I.- INTRODUCCIÓN: LOS MISIONEROS POR LA GLORIFICACIÓN DE SU FUNDADOR
Hasta 1886 la Congregación estuvo ofreciendo sufragios por su difunto Fundador. Pero el 10 de octubre de ese año el P. José Xifré publica una circular en la que dispone que, en las oraciones y sufragios por los difuntos que cada día hacen las Comunidades, “se omita el nombre del Fundador”; más bien considera que, con toda prudencia y sin adelantarse al juicio oficial de la Iglesia, “es lícito, útil y conforme invocarle, pedir a Dios por sus méritos e intercesión el auxilio, amparo y protección (…), como se ha verificado siempre entre los fieles con los que han salido de este mundo en olor u opinión de santidad”. Para apoyar tal decisión, el P. Xifré advierte que la toma “después de haberlo meditado y consultado, de acuerdo con los Rdos. Padres Consultores generales” [1].
La fama de santidad de Claret entre sus Misioneros venía desde su vida y especialmente se había acentuado a partir de su muerte. Cuando acababa de fallecer, el P. Jaime Clotet escribía así al P. Xifré: “estoy íntimamente persuadido de que goza del descanso de los justos”. Y ese es el tono de la Reseña Biográfica que compone el P. Clotet, en caliente, dentro de las dos semanas siguientes al deceso[2]; y también el de la Biografía que en 1871 publica su antiguo amigo y colaborador D. Francisco de A. Aguilar[3].
1.- LOS PP. JOSÉ XIFRÉ Y JAIME CLOTET RECOGEN TESTIMONIOS
Para la composición de la mencionada obra de Aguilar, a pesar de la rapidez con que se realizó, tanto el autor como el P. Clotet reunieron informes de numerosos testigos de la vida y actividades del arzobispo Claret. Pero a partir de 1879 la recogida de materiales comenzó a realizarse de manera más amplia y sistemática. El 12 de octubre de dicho año, el P. Xifré encargaba al P. Clotet que se retirase de Vic a Thuir y allí se dedicase a reunir todos los datos posibles para escribir la vida de nuestro venerable Fundador, como paso previo para incoar su proceso de beatificación cuando hubiese transcurrido el tiempo canónicamente establecido. La carta de Xifré no se ha conservado, pero la noticia la consignó el propio Clotet escuetamente en uno de sus cuadernos de apuntes personales[4]. Y el 21 de noviembre la comunicaba con detalle en carta a D. Paladio Currius, a quien pedía los datos de que dispusiese sobre Claret:
“Muy Señor mío y estimado amigo: Por orden de nuestro R. P. General, me trasladé a esta Casa en donde él mismo me ha encargado que reúna todos los datos posibles para escribir la vida de nuestro venerable Fundador. Así pues, me dirijo a V., quien puede explicarnos lo que aconteció todo el tiempo que estuvo con él y le trató; y creo que puede hacerlo con más exactitud que otro alguno. Dispénseme V. esta molestia, bien que tratándose del Sr. Arzobispo Claret, persona tan estimada de V. y de nosotros, tengo grandes esperanzas de que no será a V. molesto el hacernos una relación de todo lo que juzgue V. oportuno. Estoy convencido de que los hechos que se publiquen de un varón tan eminente en santidad contribuirán a la mayor gloria de Dios y provecho de las almas. Con afectuosos saludos de nuestro R. P. José Xifré se repite de V. en J. y M. afectísimo S. S./ Q. B. S. M.
Jaime Clotet, C. M. F.
P.D. El P. José Xifré desea saber el juicio que V. forma de la vida, conducta, doctrina y reputación en que era tenido el Sr. Arzobispo Claret tanto en Cuba como en otras partes[5].
No se equivocaba el P. Clotet en la elección de colaborador para su tarea. Currius profesó siempre a Claret auténtica veneración desde que le conoció, en abril de 1850, y decidió ponerse a su disposición. Fue su fiel colaborador, e incluso su confesor, en toda la época de Cuba, y posteriormente, en el hospital e iglesia de Montserrat y en la complicada gestión del monasterio del Escorial. Había anotado minuciosamente, en sus cartas (de las que siempre guardaba copia) y en su Miscelánea, cuanto se relacionase con el arzobispo y su actividad apostólica, y, en sus ensoñaciones apocalípticas, en algún momento le consideró como probable próximo Papa[6] y como el enviado providencial de Dios para una “Reforma General”[7] de la Iglesia. Quizá nadie tan interesado como D. Paladio Currius en ver a Claret en los altares.
Pero el P. Xifré no dejó al P. Clotet solo en la tarea, sino que se implicó también seriamente en ella; “tanto Clotet como Xifré empezaron una interesante correspondencia con todos aquellos que podían aportar datos de primera mano, como Mn. Patllari Currius, Dr. Caixal, D. Dionisio González…”[8]. A este último escribía el P. Xifré el 20 de noviembre de 1879: “Debidamente aconsejado, y a impulso de personas de elevada posición en la Jerarquía ecla., he determinado dirijirme a distintos Prelados y a otras personas caracterizadas con el objeto de saber el concepto que tengan formado de la vida, conducta y doctrina del Señor Arzobispo Claret nuestro amado Fundador, Q.E.P.D.”[9].
En la misma fecha, y en términos casi idénticos, escribe a los prelados de Santiago de Compostela y de Seo de Urgel:
Muy Señor mío y Prelado de toda mi consideración y aprecio: Debidamente aconsejado y a impulsos de personas de elevada posición en la Gerarquía Eclesiástica, me tomo la libertad de dirigirme a V. S. Ilma. esperando me hará el obsequio de manifestarme el concepto que tenga formado de la vida, conducta y doctrina del Sr. Arzobispo Claret (q.s.g.h.), Fundador de esta Congregación; y asimismo la reputación en que era tenido en esa Diócesis, y si se sabe o refiere de él, con fundamento, alguna cosa o hecho extraordinario.
De cuyo favor le quedará muy agradecido este su afmo. y S.S. Q.B.S.A.
Al parecer, el P. Xifré creó esta fórmula de carta, que fue dirigiendo a los obispos que de un modo u otro le fueran conocidos, o cuyo testimonio sobre Claret consideró de interés. En esta diligente búsqueda, Xifré y Clotet llegaron a reunir unos 300 informes, de los que se publicaron extractos como gran apéndice documental a la vida de Claret escrita por J. Clotet y editada en 1882[10].
2.- UN TESTIGO Y COLABORADOR DE EXCEPCIÓN: D. BENITO VILAMITJANA
Uno de los interrogados por el P. Xifré fue el entonces arzobispo de Tarragona, Mons. Benito Vilamitjana, que ya en 1870 había enviado un interesante testimonio a D. Francisco de A. Aguilar, cuando éste componía la biografía de Claret[11]. Vilamitjana había sido condiscípulo de Claret en el seminario de Vic, donde posteriormente fue catedrático. En 1843 hizo ejercicios en Gombrén bajo la dirección de Claret; en ellos compartió habitación con Mn. Esteban Sala, cuya “conversión de bueno a mejor” narró años más tarde. En 1846, al reabrirse al culto la iglesia de la Merced de Vic, quedó encargado de la misma junto con D. Mariano Aguilar. Debido a este cargo, convivió en el ex-convento mercedario, durante unos cuatro años, con la primitiva comunidad de Misioneros.
A partir de 1855 le encontramos como canónigo doctoral de la Seo de Urgel, de modo que, cuando Claret escriba al obispo, D. José Caixal, le encargará “expresiones a D. Benito Vilamitjana, a quien yo amo mucho” (EC I, p. 1120), o “a quien aprecio mucho” (EC I, p. 1380). Tres años más tarde, cuando Claret busca sucesor para su sede de Cuba, ante la incertidumbre causada por la enfermedad del P. Esteban Sala, ya presentado para dicha mitra, Claret piensa inmediatamente en Valamitjana, y lo consulta al P. Xifré: “en caso de que no sea M. Esteban, ¿a quién le parece puedo yo proponer? Yo pensaba si sería a propósito D. Benito Vilamitjana. ¿Qué le parece?” (EC I, p. 1563). Esto era en abril de 1858, y la misma consulta hará a su amigo Caixal en septiembre[12]. Pero no se llegó a tal nombramiento.
Sin embargo, en 1861, a propuesta de Claret (EpPs II, p. 581), Benito Vilamitjana fue nombrado obispo de Tortosa, lo cual hizo que Claret y Xifré proyectasen fundar una casa-misión en dicha diócesis (EC II, p. 300). En 1870 Vilamitjana coincidió con Claret en el Concilio, de cuya intervención en favor de la infalibilidad dejó un interesante testimonio. En junio de 1879 D. Benito Vilamitjana pasó de Tortosa a la sede metropolitana de Tarragona, donde fallecería en 1888.
La carta de Xifré a Vilamitjana en busca de informes sobre Claret no se ha conservado, pero su contenido y fecha aproximados pueden deducirse de la respuesta del prelado. Es del 26 de noviembre de 1879 y va redactada en términos que denotan a un verdaderamente amigo y admirador de Claret, y amigo igualmente de sus Misioneros; y apenas disimula su impresión de que estos estaban tardando en trabajar por la glorificación de su Fundador. Dice Vilamitjana, casi en tono de reprimenda cariñosa:
“Mucho me alegro de que al fin hagan Ustedes algo por el inolvidable Sr. Claret. Desde que le conocí, me llamó la atención por su modestia, y, en cuanto le traté algo, le estimé y respeté. El alto concepto de sus virtudes y su reputación de Santo entiendo que es general, y en mí existe casi desde que le conocí, durante nuestros estudios en el seminario de Vic (…). Estoy dispuesto a declarar, en la forma que se quiera, todo lo que sepa del Sr. Claret, y en este concepto me pongo a las órdenes de Usted (…)”[13].
Mons. Vilamitjana tomó el asunto con tanto interés que no se limitó a responder él, sino que dirigió una Circular a los miembros del cabildo[14] y a los arciprestes, en la que pedía cuantos testimonios pudiesen aportarle. El 20 de abril de 1881 podía enviar al P. Xifré un amplio dossier con la documentación recogida:
“Habiéndonos dirigido a nuestro Excmo. Cabildo Catedral y a los Rdos. Arciprestes de este Arzobispado, para que procurasen inquirir y comunicarnos las noticias y hechos notables de que se conserve memoria, referentes a los trabajos apostólicos y admirable vida del difunto Excmo. Sr. D. Antonio María Claret, arzobispo de Trajanópolis y fundador de ese Instituto de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, hemos podido recoger y tenemos el gusto de acompañar a Vuestra Reverencia los datos que constan en los documentos siguientes (…)”[15].
3.- UN DECLARANTE DE AUTORIDAD INIGUALABLE, D. CARMELO SALA Y VÍÑES
Él formó parte del cabildo catedral de Tarragona desde septiembre de 1879, es decir, llegó tres meses más tarde que el arzobispo Vilamitjana. Es muy probable que pronto hayan intimado y ambos hayan “presumido” de su vieja familiaridad con el santo arzobispo. D. Carmelo Sala es la persona que más convivió con Claret y muy probablemente la que mejor le conoció; le profesó una admiración sin límites. Cuando, en el otoño de 1862, le acompañaba por Andalucía, escribió al P. Xifré, lleno de asombro, que la tarea apostólica de Claret era “suficiente y más que suficiente para rendir las fuerzas de un gigante”; y añadía: “todas estas predicaciones no le quitan ni la más pequeña parte del tiempo que tiene destinado para la oración, lectura espiritual y demás ejercicios piadosos que diariamente practica (…). Yo no acabo de admirar este portento de la gracia, y bendecir al Señor que en su misericordia nos concede este don tan precioso, y de confundirme por lo poco que aprovecho con tan buen maestro. Le confieso a V. con toda la sinceridad de mi corazón que muchas veces tiemblo y me estremezco al pensar el juicio que me espera si no soy fiel en corresponder a las mercedes del Señor” (EC II, p. 545).
Este juicio, que D. Carmelo Sala emite en vivo, no cambió con la distancia temporal. El 18 de diciembre de 1879, en respuesta al cuestionario enviado por el P. Clotet, le dice: “El Sr, Claret era un santo, y creo que hay sobrada razón para creer el testimonio de quien en los ocho años que tuvo con él de continuo trato y de comunicación familiar, donde el hombre más eminente muestra sus flaquezas, jamás le observé defecto notable, que desdijese o aminorase el concepto de santidad en que todo el mundo le tenía. No puede aplicarse al Sr. Claret aquel adagio vulgar de que no hay hombre grande para su ayuda de cámara, porque aun en las más pequeñas acciones aparecía siempre con esa grandeza (…)”[16].
a.- D. Carmelo Sala, familiar y capellán del arzobispo Claret
Antes de centrarnos en su excepcional testimonio sobre Claret, nos detendremos en la persona de D. Carmelo[17]. Nacido en Játiva el 14 de enero de 1833, puede haberse ordenado sacerdote en 1857 o 1858. No sabemos cómo llegó a Madrid y se incorporó a la casa de Claret; el enlace pudiera haber sido D. Francisco Sansolí[18], también setabense y, en 1858-59, capellán del arzobispo. Aunque Játiva no era una ciudad pequeña para aquella época[19], es normal que los eclesiásticos del lugar, y quizá sus parientes, en este caso las familias Sansolí y Sala, se conociesen.
Según su propio testimonio (PIT ses. 2, Art. 1), C. Sala comenzó a habitar y colaborar con Claret en enero de 1859, cuando el arzobispo vivía aún en su piso alquilado en el hospital de Italianos. En marzo, con motivo de predicaciones cuaresmales, escribe Claret: “tengo tres compañeros que me ayudan a confesar, que son el P. Sansolí, el P. Llausás[20] y el P. Carmelo. Estos tres viven conmigo” (EC I, p. 1734). Y le encontramos en documento oficial del 22 de marzo, junto con Fco. Sansolí, Fermín de la Cruz, Pedro Llausás, etc., en la lista de sacerdotes que celebran misa en la iglesia de Italianos (EC III, p. 613). Cuando, en julio de 1859, llegue de Cuba D. Paladio Currius, D. Carmelo será fiel colaborador suyo en la búsqueda de vivienda cerca del hospital de Montserrat y en la restauración de la iglesia de dicho centro, en la calle Atocha, plazuela de Antón Martín.
Por esos días D. Carmelo debió de sufrir una crisis vocacional. El 24 de julio, estando Claret en La Granja, Currius le comunica que se ha enterado por Sansolí, ya a punto de romper con Claret, que también “el P. Carmelo le está bullendo la cabeza para irse no sé dónde, aunque él nada me ha indicado. Dígame V.E. a vuelta de correo cómo me debo portar con ellos” (EpPas II, p. 320). Al día siguiente Claret le responde que, mientras que se alegra de que Sansolí se vaya, “siento que se vaya Carmelo, porque este es bueno y nos podría ayudar mucho, pero si se quiere ir, bendito sea Dios, ya nos dará otro en su lugar” (EC I, 1827). Cuando Claret dice “nos podría ayudar mucho”, se refiere seguramente a sus tareas de predicación y confesiones en Madrid.
Afortunadamente los presagios de F. Sansolí no se cumplieron, y tenemos la impresión de que proyectaba sobre C. Sala la propia crisis. Aunque Claret no encargaba a Currius que ayudase a D. Carmelo en su discernimiento, él se adelantó a hacerlo, y el día 27 (¡llama la atención la rapidez del correo entre Madrid y La Granja!) puede comunicar al arzobispo: “El P. Carmelo está todavía súbdito de V.E.I., y, por lo que dije a V.E.I. en la mía nº 57, hoy le he examinado sobre su modo de pensar y me ha respondido que él no hará cosa alguna sin primero consultar con V.E.I. Su espíritu es de Misionero, y yo le he manifestado que V.E.I. lo que intenta plantear en un punto u otro es una casa de Misioneros como la de Vich y que si había alguna variación en caso sería no más que accidental y esto con el fin de aprovechar mejor a los fieles. Él me ha respondido que le gusta mucho este plan y que no intenta separarse de nosotros, pero solo encuentra dos dificultades (…). Yo le dije que se informara bien de la voluntad de Dios respecto de su vocación; y que, si Dios le llama en verdad al ejercicio de las Misiones, ya le dará medios para resolver dichos inconvenientes” (EpPas II, p. 322s).
Por lo que veremos, lo que deseaba D. Carmelo era ser misionero, pero con una autonomía económica que no era el estilo de la familia de Claret. Por eso, como solución, escribirá Claret a Currius el día 28: “dígale que si él tiene buena vocación todo se puede remediar, v. gr., la limosna de la misa en lugar de echarla al gazofilacio se podrá emplear a subvenir esas necesidades hasta que el Señor disponga ora cosa o del modo que nos parecerá mejor a mi llegada a esa” (EC I, p. 1831)[21]. La carta de Currius, además de informarnos sobre su influjo en D. Carmelo[22] para que siga al lado de Claret, nos dice mucho también sobre los proyectos de Claret en esta época: montar una casa-misión en Madrid. Es decir, el realismo de los dos años vividos en la capital no le ha hecho desistir de los planes misioneros que se había trazado en junio de 1857 (cf. EC I, p. 1352 y 1361).
Por una referencia fragmentaria, sabemos que D. Carmelo sigue dando vueltas a su futuro vocacional. Pero a partir de agosto de este año 1859 desempeña el cargo de capellán del arzobispo. Por ello, en el mes de noviembre le acompaña durante sus casi tres semanas de estancia en El Escorial[23]. Y el 28 de diciembre firma, como Pro-Secretario de Claret, unas dimisorias para Curius, que pronto viajará a Roma (EC II, 87). El oficio de “capellán” no está muy definido. Implica ayudar al obispo en su complicado ritual de la celebración de la misa y acompañarle en los viajes[24]; pero en el caso de D. Carmelo el cometido fue mucho más amplio, pues colaboraba con Claret en sus ministerios, le acompañaba (él u otro) en sus idas a palacio, le corregía pruebas de imprenta de sus libros (PIT, ses.4, art. 87), y, sobre todo, era su confesor y director espiritual.
En 1859 o 1860 -ignoramos cómo- D. Carmelo entró en contacto con el P. Xifré, el cual debe de consultar a Claret sobre si este joven sacerdote sería apto para la Congregación de Misioneros. Claret tiene un concepto excelente de él, como puede verse por la respuesta a Xifré del 23 de mayo de 1860: “Lo que me dice de mi familiar D. Carmelo Sala, es muy buen sujeto, sabio y virtuoso, y que le gusta nuestra Congregación; pero no creo que entre mientras pueda estar a mi lado, porque así puede ayudar a sus padres, que lo necesitan; y después, cuando Dios dispusiera de mí, él tiene esa carga” (EC II, p. 141).
Por informaciones aisladas, percibimos que en los años siguientes, siquiera esporádicamente, D. Carmelo puede satisfacer sus ansias misioneras. En abril de 1864 le encontramos predicando misión en Pozuelo de Calatrava (Toledo)[25]; y en ese mismo año, sin que podamos precisar fecha, predica otra en Horche (Guadalajara) (Aut 816).
Entre tanto, desde la apertura de la iglesia de Montserrat en diciembre de 1859, D. Carmelo Sala ejerce en ella su ministerio, como antes lo hacía en la de Italianos. Pero Claret no le nombra rector de Montserrat[26], ya que, al ser capellán del arzobispo, a veces deberá ausentarse de Madrid por bastantes días o incluso meses (EC II, p. 144). Todo parece indicar que, en el verano de 1860, le acompaña en La Granja (y en sus ministerios en Segovia y Ávila), y seguidamente en el viaje por Valencia, Baleares, Cataluña y Aragón[27]. Al año siguiente le acompaña a Santander, y, según testimonio de las Monjas de la Enseñanza de aquella ciudad, D. Carmelo –no solo Claret- predica a las monjas y las niñas internas[28]. En Madrid predica a enfermos, presos/as, etc., como lo hace el arzobispo. Se sabe que en noviembre de 1861, por ir a confesar a un enfermo de viruelas, contrajo él mismo la enfermedad (EC II, p. 398).
En los primeros meses de 1862, y quizá ya en los últimos de 1861, a D. Carmelo le cupo en suerte un privilegio irrepetible. Por obediencia al P. Xifré, el arzobispo Claret fue redactando su Autobiografía, orientada a “estimular a sus Misioneros al celo y virtudes apostólicas”. Pues bien, el capellán del arzobispo declarará años más tarde: “Yo leí estos apuntes a medida que los iba escribiendo el Siervo de Dios, quien llevado de su humildad y de la confianza que me tenía por ser en aquella época su confesor ordinario, quiso que yo los leyese para corregir la inexactitud de la frase o la incorrección del estilo que notase en los mismos” (PIT, Apéndice).
Admirador y excelente observador de la actividad de Claret, en octubre de 1862, durante el viaje con los reyes por Andalucía y Murcia, D. Carmelo, siempre al lado del arzobispo, fue enviando al P. Xifré relación detallada de las predicaciones del santo, quien “por sus continuas ocupaciones no puede fácilmente emplearse en dar a V. cuenta (…), me encarga cumpla con V. este deber para mí muy grato y satisfactorio”[29]. Efectivamente le fue “grato y satisfactorio”, pues, concluido aquel viaje, continuó informando al P. Xifré sobre los trabajos apostólicos de Claret. Habiendo llegado a Madrid el 29 de octubre, el 19 de noviembre escribía nuevamente al superior de los Misioneros, acusando recibo de una carta suya del cinco del mismo mes, dándole las informaciones más recientes y mostrándose sumamente familiar, casi como si fuese un misionero más:
Madrid y Noviembre 19 de 1862[30]
Muy Sr. Mío y de mi mayor respeto: Hoy he recibido su muy grata del cinco. La causa del retraso ha sido por hallarme en El Escorial haciendo los santos ejercicios.
Infatigable en su tarea apostólica nuestro amadísimo Sr. Arzobispo, al terminar el viaje regio pensó desde luego pasar al Escorial para arreglar algunos asuntos de aquella Corporación, a cuyo frente se halla; mas como a la sazón se comenzase en la Iglesia del monasterio la novena de Ntra. Sra. del Patrocinio, la predicó toda, haciendo todos los días un punto doctrinal y sermón moral. El día de la Virgen fue la comunión general, que dio también S. E. I. y estuvo bastante concurrida.
Al día siguiente de terminar la novena, comenzó los ejercicios a toda la comunidad, compuesta de veinte sacerdotes y noventa y cuatro seminaristas. Duraron diez días, y gracias al Señor, todos han sacado de ellos grandes frutos. Ayer regresamos a esta Corte, en donde permaneceremos por ahora, según parece.
Celebro mucho el que V. y demás Sres. de la Congregación disfruten buena salud para emplearla en su santo ministerio; y también me alegro en gran manera de que vayan entrando nuevos refuerzos de Misioneros.
Como siempre, me encomiendo a las oraciones de V. y demás Sres., y me repito afmo. S. y Capn. q. b. s. m.
Carmelo Sala (rubricado)
Y en años sucesivos continuará D. Carmelo enviando ese tipo de informaciones al P. Xifré; como ejemplo puede verse la carta que le escribe, desde El Escorial, en la semana santa de 1864, y que es un cierto resumen de la actividad de Claret en 1863:
+
Escorial y Marzo de 1864[31]
Sr. D. José Xifré Pbro.
Muy Sr. mío y amigo del mayor aprecio: Al ver las muchas cartas edificantes‚ instructivas que escriben algunos Misioneros de esa Congregación que V. dirije, y constándome el deseo que V. tiene de saber los frutos de la predicación y trabajos apostólicos del Excmo. Sr. Claret, Fundador de dicha Congregación, no quiero dejar de escribir siquiera cuatro líneas para consuelo y edificación de V. y demás Sres. celosos todos por la gloria de Dios y el bien espiritual de sus prójimos.
Según mis apuntes de memoria, son siete las tandas de ejercicios que ha dado S. E. durante el año pasado, en esta forma: dos al pueblo, primero a los hombres y después a las mujeres, una en El Escorial a sacerdotes y seminaristas, y cuatro a diferentes comunidades Religiosas. Ha predicado también tres Misiones; una durante la novena de Sn. José y dos en Sn. Andrés y la Iglesia de las Salesas R[eale]s.
El fruto tanto de las Misiones como de los ejercicios ha sido por la misericordia de Dios abundante pues muchos estraviados en sus ideas o corrompidos en sus costumbres han vuelto al camino de la verdad y del bien.
Además, ha predicado algunos triduos, y una multitud de sermones sueltos, ya en los Colegios, ya a Comunidades religiosas, ya también en las cárceles, hospitales y casa de Beneficencia. Ordinariamente la salida por la tarde, cuando las muchas atenciones que ocupan el tiempo a S. E. se lo permiten, es casi siempre a uno u otro de los lugares indicados, para anunciar la divina palabra: de la que es infatigable pregonero. La mañana la tiene destinada para oír confesiones en su mayor parte generales, invirtiendo todos los días cuatro o cinco horas en tan penosa tarea.
Las jornadas de Aranjuez y la Granja que podían servirle a S. E. de descanso, las consagra a escribir; por manera que la mayor parte de obritas publicadas desde que está en Madrid han sido escritas en ese tiempo. En medio de tantos trabajos y de otros muchos asuntos complicados y penosos, que no le dejan un momento de reposo, el Señor le conserva en buen estado su salud y fuerzas. Bendito sea y plegue a su D. M. dilatar muchos años su preciosa vida.
Me han dicho que viene V. a visitarnos después de Pascua[32], mucho me alegraré; y entre tanto que llega el día de tener el gusto de verle, me repito como siempre de V. y demás Sres. de la congregación de María Inmaculada afmo. S. S. Q. B. S. M.
Carmelo Sala (rubricado)
Pasaremos semana santa y Pascua en este Monasterio, donde las funciones de estos días son magníficas[33].
En julio de 1865, cuando Claret abandone Madrid por haber reconocido Isabel II el Reino de Italia, D. Carmelo le acompaña en su viaje a Cataluña, junto con los Hermanos Misioneros que entonces viven con ellos, José Saladich y Antonio Calvó: “venimos cuatro: yo, D. Carmelo y los dos Hermanos” (EC II, p. 905). Al quedarse Claret estabilizado en Gracia y Vic, y seguramente contando ya con que a Roma le acompañará el P. Xifré, D. Carmelo marcha a Játiva a ver a su familia. Por el momento Claret y Sala se despiden sin saber si definitiva o temporalmente, ya que Claret no tiene ninguna certeza sobre su futuro; pero en los próximos meses mantendrán algo de correspondencia. Claret le escribe el 29 de septiembre, manifestándole el discernimiento en que se halla (EC II, p. 937). Es posible ofrezca a D. Carmelo integrarse en la corporación de capellanes del Escorial, institución de la que Claret por el momento no se ha despedido y por la que sigue preocupándose[34]. De hecho, al regreso de Roma a Barcelona, el 1 de diciembre, Claret pregunta por carta a D. Dionisio: “Deseara saber si el presbítero D. Carmelo Sala se halla en esa comunidad [de capellanes del Escorial] o si aún se halla en su casa, por si yo tengo que volver a la Corte él querrá volver o no a mi lado, pues que de otro modo yo me traería conmigo un sacerdote de esta Congregación” (EC II, p. 956).
El 3 de septiembre D. Carmelo había informado al arzobispo sobre la epidemia de cólera que se había extendido por Levante[35] y sobre su trabajo atendiendo a los afectados, a lo que Claret le responde el día 13: “siento que tengáis en esa población tan fatal huésped (…). Me alegro de que V. trabaje cuanto pueda para los pobres enfermos” (EC II, p. 933). Pero, sin terminar el mes, la enfermedad afecta a la familia de D. Carmelo, aunque no cause víctimas mortales: “me alegro, le escribe el arzobispo el día 24, de que en esa casa de V. no haya habido defunción alguna, que haya quedado satisfecha con la enfermedad solamente” (EC II, p. 934). En ese momento Claret cuenta con que D. Carmelo regrese pronto a Madrid y extienda en su nombre las nóminas a los empleados de Montserrat; y le pide que no renuncie al cargo de Secretario mientras Claret no haya renunciado al de Protector (EC II, p. 934)..
Pero el 7 de octubre, cambiando de parecer, Claret le aconsejaba que “atendido como está la salud pública, será bueno que esté quieto en su casa hasta que yo vuelva de Roma, a donde iré dentro de poco” (EC II, p. 940). A pesar de las precauciones, D. Carmelo cayó enfermo, y de larga duración[36]. Informado Claret, quizá por D. Dionisio, de que D. Carmelo no estaba en Madrid (EC II, p. 956), al regresar él a la corte por indicación del Nuncio el 22 de diciembre, llevó como capellán al P. Clotet, el cual se quedó en Madrid acompañando al arzobispo hasta los primeros días de enero de 1866. En carta del 28 de diciembre de 1865, D. Carmelo comunica a Claret que se encuentra aún muy débil y que el médico le aconseja no viajar a los fríos de Madrid, sino dejar pasar algún tiempo. Claret lo acepta de buen grado, y, como Clotet tiene que volverse a Gracia, le hace de capellán D. Paladio Currius (EC II, p. 964). El 2 de enero de 1866 Claret escribe a Xifré: “Hemos pasado estos dos días en El Escorial con el Sr. Clotet; hoy hemos vuelto con el Sr. Currius a esta de Madrid” (EC II, p. 971). El día 4 D. Carmelo Sala escribe nuevamente a Claret, el cual el día 8 le responde que tiene a Currius como capellán, y es bueno que espere a que pasen los fríos, si bien le gustaría que “no se tardase mucho en despachar los papeles de Montserrat, de la que V. es Secretario” (II, 976). Le envía libros para distribuir en Játiva. Según el propio testimonio, Currius estuvo con Claret, como capellán, del 2 de enero al 7 de marzo (Carta de Currius 1068); se deduce que para esa fecha regresó D. Carmelo de Játiva.
Al parecer quedó con la salud algo maltrecha, pues en julio le encontramos “tomando los baños”, probablemente de nuevo en su tierra natal, y Claret piensa en llevarse como capellán a Zarauz a un Misionero de Segovia (EC II, p. 1025; pero cf. p. 1034). Pero D. Carmelo llegó a tiempo y no fue necesaria tal sustitución.
b.- D. Carmelo Sala, canónigo de Cádiz
Dada su presencia habitual al lado de Claret, la reina llegó a conocerle y formarse un buen concepto de él. El 19 de octubre de 1866, el arzobispo escribe al P. Xifré: “D. Carmelo Sala, mi capellán, se va de canónigo a Cádiz. S. M. le aprecia mucho por su piedad y modestia y le ha querido dar esa prueba de cariño” (EC II, p.1066). Es posible que, a través de Claret, la reina hubiese tenido noticia de la apurada situación económica en que vivía la familia de este joven sacerdote, pero no parece que Claret haya pedido una canonjía para él, dada su repugnancia a pedir favores a la reina y su reticencia frente a ese status eclesiástico[37].
D. Carmelo salió de Madrid el 12 de noviembre por la noche (EC II, p. 176), de modo que pudo llegar a su destino el día 13 o lo más tarde el 14. No iba a lugar desconocido, pues allí había estado cuatro años antes, del 26 de septiembre al 3 de octubre de 1862, acompañando a Claret en sus predicaciones con motivo del viaje real. El obispo con quien D. Carmelo se encontró en Cádiz era el capuchino Fr. Félix María de Arriete[38], muy apreciado y amigo de Claret, a quien tuvo que agradar que le llegase como canónigo el fidelísimo compañero del confesor real. En 1859 Fr. Félix había sido propuesto tres veces por Claret para ser su sucesor en Cuba, y llegó a aceptar y ser aceptado por el gobierno, con gran satisfacción para Claret; pero finalmente se echó atrás, tal vez por motivos de salud[39]. Pero Claret no desistió respecto de aquel hombre digno de entrar en la sucesión apostólica, y, en 1863, le insistió, con éxito, en que aceptase la mitra de Cádiz (EC II, p. 631n). En su consagración episcopal, que tuvo lugar en Madrid el 6 de marzo de 1864, Claret fue co-consagrante (asistiendo al Nuncio junto con el Patriarca de las Indias), por lo que, muy probablemente, D. Carmelo estuvo presente en la ceremonia. En Cádiz había, además, una comunidad de Religiosas Vedrunas, congregación predilecta de Claret y con la que D. Carmelo había tenido mucho trato en Madrid. En su nuevo destino, D. Carmelo debió de sentirse como en su casa. Signo del aprecio que debió merecerle al obispo Fr. Félix es el hecho de que este, en 1875, le nombró rector del seminario; al parecer, allí se distinguió por extraordinarias dotes de formador.
La ida a Cádiz no supuso distanciamiento de su admirado Claret; menudeará la correspondencia entre ambos. Desgraciadamente se perdieron las cartas que D. Carmelo dirigió a Claret, pero las respuestas de éste que se han conservado permiten conocer algo de lo que el canónigo comunicaba a su antiguo admirado señor y penitente. Nada más llegar a su nuevo destino, D. Carmelo da noticia a Claret sobre el viaje; este le responde el 17 de noviembre, contento de que todo haya salido bien, e informándole de que está bien atendido, ya que, al día siguiente de partir D. Carmelo, llegó el nuevo capellán, el misionero P. Pedro Vilar. En esta carta, como en casi todas las que seguirán, Claret le encarga que presente cordialmente “mis respetos” al obispo, su amigo Fr. Félix. La carta siguiente será ya de felicitación de Navidad; Claret le responde el 28 de diciembre; le felicita igualmente las pascuas, con “sus respetos” para “ese señor obispo amigo mío”, y para las “Hermanas terciarias” (EC II, pp. 1077 y 1092).
Conocemos nueva correspondencia del mes de febrero de 1867. Sala escribió a Claret el día 3 acerca de un tema muy querido al arzobispo: la pastoral de la distribución de buenos libros; lo había practicado al lado de Claret y lo sigue haciendo con gran empeño en su nuevo destino[40]. Clare responde el día 7: “mucho me alegro que por aquí [=ahí] vaya extendiendo el gusto y celo de la circulación de libros, que en el día es uno de los medios que la divina misericordia pone en juego para la conversión de muchos pecadores”, y le envía un nuevo lote con la promesa de que “Dentro pocos días le enviaré los reimpresos con los trabajos que se hicieron en el año pasado” (EC II, p. 1117). Además, D. Carmelo le había pedido en la suya unas indulgencias, que Claret le concede gustosamente.
El 20 de julio de 1867, D. Carmelo comunica a su apreciado arzobispo el reciente fallecimiento de su padre. Claret le responde con gran cordialidad, haciéndole extensiva la condolencia a su madre y a su hermana (tal vez había fallecido el hermano pequeño, de que hablan en otros lugares); “le doy mi palabra que le encomendaré a Dios y mañana Dios mediante le aplicaré la misa para descanso de su alma” (EC II, p. 1181).
El 18 de febrero de ese año 67 se había presentado a Claret un sacerdote, “cura de San Martín”, recomendado por D. Carmelo, con una solicitud para la reina, que Claret puso en manos de la soberana el mismo día. Ella le prometió que lo comunicaría al ministro correspondiente y haría cuanto pudiese en favor de la petición. Claret comunicó de inmediato a D. Carmelo esta buen acogida (EC II, p. 1125). Se nos escapa el contenido de la petición; pero tal vez se trate de evitar que una instancia civil derribe una iglesia de Valencia, asunto que vuelve a aparecer en cartas al comienzo del año siguiente; también entonces D. Carmelo busca, a través de Claret, el eficaz valimiento de la reina. Y nuevamente la reina hace a Claret una promesa firme, de modo que éste escribe al canónigo el 22 de enero de 1868: “parece que se suspenderá el derribo” (EC II, p. 1236). Se trata evidentemente de intereses eclesiales y no personales, pues muy bien sabía D. Carmelo Sala que Claret jamás pedía favores a la reina.
En septiembre de 1867 encontramos nuevo intercambio epistolar. Al parecer, D. Dionisio G. de Mendoza, rector del colegio universitario del Escorial, estaba buscando un profesor para completar el cuadro docente. Y Claret, por medio de D. Carmelo, se dirigió al rector del seminario de Cádiz, D. Rafael Montañés, conocido suyo. Ambos, el Sr. Montañés y el Sr. Sala, recomendaron a un sujeto competente, pero tal recomendación llegó tarde, cuando ya D. Dionisio, proveyendo de otra forma, había enviado a la universidad el cuadro de profesores (EC II, p. 1195 y 1197). Más que el asunto en sí, es significativo el procedimiento: D. Carmelo sigue muy de cerca los asuntos de Claret y también Claret le toma a él como intermediario cuando en algo puede ayudarle.
La última carta de D. Carmelo Sala a Claret de que tenemos noticia es del 29 de octubre de 1868, un mes después del golpe de estado o “la gloriosa”, cuando el arzobispo ya se encuentra exiliado en Francia. Suponemos que le informa sobre cómo han vivido en Cádiz los desórdenes revolucionarios, pues, en su respuesta, Claret manifiesta su alegría de que su amigo canónigo no haya sufrido especiales sobresaltos, a pesar de la cercanía geográfica al foco de la revolución. La respuesta de Claret es del 18 de noviembre, ya desde París. La tardanza en responder, muy rara en él, se explicará desde las vicisitudes por las que puede haber pasado la misiva de Carmelo; ¿la dirigió a Zarauz, a Pau…? ¿Algún compañero de Claret le informó de los diversos desplazamientos? Claret da cuenta a D. Carmelo de su estado de salud, que es bueno; le dice que quizá el exilio le sirva para alargar la vida: “Estoy mejor que en España. ¡Oh cuán bueno es Dios!”[41].
A partir de este momento no conocemos contacto alguno entre D. Carmelo Sala y el arzobispo Claret. Podemos suponer que, al menos a finales de 1869, tuvieron noticias mutuas a través del obispo, Fr. Félix de Arriete, ya que se encontró con Claret en el Concilio. De la magna asamblea de obispos Claret regresó muy enfermo a reunirse con sus Misioneros, refugiados en Prades; era el 23 de julio de 1870. El 24 de octubre fallecía refugiado en el monasterio cisterciense de Fontfroide (Narbona).
Casi de inmediato, alguien tuvo la delicadeza de comunicar el hecho a D. Carmelo directamente, con detalles que no proporcionaba la prensa ni los boletines diocesanos. D. Carmelo los comunicó a su obispo Fr. Félix (ignoramos dónde se encontraban remitente y destinatario en ese momento, para tener que comunican por carta), el cual le respondía el 11 de noviembre: “Mucho se ha perdido con la muerte del Sr. Claret; a mi modo de ver era uno de los prelados más santos de España y fuera de España… Nada me extraña de cuanto Usted me dice (referente a su preciosa muerte), porque todo lo suponía y que ya descansa en el seno de Dios riéndose de impíos y calumniadores, para él me parece que estaba preparada mensuram plenam et confertam et superefluentem[42]. Él ha ganado y desde allí nos ayudará” (PIT, ses. 2, art. 118).
D. Carmelo se preocupó de la posteridad de la fama de Claret, del cultivo de su recuerdo por sus Misioneros, etc. En 1871 seguía fielmente las entregas en las que, en la revista La Ciudad de Dios, el historiador D. Francisco de A. Aguilar iba publicando la primera biografía del arzobispo. Entre otros testigos, el Sr. Aguilar hizo alguna consulta a D. Carmelo Sala, el cual, en fecha 21 de junio, le escribía desde Cádiz: “Puede usted escribirme cuanto guste pues para mí es en gran manera satisfactorio contribuir a esclarecer los hechos de la preciosa vida de mi santo arzobispo, a quien he amado con el entrañable afecto de hijo y de quien he recibido demostraciones del más cariñoso padre”. Y añadía: “Leo con mucho gusto la biografía que usted publica en La Ciudad de Dios, y la encuentro muy exacta en lo que Usted refiere y yo tengo noticia”[43].
Cuando, en enero-febrero de 1889, D. Carmelo sea interrogado en el Proceso Informativo sobre Claret, dirá que, además de lo que él ya sabía por haber vivido ocho años al lado del arzobispo, ha procurado informarse de lo que se había ido publicando sobre él: “he leído libros y folletos que se han publicado relativos al mismo Siervo de Dios, y entre ellos puedo citar la vida escrita por el Ilmo. Sr. Aguilar y el resumen biográfico del P. Clotet, cuyos libros, lejos de parecerme sospechosos, me merecen juicio muy favorable, por ser personas de reconocida ilustración y probidad” (PIT, ses. 2, art. 11). Como hemos visto, a ambas biografías había aportado D. Carmelo Sala su pequeña contribución.
c.- D. Carmelo Sala, canónigo de Tarragona
El traslado tuvo lugar en septiembre de 1879, cuando llevaba solamente tres meses al frente de dicha sede metropolitana el gran amigo y admirador de Claret, D. Benito Vilamitjana. Arzobispo y canónigo pudieron emularse en cuanto a conocimiento e intimidad vivida con el difunto arzobispo misionero.
A finales de ese año, debido a una carta del P. José Xifré, Mons. Vilamitjana dirige, como hemos visto, una Circular a los miembros del cabildo y a los arciprestes, en la que recaba datos o informaciones sobre el arzobispo Claret. Con lo recogido forma un dosier que envía al P. Xifré el 20 de abril de 1881. D. Carmelo Sala se expansionó a su gusto, con el enjundioso documento que reproduciremos tras esta larga introducción.
Habiéndose iniciado en 1888 el Proceso Informativo para la beatificación de Claret, D. Carmelo hizo su amplia declaración en las sesiones II-VIII de Tarragona, en enero- febrero de 1889. Al concluir su declaración añadió esta significativa confesión personal: “Doy gracias a Dios porque me ha conservado la vida hasta el presente, ofreciéndome esta ocasión de dar testimonio de las virtudes y santidad del que fue para mí, además de Superior, un Padre amantísimo en la tierra, como espero será mi protector desde el cielo” (8 de febrero de 1889). De este modo, D. Carmelo Sala dejó sobre Claret, además de las cartas escritas en vida del santo, cuatro importantes testimonios:
*Carta a D. Francisco de Asís Aguilar, de fecha 21 de junio de 1871.
*Carta al P. Jaime Clotet, del 14 de diciembre de 1879.
*Oficio al arzobispo Benito Vilamitjana, firmado el 29 de abril de 1880.
*Declaración oficial en el Proceso Informativo de Tarragona, de enero-febrero de 1889.
Después de esta última Declaración, viviría D. Carmelo todavía 11 años, de modo que, en 1897, tres años antes de su fallecimiento, tuvo la suerte de participar en las honras fúnebres tributadas a Claret con motivo del traslado de sus restos a Vic. Y probablemente recibió también la noticia, de 4 de diciembre de 1899, de la declaración de Venerable, con la cual se iniciaba la glorificación de su admirado penitente arzobispo.
En estos años de Tarragona, D. Carmelo Sala debió de conocer a los Misioneros, que desde 1883 tenían una residencia en dicha ciudad. Vivía con su sobrino D. José Casas Sala, hijo de su hermana, Dña. Rufina Sala, que un par de veces hemos mencionado. D. José estaba casado con María Luisa Muller, y en la casa de ambos “vivió largos años y murió D. Carmelo. Vivió recordando siempre y hablando de nuestro Padre como de un santo, y murió invocándole”. Así lo contaba Dña. María Luisa en 1923 al P. Pedro Voltas, añadiendo detalles que el difunto tío canónigo les refería, como el siguiente: “Cuando joven todavía acompañaba yo a palacio al P. Claret, en medio de aquel aparato y exhibiciones que imponen las leyes de la Corte, el santo se me acercaba y me hablaba del cielo y del desprecio de las cosas terrenas”. Y el P. Voltas añade: “esta familia posee dos preciosas reliquias: la primera es un alba que D. Carmelo recibió de nuestro Padre, y que aquel usaba solo en las grandes solemnidades; la segunda, un Crucifijo con la auténtica del Venerable”[44].
En los últimos años de su vida, D. Carmelo publicó al menos dos libros, en los que aparece el eclesiástico erudito. De carácter muy local es Tesoro Escondido, o sea noticia de la antigua y prodigiosa imagen de María Santísima que con el título del Claustro se venera en la catedral de Tarragona (Tarragona 1894, 115 pp.). De mucha más envergadura es Una excursión al mundo invisible o Cartas familiares sobre los ángeles (Tarragona 1897, 348 pp.); aquí el autor muestra un amplio conocimiento no solo de angelología, sino también sobre espiritismo, satanismo, ocultismo, magia… y de sociedades secretas como la masonería u otras. Y es de notar la advertencia con que se anuncia en el boletín diocesano la publicación de este segundo libro: “El Sr. Sala destina los productos líquidos de su obra a sufragar los gastos de beatificación del P. Claret, de quien fue querido familiar y es en la actualidad entusiasta admirador de sus virtudes”[45].
En la reseña biográfica de D. Carmelo Sala elaborada por el P. Jacinto García, a la que más arriba se ha hecho alusión, encontramos esta valoración final: “Tanto en Cádiz como en Tarragona dejó un excelente recuerdo, de sacerdote entregado y asceta, de gran finura espiritual, dotado para la predicación, con gusto poético, exquisito en el trato, de una gran sencillez y austeridad. De su época de Cádiz dice un contemporáneo: ‘recuérdanle todos que era uno de esos poquísimos semblantes del enviado por Dios para esbeltez de la dignidad eclesiástica, expresivos de la armonía que forman las virtudes propias del alma, atrayentes por su calidad de espíritu inmaculado, inspiradores del cielo beatísimo. El M. Iltre. Sr. D. Carmelo era de gentil aire en sus maneras, de presencia ajustada, la cual venía a ser en él sobre mediana o casi bien alta y de sugestión inexplicables; persona muy fina, atenta y buena’ ”.
Y
la nota necrológica del boletín diocesano de Tarragona, firmada por J. García
Delofeu, traza este resumen conclusivo: “Fue un sacerdote ejemplar, asiduo en
los ministerios, ya como confesor constante, teniendo numerosa dirección de
almas en religiosas de conventos y seglares, ya como predicador, de estilo
ascético, y usaba en su oratoria galanura y hasta poesía. En las virtudes
morales predominaba profunda humildad y la excesiva modestia, declinando
honores y elogios. En las relaciones con los seminaristas prevalecía el fervor
con que los incitaba al cumplimiento de su vocación. Murió piadosamente en
Tarragona el 26 de abril de 1900”[46].
[1] Bol. Relig. I (1886) 182-183.
[2] Cf. J. BERMEJO- J. M. VIÑAS (Ed.) San Antonio María Claret. Autobiografía y Escritos Complementarios. Buenos Aires 2008, pp. 880 y 925-935.
[3]F. DE ASÍS AGUILAR, Vida del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio María Claret, misionero apostólico, arzobispo de Cuba y después de Trajanópolis. Madrid 1871, 428 pp.
[4] Se encuentra en Repertorio, p. 457.
[5] Original en Arxiu Claret de Vic, Nr.inv. 2119 / S. 14 -2 / C. XXVIII rF. Nro. 45.
[6] “Dígame, ¿qué tenemos sobre nuestro principal asunto? ¿Cuándo el 1 y 2 darán principio a su ejecución? ¿Será tal vez cuando pasado 1, el 2 resulte en su lugar? Mas si esto fuese, ¿cómo se verificaría lo del nº 3 del cap. 19…?” (Currius, carta 988). La carta va dirigida a M. Antonia París con fecha 21 de agosto de 1863. En el lenguaje cifrado de Currius, con el n. 1 se designa a Pío IX y con el 2 a Claret.
[7] La expresión parece proceder de la M. Antonia París, dirigida del P. Currius en sus años de Cuba y, en parte, también tras su regreso a la Península. Él tuvo un papel decisivo en la fundación del convento de Cuba y en el ulterior desarrollo del Instituto, por cuya consolidación trabajó, denodada e infructuosamente, hasta que, en 1879, desavenencias con la Fundadora le apartaron del mismo. Íntimo de Claret, en la época de Cuba frecuentemente mantuvo él la relación epistolar del arzobispo con los Misioneros de Vic. Fue el primero a quien Claret prestó la Autobiografía, permitiéndole hacer copia (EC II, p. 438, 471 y 475s); la hizo en El Escorial, en junio de 1862. Deseó ingresar en la Congregación, pero el P. Xifré puso el reparo de la avanzada edad; no obstante, en su ancianidad fue atendido por la comunidad de la Selva del Camp, donde murió en 1903. Declaró abundantemente en los Procesos para la beatificación de Claret.
[8] JAUME SIDERA, El P. Josep Xifré Mussach. Biografía del Cofundador…Barcelona 2014, vol. 2, p. 353.
[9] La carta se conserva en el Arxiu Claret de Vic, Sec 1-1, serie 3, n. inv. 213. D. Dionisio González de Mendoza, tras años de canónigo en Puerto Rico, en 1856 fue designado doctoral a la sede metropolitana de Santiago, de la que Claret le nombró provisor y vicario general. Al ausentarse Claret a Madrid en 1857, D. Dionisio quedó como gobernador plenipotenciario del arzobispado, hasta la llegada del nuevo arzobispo en febrero de 1860. D. Dionisio regresó entonces a la Península y Claret le nombró vicepresidente del Escorial; fue, durante ocho años, el brazo derecho de Claret al frente de las diversas instituciones erigidas en el monasterio. Siempre interesado por la persona y ministerio apostólico de Claret, dejó una colección de 730 documentos (=Tesoro de Barriosuso) sobre la acción pastoral del arzobispo en Cuba y en El Escorial.
[10] J. CLOTET, Resumen de la admirable vida del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio María Claret y Clará, arzobispo primero de Cuba y después de Trajanópolis, in part infid. Barcelona 1882, pp. 123-315.
[11] Véase dicha carta, de 12 de noviembre de 1870, entre los apéndices a F. de A. Aguilar, o. c.pp. 413-415.
[12] Al parecer el P. Xifré disuadió a Claret de que presentase a B. Vilamitjana y le pareció más apto Ramón Pallarola, canónigo de Solsona (EC I, p. 1639). Presentado este por Claret a principios de mayo (EC I, p. 1570), pronto aparecieron informes negativos sobre él (EpPas II, p. 125) y el mismo Pallarola, que había aceptado, renunció a principios de julio (EC I, p. 1614 y 1627). Claret se ve obligado a iniciar nueva búsqueda; por informes que recibe, dirige la mirada nuevamente a la Seo de Urgel y pide consejo a Caixal: “Algunos me han hablado del Sr. Vidal, de su catedral de V.; pero me dicen que no tiene muy buena pronuncia. Otro, del Sr. Benito Vilamitjana (…). Si alguno conoce a propósito tenga la bondad de decírmelo” (EC I, p. 1640).
[13] Texto reproducido en J. CLOTET, Resumen de la Vida Admirable, p. 168.
[14] D. Carmelo Sala, cuando en 1889 declare en el Proceso Informativo, hará constar: “A consecuencia de una Circular del Emo. Sr. Arzobispo Vilamitjana, último de esta Archidiócesis, manifesté cuanto me constaba y me ocurría en aquel entonces acerca de la vida y virtudes del Siervo de Dios” (PIT, ses. 2, Art. 6).
[15] Ib., p. 168s.
[16] J. CLOTET, Resumen de la Vida Admirable, p. 84.
[17] Existe una reseña biográfica inédita, elaborada por el P. Jacinto García, en AG. CMF. GG., 4,18, y resumen de la misma por el P. Jesús Bermejo en StClaret, PRC, ahora incorporado al Arxiu Claret de Vic. En el Boletín Eclesiástico de Tarragona se publicó en 1900 una amplia nota necrológica.
[18] D. Carmelo pudo conocer a Claret cuando, en los días 11-13 de octubre de 1850, recién ordenado obispo y en viaje hacia Madrid, se detuvo en Valencia y celebró y predicó a los seminaristas. Pero no es probable que el Sr. Sala, que estaría quizá comenzando la carrera, idease ya el propósito de ser algún día su familiar. Francisco Sansolí, siendo aún seminarista (no sabemos dónde, parece más bien vinculado a Cataluña), en octubre de 1852 marchó a Cuba y se puso a las órdenes de Claret, el cual le ordenó presbítero el 5 de febrero de 1854. Al regresar el arzobispo a la Península en abril de 1857, Sansolí siguió inmediatamente el mismo camino. Puesto de nuevo a las órdenes del arzobispo, ahora confesor real, le sirvió como capellán aproximadamente desde enero de 1858 hasta junio de 1859.
[19] Según P. MADOZ, Dicc. Geográfico-Estadístico, vol. IX, en 1850 tenía Játiva unos 13.000 habitantes. Hasta 1833 había sido capital de provincia.
[20] Pedro Llausás fue uno de aquellos seminaristas catalanes que, invitados por Claret (Aut 357), se trasladaron a Santiago de Cuba y allí concluyeron la carrera y recibieron la ordenación. Llegó, con un buen grupo de compañeros, el 6 de febrero de 1855 y fue ordenado presbítero el 1 de julio. En julio de 1858, cuando ya Claret llevaba un año en la Península, emprendió también Llausás su viaje de regreso; llegó a Barcelona en septiembre de dicho año con tres cajones de libros de Claret. Puesto de nuevo al servicio del arzobispo, en el verano de 1859 fue su capellán en La Granja. En diciembre Claret le nombró vicerrector de la iglesia de Montserrat, y en enero de 1861 le envió al Escorial. A los pocos meses se hizo jesuita.
[21] D. Carmelo tiene una notable deuda por el patrimonio de ordenación y además tiene que asistir económicamente a sus padres, a su hermana y a un hermano todavía pequeño. Entre Claret y sus familiares parece haberse establecido un estilo de vida común que no le permite tales ayudas familiares; es algo extraño, pues el propio Claret, desde Cuba, ayudaba económicamente a su padre y al del P. Manuel Vilaró; quizá la redacción de los Apuntes le llevó a revisar la relación económica del obispo con sus familiares.
[22] La amistad entre ambos sacerdotes será duradera y franca. Currius residirá en El Escorial a partir de marzo de 1861, y allí se encontrarán al menos las dos veces al año que Claret va a dirigir ejercicios a los capellanes y seminaristas, y con motivo de otras visitas del Presidente al monasterio. Se conservan, además, de los años 1862 y 1863, cinco cartas de Currius a Sala (llevan en Epist. Curr los números 854, 874, 877, 922 y 940), todas muy familiares, pidiéndole que realice algunas gestiones, compras, recados, envíos postales, avisos, o incluso desahogándose con él de que las Vedrunas, encargadas de las ropas litúrgicas de El Escorial, no son muy diligentes: “díganles que me quejo de ellas que trabajan poco, muchas cosas se eternizan en su casa, y nos hacen falta” (Currius, carta 940).
[23] Cf. EC II, p. 59, y carta de Currius del 8 de noviembre, en EpPas II, p. 392.
[24] En 1866, al pedir al P. Xifré un sacerdote de la Congregación para capellán, le dice: “no pido más que un sacerdote que me ayude la misa y me acompañe cuando tenga que salir” (EC II, p. 1066).
[25] Al parecer esta misión la predica junto con el P. Juan N. Lobo, en otro tiempo vicario general de Claret en Cuba y ahora miembro de la compañía de Jesús (cf. EC II, p. 772 nota); es un signo de que la familia y estilo de Claret son duraderos y expansivos. En junio de 1866, desde El Escorial, escribe el P. Currius: “hace poco vi al P. Lobo, que está mejor que cuando salió de Cuba (…). Está continuamente por toda España de una parte para otra” (Currius carta 1078).
[26] En cambio desempeñará el oficio de secretario de dicha Iglesia, cargo que implica entre otras cosas verificar el inventario cada vez que haya cambio de Rector; así en julio de 1865, cf. EC II, p. 909.
[27] Reseña del viaje en EC III, p. 399.
[28] “Su Sr. Secretario dio también algunas pláticas, y los ejercicios a las educandas” (así consta en la crónica del convento, llamada “Libro de las cosas memorables”, p. 48, e iniciada con la fundación del mismo, en 1852). Por la prensa se sabe que Claret predicó a las Monjas solo el día 21 de julio; seguidamente, mientras el arzobispo lo hacía en otros lugares de la ciudad, D. Carmelo debió de seguir predicando en el Convento de la Enseñanza unos ejercicios a las niñas internas.
[29] EC II, p. 536. Las cartas están en EC II, pp. 536-539; 540-545; 546-549; 554-557; 558-564. De estas cartas se sirvió Claret para redactar Aut 702-705. D. Carmelo es el allí designado como “uno de la comitiva que ha tenido la curiosidad de…”.
[30] Manuscrito en el Arxiu Claret de Vic, Doc 774.
[31] La carta (manuscrito en Arxiu Claret de Vic, Doc 776) fue escrita durante la semana santa de 1864, que duró del 21 al 28 de marzo. Claret solía pasar la semana santa en El Escorial, dedicando los primeros días a dirigir unos breves ejercicios a los sacerdotes y seminaristas, y en los que participaban también su capellán personal y el Hermano o Hermanos claretianos que vivían con él en Madrid. Seguidamente presidía en la basílica las funciones del triduo sacro, que se hacían con gran solemnidad. El 31 de marzo de 1866 escribía el arzobispo: “han venido muchas personas de Madrid y de otras poblaciones para ver tan grandes e imponentes ceremonias” (cf. EC II, p. 990).
[32] Efectivamente, el P. Xifré llegó a Segovia el 7 de abril y estuvo con los misioneros hasta el 16, día en que partió para Madrid (J. SIDERA, El P. Josep Xifré, vol. II, p. 323). Claret tenía informado a Carmelo.
[33] La carta manuscrita se conserva en el Arxiu Claret de Vic, Doc. 776 y fue publicada por el P. Juan Sidera en Arxiu Claret – Vic I (1986-87) p. 114s.
[34] En su discernimiento sobre regresar o no a Madrid, Claret enuncia como argumento a favor “el grande bien que se está haciendo en Rl. Monasterio del Escorial y los daños que experimentaría si me separo de la Corte (EC III, p. 504).
[35] La epidemia apareció a mediados de agosto. El 24 de dicho mes falleció Santa Micaela, que, aconsejada por Claret, había acudido a Valencia unos días antes a asistir a los apestados. Se extendió también a Barcelona y Gerona, lo que obligó a Claret a retrasar su viaje a Roma y luego guardar cuarentena en Livorno; cf. detalles en J. SIDERA, El viaje del P. Claret a Roma en 1865, en Arxiu Claret-Vic 3 (1990) p. 44s.
[36] Debía de ser de salud algo precaria; en septiembre de 1862, en viaje por Andalucía, escribía al P. Xifré: “me siento bastante débil, y los viajes me hacen gran sensación; pero en todo bendigo al Señor” (EC II, p. 539). Aunque en abril de 1864 se encontraba fuerte, predicando en Pozuelo de Calatrava con el P. Lobo (“Ya que V. se halla bueno, puede continuar al lado de su compañero”: EC II, p. 772), pocos meses antes, según en el Libro de Caja de la casa de Claret (MssClaret XIV, p. 118 y 124), tienen que comprarle leche de burra, seguramente por indicación médica.
[37] “A buen seguro que más cuenta le tendrá a un sacerdote el haber sido misionero que no el haber sido canónigo” (Aut 631).
[38] Era uno de los cuatro capuchinos que misionaban en Málaga cuando Claret pasó camino de Cuba y “le hicieron ocupación” (Aut 504).
[39] Abundantes referencias en las cartas de Claret a sus colaboradores de Cuba en 1859; cf. EC I, 1712; 1721; 1724; 1730; “en caso de que usted dudase de la salud del P. Félix, podría…” (ECpas II, p. 168).
[40] En octubre de 1862, al concluir el viaje por Andalucía y Murcia, escribía D. Carmelo: “se han repartido muchos miles de hojas sueltas, opúsculos, Caminos Rectos. En cada uno de los puntos a donde llegábamos, ya encontrábamos una caja que se había enviado de antemano. El peso de todas me parece que asciende a ochenta y cinco o más arrobas” (EC II, p. 564).
[41] Probablemente D. Carmelo Sala, a causa de los desórdenes de la revuelta o por otros motivos, pasó por entonces algunas semanas o meses en su tierra valenciana, pues Claret, en la despedida, le encarga “expresiones al Sr. Arzobispo de Valencia, y después al de Cádiz, cuando esté allá” (EC II, p. 1320).
[42] “Una medida plena, apretada, remecida hasta rebosar” (Lc 6,38).
[43] Carta incluida entre los Apéndices a la mencionada biografía del Sr. Aguilar, pp. 423s.
[44] PEDRO VOLTAS, CMF, Recuerdos sobre nuestro Santo Padre, en Anales de la Congregación 20 (1924) 91-93. El P. Voltas fue célebre por su actividad en Rostov, en 1922, junto con el P. A. Elorz, colaborando en la campaña pontificia por paliar el hambre de Rusia. No figura en el catálogo de la Congregación.
[45]Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Tarragona, 30 de enero de 1898, 25 (1898) n. 27.
[46] Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Tarragona, 26 (1900) p. 612.