(1.872 – 1.941) Marzo 19 de 1.941 – Medellín
Fallecido prematuramente el P. Juan Gil y García, primer Prefecto Apostólico del Chocó, el P. Alsina de acuerdo con su Consejo, presentó a la Sagrada Congregación de Propaganda el nombre del P. Francisco Gutiérrez para ocupar esa onerosa prelacía. Fue nombrado y el 10 de Mayo de 1.912 se embarcaba en Barcelona llevando consigo la octava expedición compuesta por los P. Francisco Sanz, que años adelante fue el tercer Prefecto, Salvador Miró y Francisco García y los Hermanos José Magen y José Benet.
El 3 de Junio desembarcaba en Quibdó en medio de la más entusiasta acogida del pueblo chocoano.
Francisco Gutiérrez había nacido en Calahorra, Logroño, España, el 8 de Marzo de 1.872. Contaba, pues 40 años a su llegada al Chocó. Edad magnífica para realizar grandes hechos. Había profesado el 15 de Agosto de 1.890 y había recibido la ordenación sacerdotal el 18 de Septiembre de 1.897.
Durante nueve años fue administrador del Colegio Seminario de Cervera.
Fue Superior del Seminario Claretiano de Barbastro y consultor de su Provincia de Cataluña.
El P. Gutiérrez se encariñó con su feligresía y sabía mirarla con optimismo, según se desprende del calor humano que imprime a sus relaciones misioneras.
Pocas veces salió del Chocó. El 15 de Enero de 1.913 el P. Pueyo, Superior de la comunidad bogotana, procurador de la misión del Chocó, se duele en una carta al gobierno General de que el P. Gutiérrez no haya viajado a la Conferencia Episcopal.
El P. Medrano, su gran amigo, secretario y biógrafo, estimaba que el P. Gutiérrez era uno de los hijos más completos e ilustres de la Congregación. Como Prefecto apostólico fue, ante todo, un padre afectuoso para sus Misioneros.
Dulce era la mirada para infundir confianza y cariño, dulce la voz para predicar la religión del bien, dulces sus enseñanzas para conjurar extravíos y dulces sus consejos y correcciones para hacer fructuosa la oración y eficaz la penitencia. Por eso nadie resistía a la benéfica seducción del Padre Gutiérrez; nadie desatendía la voz conciliadora del que, siendo Prelado, jamás dejaba de ser humilde. Siempre bueno, contaba con el irresistible poder de la convicción y de la bondad. Comprendiendo profundamente a Dios que todo es amor, a todos amaba sin distinción de razas, opiniones y mundanos intereses. Su carácter de gobierno fue la paternidad.
Y como efecto de ese mismo carácter de padre, cuya base y fundamento es el amor, realizó tantas obras; tan arduas y fructuosas correrías hizo, que casi toca en la raya de lo imposible.
Visitas pastorales y excursiones apostólicas
Como San Pablo, el misionero del Chocó era en aquellos días errabundo y navegabundo. Era un buen pastor que no podía apoltronarse en un despacho.
El P. Gutiérrez recorrió repetidamente las parroquias de Nóvita, Tadó, Istmina, Pueblo Rico, Quibdó, cruzó el Golfo de Urabá y el Océano Pacífico, escaló las abruptas cordilleras del Alto Chocó y departamentos de Antioquia y Caldas, navegó incontables veces casi todos nuestros ríos, dejó oír su voz en casi todos los caseríos que albergaban almas a su cuidado confiadas.
“Y todo ello sin tener miedo a las incomodidades, inclemencias, privaciones y graves enfermedades”.
Frutos de sus visitas pastorales fueron 951 bautismos, 83 matrimonios y 14.512 confirmaciones. Sin contar los millares de comuniones que distribuyó, los sermones que predicó y otros trabajos sin cuento que realizó.
Y no por esto desatendía las necesidades materiales de los pueblos.
Laureles conseguidos durante su paso triunfal, trabajos realizados durante su gobierno son las 70 casas curales, 53 entre iglesias parroquiales y capillas de las viceparroquias, levantadas y construidas en el territorio de la Misión.
Tres meses duraron las peripecias y aventuras de su primer viaje a caballo por aquellas montañas, vericuetos y trochas antioqueñas y del Chocó.
Predicó santa misión en el Carmen de Atrato y en Bolívar.
En Mayo del mismo año tornó a emprender otra penosa expedición, llevando de compañero al Padre José María Fernández, quien en ese tiempo era su secretario y brazo derecho, marchando Atrato arriba y remontando el torrentoso Andágueda ya en pesada canoa, ya después a lomo de mula.
Visitó a Pueblo Rico y regiones limítrofes del Chamí. Y apenas puede creerse que en Septiembre, llevando de compañero al Padre José Criado, tornara a recorrer el mismo itinerario de la vez primera, conduciendo a los fundadores de la casa de Jericó y dejándolos instalados en la nueva fundación.
Por cierto que una vez en la casa del Carmen de Atrato hubo de recibir la infausta nueva del primer incendio voraz que destruyó la casa de Quibdó.
Supo también, como San Pablo, de los peligros en los ríos y de los naufragios.
En un paso difícil del Alto Andágueda zozobró la embarcación.
Después de angustiados esfuerzos, sus acompañantes más jóvenes lograron ponerse a flote; el P. Prefecto había desaparecido, cuando percibieron que su impermeable asomaba entre las tablas. Tiraron de él y apareció incólume.
Un rato después, de camino por la selva, dice el P. Gutiérrez: “Nos libramos de las aguas; de pronto aparecen las culebras”, como si fuera un presentimiento. Miran y ahí estaba enroscada una terrible venenosa…
No faltan en sus cartas al Gobierno General, las referencias a esta excursión. Leáse este ejemplo: «Día 11 de Noviembre de 1.918, festividad de San Martín, mientras la Congregación entera, incluso yo con mis acompañantes, festejamos con un caldo de huevo y una lata de sardinas (único alimento de nuestra opípara mesa, hasta sin plátano- celebrada esa fecha memorable (onomástico del Rmo. P. General), después de nuestra delicada cuanto abundante comida, nos embarcamos sobre cuatro palos balsudos unidos con bejuco (que llaman balsa) de tres varas de larga por dos de ancha, única embarcación posible a estas altura donde el río Andágueda es una serie de fieras corrientes entre o sobre peñascos ocultos… Lo que ocurrió lo leerá en La Aurora».
«Brevemente le diré que salí de Quibdó el 2 de Septiembre y llegué de nuevo el 13 de Noviembre, habiendo visitado y confirmado en Istmina, Condoto, Primavera, Tadó, Tadocito, (escuela de indios) Carmelo, Mambú, Agüita, Pueblo Rico, San Antonio, las ocho escuelas de indios que funcionan en el Chamí y tres de los cuatro pobladitos de indios fundados en el alto Andágueda por el infatigable P. Larrázabal. Imposible contar a V.R. los trabajos y sufrimientos que tantos viajes por pésimos caminos y en posadas de ninguna comodidad ocasionan al misionero, sobre todo si en medio de esos montes, donde apenas se halla lo indispensable para la vida, cae uno enfermo. Dios nuestro Señor tenga en cuenta tantos sacrificios. Seis fiebres aguantadas en los viajes casi todas, tres de ellas que llegaron hasta el delirio, obligáronme a suspender el viaje o excursión que ya tocaba a su término. Y a los tres días de llegar medio muerto a Quibdó, presenciar la muerte súbita del padre más robusto de la Prefectura: Imagínese, si puede V. Rma., el efecto que ese golpe produjo en mi espíritu y en mi cuerpo”. “Dura, durísima ha sido la prueba. Dios sea bendito»
Operario incansable
“Más que Prefecto Apostólico, parecía un simple Misionero. No solamente no rehusaba el ocuparse en los trabajos comunes, cuan humildes ellos fueran; sino que para su ejecución se ofrecía y adelantaba a los demás. Cuántas veces ha de recordar el suscrito reyertas porfiadas para no dejarle meterse en la incómoda canoa, que solicitaba confesión para un enfermo por el río, alegando él, precisamente a su favor, la especiosa razón de que, estando enfermo también él, no podía ocuparse en otra cosa. No exigía hora precisa ni altar para la celebración; sino que con la mayor naturalidad se atenía a lo común”.
“Fue gran predicador. Para la predicación tenía dotes nada comunes”.
“A los conocimientos de ciencias eclesiásticas y exquisito trabajo en la composición de sermones juntaba, como don de Dios, una voz potente y sonora y una facilidad en la palabra que le permitía salir airoso de cualquier urgente compromiso”.
“Dentro y fuera de la parroquial iglesia, la prodigó tantos o más que ningún otro. Y eso en todo género de oratorias, siempre pronto a suplir las deficiencias y apuros del señalado».
Escuelas y Prensa
Entendió y practicó, como pocos, el ministerio de la palabra, tan claretiano.
Fomentó las escuelas de la Misión. Comenzó el año 1.913 creando centros de instrucción primaria para los campesinos y siguió con la erección de escuelas para los indios, principalmente los del Chamí. A fines de 1.914 eran ocho las que funcionaban; a poco tiempo habían subido a 20.
Por su iniciativa salió la Hojita Parroquial que más tarde, con la colaboración de entusiastas redactores, quedó transformada en verdadera revista con el nombre de «La Aurora» que todavía, a pesar de haberse quemado dicha imprenta en el incendio de 1.930, recorrió hogares chocoanos bajo la dirección acertada del entusiasta Padre Anglés y haciendo de experto Guttemberg el activo Hermano Gonzalo Nieto.
En tiempos del Padre Desantiago y del Padre Medrano, esa publicación libró recios combates con diarios de mayor envergadura en su presentación tipográfica; pero inferiores en su literatura y, sobre todo, en el culto a la verdad.
El mismo Padre Gutiérrez costeaba la impresión de 1600 ejemplares que semanalmente visitaban gratuitamente los hogares chocoanos. Y no sólo cooperaba con su contribución económica, sino también con su contribución literaria y aún poética.
Pertenecen también a la autoría del P. Gutiérrez los Informes Oficiales que hubo de presentar al Señor Arzobispo de Bogotá, acerca de la actividad de sus Misioneros del Chocó. Tenía el P. Gutiérrez una pluma castiza y amena como lo comprueban su relato de una excursión al Golfo de Urabá, el que posteriormente escribió sobre su excursión al Bajo Atrato en 1.922 o su crónica de una fiesta en la viceparroquia de Paimadó, trabajos incluidos en el Libro «Relación de algunas excursiones apostólicas en la Misión del Chocó» publicado en Bogotá en 1.924.
Exposición Misional y viaje a Roma
En 1.924 se reunió en Bogotá el primer Congreso Nacional de Misiones, acontecimiento que le fue sugerido al Señor Nuncio Vicentini por la Madre Laura Montoya y en el cual, llegada la hora, intervinieron las primeras voces de la elocuencia cristiana de Colombia: Monseñor Carrasquilla, Antonio Gómez Restrepo, José Joaquín Casas y naturalmente los que en el campo misional llevaban el peso del trabajo. Fue notable la conferencia que en la ocasión pronunció el Padre Francisco Onetti, de quien esta historia, capítulos adelante, tendrá mucho que decir y con soberano elogio. El 16 de Julio de 1.924, desde Cartagena de Indias, el P. Gutiérrez escribía al P. Felipe Maroto: «A la exposición Misional llevamos 850 artefactos y objetos fabricados antiguamente por los indios, encontrados en un sepulcro o huaca india; creemos que más que por su valor artístico que no les falta, llamarán la atención por su mucha variedad y lo caprichoso de las figuras; llevamos unas cien fotografías del Chocó; 140 muestras de maderas distintas, de metales, resinas, aceites y algunos animales: todo eso desde Bogotá se enviará a Roma» (para la Exposición Misional Mundial de 1.925).
Fue a Roma. Contaba él con placer la familiaridad con que el gran Pontífice Pío XI lo trató en la audiencia personal que le fu e otorgada, el interés con que escuchó su relato de la misión Chocoana y el cariño con que recibió los obsequios que le ofrendó en nombre de la misma y el amor con que el Papa le entregó algunos regalitos para él y para sus misioneros.
Sacerdote y misionero ejemplar
Puntualizando sus virtudes, dice el Padre Medrano: «Fuera difícil apuntar con el dedo alguna flor que se destacara sobre las otras. Su abnegación y paciencia, su celo y caridad, su mortificación interna y externa, su espíritu de sacrificio, su amor a la Congregación de Misioneros, a sus triunfos y a sus cosas, virtudes son que se rezuman por todos los poros de su vida misionera. De su oración y devoción a la Virgen, la divina Madre, pudieran dar testimonio cuantos le veían con el rosario en la mano, principalmente en tiempos de convalecencia cuando, sentado en su mecedora y encorvado y reclinada su cabeza en su brazo doblado sobre una mesa, colgaba las cuentas. En la meditación misma no perdía tiempo ni en días de sequedad. Se le veía y oía rezando su rosario. Su modestia, su humildad y pocas ganas de lucir eran manifiestas. Vaya un botón para muestra”.
“Quiso Dios, y así lo permitió, que ninguno de nosotros cayera en cuenta de la fecha en que el Rmo. Padre Gutiérrez, Prefecto Apostólico, celebraba sus bodas de plata sacerdotales. ¿Dejaría de saberlo él? Pues no hizo la menor insinuación. ¿Y saben mis hermanos dónde y cómo las celebró? A bordo de una triste canoa a varias jornadas de Quibdó, Atrato abajo, acompañado de un muchacho a quien llevó de acólito en la expedición. Por cierto que fueron solemnizadas abriendo una lata, no recuerdo si de conservas o de salmón»
En cambio, dice el Padre Medrano para ponderar cómo era él con los demás, “Dios le perdone (a él y otros) el derroche de interés puesto en juego y en acción para que fueran solemnizadas las del suscrito, algunos años más tarde»
La renuncia del cargo
Vivía encariñado con su Chocó, pero no con el cargo de Prefecto. El 18 de Marzo de 1.919 escribía al P. Maroto: «Cada día se me hace más difícil la administración de un terreno tan extenso y en donde la gente vive tan desparramada. Por estas y otras causas tengo días muy amargos…» Diez años después, el 9 de Marzo, le dice al mismo P. Maroto: «Le advierto que aquí en casa sí trabajo todo el día. Soy director, redactor casi único, corrector de pruebas y administrador y empacador de la revista La Aurora; soy también inspector escolar de 17 escuelas de la Prefectura, que siempre lleva algún trabajo; respondo a cartas, telegramas y demás sobre asuntos de la misión que no faltan; pero eso sí, no me haga pasear o apurar en el trabajo porque me caigo con la carga; yo mismo y los de casa se admiran de que, comiendo tan poco y mal, trabaje tanto. Todo sea por amor a Dios»
El 16 de Julio de 1.929 le dice: «Desde el lunes de Pentecostés no he podido celebrar la misa por falta de fuerzas; estoy inútil del todo y el P. Medrano es quien se encarga de todos los negocios de la Prefectura; hubiera, pues, hecho muy bien V.R. con presentar a la Sda. Congregación mi renuncia…»
Por fin, el 15 de Junio de 1.930 dice al P. Maroto: «Después de esperar con cierta ansiedad cuatro meses, me llegó por fin su deseada carta y junto con ella el documento en que la Sda. Congregación de Propaganda Fide admite mi renuncia tantos años suspirada. Crea que fue para mí el día de San Antonio de Padua, día en que recibí su respuesta, muy feliz y de feliz recuerdo para toda mi vida. Su vida en Medellín Al retirarse del Chocó su casa fue la de Jesús Nazareno en Medellín. Llegó a ella el 2 de Noviembre de 1.929 y en Mayo de 1.931 quedó ya desligado de la Prefectura que había regentado durante casi 19 años. Desligado del régimen, nunca del afecto. Todo chocoano que llegaba a Medellín consideraba falta imperdonable no visitar a su antiguo y querido Prelado. En Medellín, a pesar del estado precario de su salud, trabajó como buen soldado de Cristo. Confesionario, predicación, ayuda a los párrocos. Hasta dedicóse al cultivo de la huerta y del jardín, remembrando sus tareas de muchacho en su nativa Calahorra. Su sensibilidad se agudizó extraordinariamente. Todo suceso desagradable, personal o real, individual o colectivo, de la Iglesia o de la Congregación, repercutían en su espíritu mellándole y produciendo hondas cicatrices. Por contraste, todo suceso próspero para la Iglesia, para la Congregación, para el reinado de Jesucristo, hallaba acogida en su alma. Ya no parecía aquel espíritu que arrostraba con calma y serenidad serios reveses. Sus impresiones tenían algo de infantiles, despojadas de la briosa robustez de antaño. Y además, no le faltaron asperezas e incomprensiones. Como últimos destellos de su actividad, dice el Padre Medrano, está su eficaz colaboración en la glorificación del Beato Padre Claret con motivo de su beatificación en Febrero de 1.934. El Padre Gutiérrez no anduvo ni quedó a la zaga de los demás individuos de la Comunidad de Medellín. Aparte de su colaboración en la prensa y propaganda, redactó el resumen o boceto de la vida del Beato, compuso la novena que llevaba ya (cuando eso escribía dicho Padre en 1.942) ocho ediciones y es muy aceptada por su piedad y unción; tomó parte en la redacción y publicación del recuerdo de las fiestas, titulado «Nuestra Ofrenda»; y en fin, testimonió entonces y siguió en lo sucesivo demostrando su devoción al Padre Fundador. Tuvo en la Comunidad el cargo de Colector de Misas. El solo cuidaba de hacer, recortar, colocar las hostias. Era de ver al Padre Gutiérrez, en medio de tantos achaques y amagos de muerte, empuñando los instrumentos de hacer hostias casi cada dos días y resistiendo ante la máquina eléctrica el calor y la tensión que supone tal faena, tras de lo cual tenía que retirarse a descansar. Luego las recortaba, numeraba y distribuía. Según cálculo del Padre Carpi, Superior en ese entonces de la casa de Medellín, no es exagerado computar que de las manos del Padre Gutiérrez salieron no menos de dos millones de hostias para el santo sacrificio. Esto se dice muy pronto; pero no es tan pronta su realización. Bodas de oro religiosas y muerte El 15 de Agosto de 1.940 fueron celebradas con toda sencillez y con todo cariño las Bodas de Oro de la Profesión Religiosa del Padre Gutiérrez. Cincuenta años muy bien empleados en el servicio de Dios, del Inmaculado Corazón de María y de la salvación de las almas. Nada de boato, de ofrendas, ni de discursos por parte de los seglares. Sólo fiesta de familia en la Comunidad con Misa y Velación del Santísimo en la Capilla de Jesús Nazareno y ágape fraternal al que concurrieron algunos Padres de la Casa de Bogotá. A poco tiempo, la noticia de su muerte. Los detalles están descritos por el Padre Feliciano Carpi, superior de la casa de Medellín. «Hacía unos quince días le acometió una gripa muy fuerte. Como cuidaba poco de sus dolencias, a pesar de nuestra fraternal solicitud fue de tal manera agravándose la opresión y fatiga cardíaca que ya no encontraba postura para descansar. Iba continuamente de la cama a la mecedora y de ésta a la cama. Apenas hablaba y lo que decía era incoherente. Tres días antes de morir, las congojas y ahogos eran tan grandes que empezamos a temer un desenlace fatal. Ya no le dejamos un momento solo ni de día ni de noche. Se confesó, recibió el Santo Viático, y, al decirle, «Anímese que pronto va a venir el Espíritu Santo, que le dará el don de la salud» me respondió: «Antes viene la ascensión al Cielo». Estaba muy tranquilo en la mecedora cuando, de repente, se incorpora como si quisiera vomitar. Ese pequeño esfuerzo fue suficiente para que el corazón se le parara y, dejándose caer en el respaldo de la silla, quedó tan natural, con la boca y los labios cerrados, los brazos cruzados, como si hubiera estado ensayando la pose en que quería morir. Dijérase que, al salir el alma por los labios, dibujó una sonrisa tan encantadora que nos llamó poderosamente la atención». Murió el 19 de Mayo de 1.941 El Padre Carpi terminaba su carta diciendo: «Qué vacío ha dejado en la Comunidad: Dios sea Bendito». Y el Padre Apodaca, quien también fue superior, escribía: «No puede uno figurarse la Comunidad de Medellín sin la persona del buen Padre Gutiérrez». Y el Padre Juvillá, quien convivió con él varios años y le profesó particular afecto, escribía en la revista «EL VOTO NACIONAL»: «En el llorado Padre veíanse admirablemente hermanados los más ricos dones de naturaleza y gracia. Bondad de Corazón, dulzura de carácter, nobleza de sentimientos, rectitud de miras. No abrigó otro ideal en la vida que la gloria de Dios y el bien de las almas”. Bibliografía Anales de la Congregación, Volumen 43 – pp. 63. E. Nebreda – Carlos E. Mesa: Los Claretianos en Colombia, pp. 259- 286 Nicolás Medrano; Boletín de la Provincia Colombiana, 1942. Gustavo Rodríguez; La instrucción en la Prefectura Apostólica del Rvmo. P. Gutiérrez en La Misión Claretiana del Chocó, pp. 175-184.