidente fue expulsar del
país al Delegado Apostólico, Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, amenazando
convertir los templos en talleres para obreros.
Las circunstancias tan adversas que vivieron las Misioneras
Cordimarianas en Estados Unidos, las obligaron a dividir su atención entre la
preocupación por la subsistencia y el desarrollo de la nación.
Le gente de Texas estaba hambrienta de la Palabra de Dios, y las
madres catequizaron con entusiasmo a los adultos y niños, incluso yendo a
buscarlos de casa en casa.
Más tarde se hicieron cargo de un jardín de niño en San Antonio
(Texas) y por algunos años instalaron una pequeña imprenta para imprimir
folletos instructivos sobre la religión Católica.
Las colonias mexicanas de Chicago se veían sumamente necesitadas de
atención espiritual. El 5 de noviembre de 1927 llegaron las misioneras para
ayudar a remediar esta apremiante necesidad. Salían a enseñar la Doctrina a
los niños y establecieron centros catequísticos en los carros del ferrocarril.
El 20 de junio de 1938 pudo la Congregación Cordimariana
establecerse nuevamente en México, en la ciudad de León (Guanajuato),
después de 12 años de permanencia en Estados Unidos, donde quedaron
algunas comunidades.
El general Manuel Avila Camacho fue presidente de la república de
1940 a 1946. Siguió una tendencia más moderada que la de su antecesor. En
materia educativa se disminuyó el radicalismo anterior. Siguió una política
de mayor tolerancia hacia la Iglesia católica y puso más empeño en las
campañas de alfabetización. Se reformó nuevamente el artículo 3o de la
Constitución, y desapareció el texto referente a la enseñanza socialista, así
como al concepto racional y exacto del universo y de la vida que se imponía
a los alumnos; se habló más bien de democracia, amor a la Patria y
solidaridad internacional, pero se mantuvo el monopolio del Estado sobre la
instrucción pública, desconociendo el derecho de la Iglesia y de los Padres
de Familia. Continuaron las prohibiciones de antes, que vedaban toda
ingerencia religiosa en materia educativa.
El Régimen del licenciado Miguel Alemán Valdez (1946-1952) se
caracterizó por un impulso recio a las obras de industrialización. Una de las
mejores realizaciones de la administración alemanista fue la construcción de
la Ciudad Universitaria en la capital.
La tolerancia práctica, vivida en este período, no permitió la formación
de una conciencia católica efectiva, razón por la cual el Episcopado
Mexicano asumió esta responsabilidad a través de guías, cartas pastorales,
secretariados…
Las Misioneras, una vez establecidas en México, se dieron a la tarea de
desarrollar la misión propia por medio de Casas-Misión, Colegios y Difusión
de la Buena Prensa 9. Desde entonces hasta 1961 la Madre Carmen, aunque
ocupó puestos secundarios, continuó animando la vida de la Congregación.
Conclusión
Esta es la historia de una respuesta al don que el Espíritu ha concedido
a la Iglesia en nuestros Fundadores. Su testimonio y sus anhelos están
siempre presentes, inspirando y animando nuestra misión evangelizado