FRANCISCO FLEIX Y SOLANS, obispo de la Habana, sufragáneo de Claret
Nació en Lérida el 13 de septiembre de 1804. Estudió las humanidades con los escolapios de Barbastro, filosofía en el seminario de Barcelona, y derecho en Alcalá, Valladolid, Bolonia y Salamanca. En 1829 fue ordenado sacerdote y, pocos años después, nombrado canónigo de Tarragona. En 1835, restablecidos los colegios mayores, fue nombrado rector del de Salamanca, y encargado de los de San Bartolomé y Santa María de los Ángeles de la misma ciudad.
En 1837 fue nombrado vicario general de Salamanca, y, tras un intento de encomendarle la diócesis de Puerto Rico, en 1846 fue consagrado obispo de La Habana. En 1849 fue presentado para arzobispo de Santiago, pero, a instancias de su clero y sus fieles, renunció y se quedó en La Habana. En febrero de 1851 llegó Claret a Santiago y en pocos meses presentó un gran memorándum a la reina y al gobierno para el arreglo del presupuesto de culto y clero. La respuesta, en septiembre de 1852, fue favorable y de ella se benefició por igual Mons. Fleix con su diócesis (ECpas I, p. 184ss). Siempre aceptó muy bien a Claret como metropolitano; le pide consejo en numerosas ocasiones, y le da cuenta cuando toma alguna decisión de transcendencia. Le comenta sus diferencias con el cabildo catedral, por ejemplo respecto de las celebraciones con motivo del dogma de la Inmaculada (ECpas I, p. 491).
Fleix tuvo algunos desacuerdos con el misionero capuchino Adoaín, por lo que éste pasó a Santiago. Pero su acogida por Claret no supuso tensión alguna entre ambos prelados. Fleix difundió en su diócesis de La Habana el catecismo y otras obras de Claret; éste le enviaba siempre sus pastorales.
Durante su pontificado logró que los jesuitas se estableciesen en el colegio de Belén y los escolapios en el de Guanabacoa, conventos vacíos desde la desamortización.
En marzo de 1853 Claret, a punto de terminar su primera visita pastoral y apenado por el fenómeno de la esclavitud, fiado en la más larga experiencia de Fleix, le pide información sobre esa realidad en su diócesis, y orientación para saber él cómo actuar. (EC I, p. 776s). Fleix le responde lamentando el mismo hecho en su diócesis (ECpas I, 242ss), pero sin ofrecerle soluciones.
Un asunto muy desagradable para Mons. Fleix fue el del sacerdote ex-dominico López de San Román, “hombre temible en todos los sentidos y a quien Dios ha retirado su gracia” (ECpas I, p. 493). Condenado por el tribunal diocesano de La Habana en 1853 y privado de licencias ministeriales por su obispo en 1854, por un lado él y su abogado calumniaron al obispo ante las más altas esferas (“esas miserias que íntimamente perdono”: ECpas I, p. 336), y por otro acudió a Claret en busca de amparo frente a las supuestas injusticias de su obispo: “si el obispo se niega a hacerme justicia, ¿no debo pedirla al metropolitano?” (ECpas I, p.361) [desgraciadamente no conozco ninguna carta en que Claret y Fleix se comuniquen algo sobre el caso San Román].
En agosto de 1853, el nuncio Brunelli pide a Claret que indague sobre la conducta de Mons. Fleix, pues le han llegado malos rumores (ECpas I, p. 299; EC I, 895), probablemente las calumnias de San Román. Claret anduvo muy cauto; nunca cedió a los ardides de San Román, pero manifestó al nuncio que tenía noticia del mal genio de Fleix y Solans, y también de que era algo débil y a veces se dejaba dominar (ECpas I, p. 322). En todo caso, San Román no se sintió debidamente atendido por Claret (“acabará VEI de convencerse, así lo espero, y sentirá no haberme protegido en tiempo oportuno”: ECpas I, 444) y esto costó a Claret un libelo difamatorio que San Román publicó en Nueva York en 1859. Fleix informó al nuncio sobre la irreverente publicación y pidió al capitán general de Cuba que la prohibiese.
Cuando Claret, en abril de 1857, regresaba a la península, lo hizo por La Habana, donde se detuvo dos semanas, y Fleix tuvo la deferencia de encomendarle la celebración mayor del Domingo de Ramos, en la catedral, y la Misa Crismal; ésta la celebró Claret en el convento de Belén. En los años en que Claret está ausente de su diócesis por ser confesor real (1857-60), será Fleix quien, a petición de D. Dionisio González, le ordene los seminaristas que van concluyendo la carrera en Santiago.
En enero de 1865 Fleix y Solans tomó posesión del arzobispado de Tarragona, siendo sustituido en La Habana por Mons. Jacinto Martínez y Sáez. Y en el mismo mes Claret le propuso, a petición de la M. Antonia París, fundar en su diócesis un convento de las Monjas de Cuba; Fleix respondió con magnanimidad, con la sola condición de que la fundación no fuese en la capital de la diócesis, por haber ya otros conventos de enseñanza (EC II, p. 851). Posteriormente Claret le recomendará a esas monjas “que son muy buenas” (EC II, p.1107). Fleix envió a Claret su pastoral de entrada en la archidiócesis.
Ante la prohibición en algunos municipios, en 1867, de hacer funerales corpore insepulto, y otras disposiciones contrarias a las costumbres de la Iglesia, Fleix toma como intermediario a Claret para apelar a la reina (EC II, p. 1107) y Claret accede a realizar los trámites oportunos. Mons. Fleix protestará enérgicamente por los atentados contra la Iglesia perpetrados por la revolución del 68, y muy especialmente contra la “sesión de las blasfemias” en las Cortes en 1869. Se mostró dispuesto a jurar la Constitución de ese año “salvas las leyes de Dios y de la Iglesia”. En una pastoral de 1870 alabó solemnemente la conducta de Pío IX frente a la invasión de Roma por las tropas piamontesas.
Participó en el concilio Vaticano I y fue miembro de la comisión para las órdenes religiosas. Concluido el concilio emprendió el regreso a su diócesis, pero enfermó en el camino y murió en Vichy (Francia) el 28 de julio de 1870.