ANTONIO BARJAU Y CODINA, sacerdote colaborador de Claret en Cuba y en El Escorial (Manresa [Barcelona] 1825-Vic 1892)
Nació en Manresa (Barcelona) el 7 de mayo de 1825. Estudió en el seminario de Vic ¿o en el de Tarragona?) [comparar Bermejo con BolOb de Vic] y fue ordenado sacerdote en Niza (Francia) en 1848. Fue vicario de la parroquia de San Quirce de Besora de septiembre de 1849 (quizá momento en que quedó vacante por la ausencia del P. Xifré) a mayo de 1850. En abril de 1850 hace ejercicios en La Merced bajo la dirección de Claret, con los cofundadores de los claretianos y con otros sacerdotes que acompañarán a Claret a Cuba. Al parecer, el 1 de mayo ya se establece en La Merced, si bien, según un testimonio suyo de muchos años después, en las primeras semanas de la congregación claretiana ya convivió algún tiempo con Claret y los cofundadores; aquí radicaría la explicación de que, cuando en 1858 Claret piense en el P. Sala como su deseable sucesor para la mitra de Santiago, consulte a Barjau diciéndole: “como Ud. es el que más conoce a M. Esteban Sala, sólo a Ud le hablo de él” (EC I, 1489). En noviembre de 1849 se encuentra a A. Barjau por Barcelona como secretario de Claret, obispo electo que comienza a hacer gestiones.
Acompañó a Claret a Santiago de Cuba. La crónica del viaje recuerda que tocaba el acordeón, con el que cada noche acompañaba el canto de “Santo Dios, Santo Fuerte”. Llegados a la isla en febrero de 1851, inicialmente se dedicó a las misiones populares, hasta que el 26 de diciembre de dicho año, estando en Puerto Príncipe, contrajo la enfermedad del vómito o fiebre amarilla, de la que habían muerto dos compañeros en los meses anteriores. Claret fue el abnegado enfermero de Barjau, que superó la fiebre.
En junio de 1852 Claret le nombró rector del muy abandonado Seminario de Santiago o Colegio de San Basilio Magno, ya que le consideró “dotado del celo para educar niños y jóvenes, y este buen eclesiástico, con sus buenas maneras, fue como les iba metiendo en carrera y les hacía practicar la religión y aplicarse a las ciencias. Así es que… muchos de ellos ya se han ordenado y otros se van ordenando” (Aut 556). “Desempeñó muy bien su cargo” (Aut 600). En junio de 1852 estuvo otra vez gravemente enfermo.
Permaneció como Rector del seminario durante todo el pontificado de Claret, incluidos los tres primeros años de Claret ya regresado a Madrid (1857-1860), hasta la llegada del nuevo arzobispo en febrero de 1860. Entonces regresó Barjau a Madrid con sus compañeros de servicio D. Dionisio González de Mendoza, que había sido el gobernador eclesiástico en ausencia de Claret, y Fr. Antonio de Galdácano, profesor del mismo seminario de Santiago; llegaron a la capital del reino el 22 de junio. Una vez en Madrid, Claret le envió al seminario del Escorial, donde inicialmente debe de desempeñar tareas docentes; “es una alhaja para el colegio [=seminario] -escribe Claret al vicepresidente del monasterio-, lo mismo que el otro P. Antonio de Galdácano para enseñar teología, biblioteca, etc. Yo a los dos he pedido de favor que nos ayuden en el principio a lo menos; ellos siempre me han sido tan obedientes…” (EC II, p.151; 1 de julio de 1860). Al fundarse en el monasterio un colegio de segunda enseñanza en 1861, A. Barjau ayuda a D. Dionisio González en la planificación del mismo y será su primer Director, durante año y medio; será además profesor de música y de dibujo.
Currius (carta 636, y otros comentarios) deja entender que en algún viaje regio fue como capellán de Claret, pero cuesta encontrar espacio, pues D. Carmelo Sala declaró (PIT) que a partir de 1860 le acompañó él en todos.
En 1862 fue invitado (¿o se invitó él? ¿“el” o “al” en EC II, p. 484?) por el nuevo arzobispo de Santo Domingo para acompañarle a su diócesis, pero al final Barjau prefirió seguir en las obras de Claret. El 7 de abril de 1863 viaja de El Escorial a Balaguer para predicar en la primera misa de un seminarista de El Escorial (José Sorribes) ordenado de presbítero en Segovia (Currius carta 958).
En junio de dicho año la Reina le ofrece una canonjía en Santiago de Cuba, que Claret justifica “porque este mismo Barjau ha contraído mucho mérito en El Escorial, y sobre el mérito de Cuba y del Escorial se ha merecido la amabilidad de la Reina, que lo aprecia mucho por su virtud y saber” (EC II, p. 662). Al parecer, él de entrada se resistió a aceptarla, pero el mismo P. Claret le aconsejó que aceptase para conservar los frutos de lo que juntos habían sembrado en Cuba años atrás. Quizá le viene bien el clima de Cuba, mientras que en la Península “no le prueba este país y suspira más bien por la América, donde nunca tuvo los males que en ésta” (Currius carta 972).
A mediados de julio Barjau se despide definitivamente de El Escorial, y viaja a su Manresa natal. Saldrá para Cuba a últimos de octubre de 1863, llevando consigo cuatro monjas de Tremp para aumentar la comunidad establecida en Santiago por A. París y el arzobispo Claret en 1855. En junio de 1867 pasó por una gran tribulación (¿quizá enfermedad? La expresión de Claret es: “le compadezco y le encomendaré a Dios” (EC II, 1154). En Santiago tocó a D. Antonio Barjau vivir la delicada situación del cisma provocado por D. Pedro Llorente (1872-1874). Desterrado por la autoridad civil el legítimo vicario capitular, D. José Orberá, Barjau desempeñó los cargos de gobernador eclesiástico y vicario general. Esto le acarreó persecuciones, amenazas y pena de cárcel que luego le fue conmutada. Un libelo difamatorio de Barjau difama igualmente al arzobispo Claret, ya difunto, y le achaca haberse dejado llevar de los consejos de Barjau.
En esa época fue presentado para la sede episcopal de Badajoz, pero no aceptó.
Para atender a su delicada salud, regresó a la Península en 1880, y desempeñó durante bastantes años la dirección del colegio de Valldemía, de Mataró.
Tuvo la suerte de poder testificar sobre su admiradísimo Claret en el proceso informativo, en 1888, del que narró muy interesantes datos (allí dirá que “me distinguió con un cariño especial, como yo a él”). Ya antes, cuando el P. Clotet recogía datos para su “Resumen de la vida admirable”, contó con una interesante declaración de Barjau que comienza con estas elocuentes palabras: “El adagio español que dice Riquezas y Santidad, la mitad de la mitad, y que sirve para manifestar lo que disminuye la opinión del hombre con el trato continuo e inmediato, ha quedado fallido respecto de nuestro queridísimo Padre,… pues todos los que le tratamos de cerca estamos unánimes en afirmar que cuanto más íntimo ha sido nuestro trato con él, mayores han sido los motivos que hemos tenido de admirar sus heroicas virtudes” (Clotet, Resumen, p. 244; Manresa 15 de junio de 1881).
A Barjau escribió Claret, cuando aquel todavía permanecía en Cuba, aquello de “la reina reúne a las gentes y yo les predico”. Y Barjau es igualmente el que oyó a la reina decir al presidente del gobierno, seguramente en 1861, aquello de “este monasterio… me costaba 20.000 duros anuales sobre los productos del patrimonio. Hoy no me cuesta un céntimo y está perfectamente reportado, atendido el culto y atendidos los colegios, seminario y de segunda enseñanza” (PIV).
Antonio Barjau Falleció en Vic el 12 de agosto de 1892.