SIERVO DE DIOS P. FRANCISCO CRUSATS
Protomártir de la Congregación
Sumario
El Siervo de Dios P. Francisco Crusats y Franch, natural de Seva (Barcelona – España), fue el primer claretiano que consiguió la corona del martirio que deseó para sí mismo nuestro santo Fundador. Cursó la carrera eclesiástica en Vic y fue ordenado como presbítero el 18 de septiembre de 1858, en el mismo mes en que, años más tarde, alcanzaría la palma del martirio. Ingresó en la Congregación poco después de su ordenación.
Su vocación claretiana se debió fundamentalmente a tres factores: el testimonio que le ofreció el P. Xifré con motivo de la tanda de ejercicios que predicó previa a su ordenación de presbítero; el prestigio de la incipiente comunidad claretiana y, en particular, su amistad personal con el P. Brossosa que con anterioridad había ingresado ya en la Congregación.
Tras su incorporación a la comunidad, se dedicó durante un período de tiempo a la predicación misionera por tierras de Cataluña, emulando el estilo y el ardor que la incipiente comunidad claretiana había heredado de su santo Fundador. Más tarde fue destinado a Segovia. Desde la ciudad del acueducto pudo dedicarse al ministerio de las misiones populares predicando en muchos pueblos de Castilla. Entre los habitantes de aquellos pueblos dejó fama de santidad.
En efecto, sus cualidades personales y su capacidad de trabajo se lo facilitaron. Destacaba su figura misionera alta y joven, con rostro alegre, sereno y bondadoso. Este misionero sintonizó sobre todo con niños y jóvenes. Su estilo de hablar era concreto, sencillo y alegre. Comprobó en repetidas ocasiones cómo la gente de muchos pueblos, hambrienta de la Palabra de Dios, le acogía con los brazos y con el corazón abiertos. Crusats se mostró siempre ante aquellas personas como un misionero lleno de Dios y de amor al pueblo. Por eso, muy pronto lo llamaron el santo Crusats.
Destinado a la comunidad de Selva del Campo (Tarragona – España), fue víctima de la persecución religiosa desatada a raíz de la Revolución de 1868 que costó el trono y el exilio a la reina Isabel II. En medio de la turbulencia desatada por aquel fatídico acontecimiento, fue asaltada la casa claretiana de Selva del Campo por un grupo de exaltados. Los miembros de la comunidad claretiana consiguieron escapar, menos el P. Crusats quien, al salir al paso de los agresores, recibió, además de insultos y golpes, la herida mortal que le costó la vida.
En su losa sepulcral puede leerse el epitafio que le describe admirablemente: «insigne por la candidez de su espíritu y celo de la salvación de las almas». Murió joven. Tiene iniciada la causa de beatificación.
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Testimonio martirial
Francisco Crusats nació en Seva, población cercana a Vic, el 5 de enero de 1831. Ingresó en el seminario vicense y recibió el presbiterado el 18 de septiembre de 1858, ocho años después de la fundación de nuestra Congregación. Pocos meses después pasó a formar parte de la comunidad claretiana establecida en la Casa Misión de la Merced.
Su vocación misionera se despertó por contagio. El P. Xifré predicó una tanda de ejercicios a los futuros presbíteros antes de su ordenación. Entre ellos, a Francisco Crusats. El fervor, la convicción y la fuerza del P. Xifré impresionaron profundamente al joven seminarista Francisco. Además, se daba la coincidencia de que su compañero y amigo entrañable, P. Brossosa ingresado ya en la Congregación, le había hablado de la Casa Misión, de sus ideales y de su espiritualidad, del ambiente de piedad, de estudio, de fraternidad, del método de evangelizar a través de misiones al pueblo. Aquella propuesta, por su novedad y garra misionera, ilusionó al novel sacerdote.
Crusats destacó como predicador. Poco antes de acabar el primer año de vida en la Casa Misión, Crusats inició en el año 1859 sus labores misionales. En dos años misionó en diez poblaciones de Cataluña. Siguió el estilo y el espíritu del P. Claret hasta tal punto que él mismo experimentó el impacto espiritual de su predicación. Su tarea fue muy intensa abarcando el trabajo de predicación catequética y moral al pueblo por las noches, la misión para niños y jóvenes, muchas horas de dedicación al ministerio de la reconciliación sacramental, visitas a enfermos, sin dejar por supuesto la celebración eucarística. Cada misión duraba entre 15 y 18 días de actividad de la mañana a la noche. El fruto espiritual producido se constató por el gran número de conversiones, confesiones y comuniones y por los centenares de asistentes procedentes de los pueblos cercanos. En esta tarea de casi dos años se fraguó el nuevo misionero.
De su figura misionera destacamos que Crusats era alto, de rostro alegre, sereno y bondadoso. Como misionero sintonizó sobre todo con niños y jóvenes. Su estilo de hablar era concreto, sencillo y alegre. Experimentó cómo muchos pueblos, hambrientos de la Palabra de Dios, acogían a los misioneros con sus casas y con el corazón abiertos. Crusats se mostró siempre ante las gentes como un misionero lleno de Dios y de amor a las gentes. Por eso, muy pronto lo llamaron el santo Crusats.
A este cualificado misionero se le fueron abriendo pronto nuevas fronteras misioneras por Segovia (España). En 1861 fue enviado a la nueva fundación de la ciudad del Acueducto, donde permaneció hasta 1868. Allá continuó la evangelización aprendida en Vic y practicada por Cataluña. En esos años misionó 27 pueblos castellanos. La revitalización religiosa, las conversiones, las confesiones y las comuniones en cada uno de los pueblos misionados fueron impresionantes. El ya curtido misionero, P. Crusats vivió plenamente su vocación al servicio de la gente de aquellos pueblos que tanto llegaron a amarlo y a buscarlo, como a Jesús.
La Revolución española de 1868 iría a modificar la vida misionera del P. Crusats. El mes de septiembre del año de aquella revolución llamada Gloriosa se produjo el alzamiento militar contra la reina Isabel II. Destronada, tuvo que marchar al destierro en París. Con ello sobrevino la expulsión de las órdenes religiosas al amparo de la revolución. Ello afectó a toda la Iglesia española y tocó casi de muerte la naciente Casa Misión claretiana de Vic, que tuvo que pasar la frontera, camino del exilio, e instalarse a la otra parte de los Pirineos, en Francia.
Poco antes de que aquello sucediera, el P. Crusats había sido enviado a Selva del Campo en el mismo año de 1868, con objeto de colaborar en unas tandas de ejercicios espirituales a los ordenandos de la diócesis, ejercer de director espiritual del movimiento de jóvenes Congregación de los Luises y otras actividades.
Y allí le sobrevino el martirio. El rumor lejano de persecución contra la Iglesia se fue extendiendo también por toda aquella comarca, llegando a la ciudad de Reus (Tarragona). Y así, un grupo de violentos llegó en una noche a la ciudad de Selva del Campo, alborotando la paz de los vecinos. En medio de la algarada, con teas encendidas, armas, escopetas, asaltaron la casa claretiana de reciente fundación. La comunidad hubo de huir y de dispersarse. Una vez forzadas las puertas de la huerta y de la casa, los invasores se encontraron con los últimos claretianos, los PP. Reixac y Crusats. En medio de la confusión reinante, el primero consiguió esconderse. El P. Crusats se quedó en el claustro de la casa. Al verse acosado, les dijo con actitud serena, pacífica, pero con el rostro pálido: «¿Qué queréis, hermanos?». Por respuesta recibió una violenta agresión con golpes, insultos, y amenazas, hasta que una cuchillada mortal le hizo caer en tierra, bañado en su sangre. Tras este fatídico suceso, se marcharon los violentos. Cuando los compañeros de comunidad regresaron, lo encontraron muriendo desangrado sobre el pavimento del claustro. Era el 30 de septiembre de 1868.
También el P. Claret, siendo ya arzobispo, profetizó unas semanas antes el martirio del P. Crusats, cuando en Vic dijo de él: «Éste me pasará delante, en la gloria del martirio» (5, p. 1.298).
Consumada la muerte del P. Crusats, el P. Claret escribió al P. José Xifré en octubre de 1868 una carta en la que se decía: «Demos gracias a Dios: ya el Señor y su Santísima Madre se han dignado aceptar las primicias de los mártires. Yo deseaba muchísimo ser el primer mártir de la Congregación…» (5, p. 1.297). En la beatificación de los Claretianos del seminario mártir de Barbastro, lo recordó Juan Pablo II.
BIBLIOGRAFÍA
- AGUILAR, M. Vida del Siervo de Dios P. Francisco Crusats, Barcelona 1907.
- CABRÉ, A. Siervo de Dios Francisco Crusats, protomártir claretiano, Roma 1982.
- ESQUÉ, M. Servent de Déu Pare Francesc Crusats Franch, C.M.F., Solsona 1965.
- FORT I COGUL, E. Biografia del Serven de Déu, R.P. Francesc Crusats i Franch, C.M.F., màrtir de la Selva del Camp, La Selva del Camp 1954.
- Epistolario de San Antonio María Claret (EC), t. II, Madrid 1970.