Nació en Santo Domingo (Rep Dominicana) el 12 de febrero de 1815. En 1827 emigró a Santiago de Cuba, donde hizo la carrera eclesiástica. Se ordenó sacerdote el 20 de enero de 1839 y seguidamente se graduó en cánones. Hasta 1845 fue capellán del hospital de mujeres, de Santiago. Luego se dedicó al ministerio parroquial, siempre en la capital de la diócesis, primero en la parroquia de la Santísima Trinidad y posteriormente como párroco de término en la de Santo Tomás.
Desde la llegada de Claret a Santiago, Miura fue hombre de su confianza; ya el primer año participó en los ejercicios espirituales dirigidos por el arzobispo a sus familiares. Le llevó repetidas veces como secretario en sus visitas pastorales, y, en diciembre de 1852, le nombró promotor fiscal de la curia diocesana. Miura fue la primera persona a la que Claret informó de la próxima llegada de la M. París y sus compañeras a Santiago, y le encargó la organización de su recibimiento. En 1855 actuó como albacea testamentario de la M. París; en favor de su convento realizó otros varios servicios jurídicos.
Con D. Manuel José Miura Claret parece haber roto sus esquemas negativos sobre la profesión de canónigo. Primero logró para él una canonjía de merced en la catedral cubana (marzo de 1857); posteriormente, por mediación de Claret, Miura obtuvo la dignidad de Chantre (junio de 1863), y por fin la de Deán (julio de 1868). En 1861, con ocasión de la vuelta de la República Dominicana a la corona española, Claret le ofreció proporcionarle una canonjía en su tierra natal.
Regresado Claret a la península, nombra a Miura apoderado suyo y encargado de todos sus asuntos económicos en Cuba. A Miura hay que enviar constantemente la fe de vida de Claret para que pueda cobrar su sueldo de arzobispo, ya titular, ya dimisionario. También le delega para que pueda vender la hacienda de Puerto Príncipe, propiedad personal del arzobispo. Él envía el sueldo puntualmente, ya al P. Claret mismo, ya a D. Pedro Naudó, fidelísimo administrador de la Librería Religiosa y de los asuntos de Claret en Barcelona. Se han conservado unas 80 cartas de Claret a Miura, en las que siempre aparecen esos temas económicos; pero, junto a ellos, Claret le informa de sus ministerios apostólicos y otros asuntos más personales, le da todo tipo de noticias, y saludos para sus hermanas, amigos, etc. Miura, por su parte, comunica al arzobispo cuanto sucede en su antigua diócesis; y, en los repetidos casos de división en el cabildo, forma parte siempre de los incondicionales de Claret.
Desde Madrid, el arzobispo le recomendó, como hombre de confianza, a sus dos inmediatos sucesores, D. Manuel Negueruela y D. Primo Calvo, los cuales también le tendrán en gran aprecio y llevarán como secretario en sus visitas pastorales. Pero con estos nuevos prelados no quiso continuar ejerciendo como promotor fiscal: era servicio exclusivo a Claret y su curia. Por los buenos informes de Mons. Calvo y Lope, en 1868 es nombrado comisario de los santos lugares en la archidiócesis de Santiago, de lo que Claret se muestra muy satisfecho (EC II, p.1252).
En diciembre de 1858 Claret envía a Miura el Plan de la Academia de San Miguel, “que he fundado en esta corte” (EC I, 1693), manifestándole el deseo y esperanza de que dicha institución apostólica también se extienda por Cuba.
Por los años 1865-66 Miura pasa por diversos contratiempos con la salud y tiene que salir al campo a reponerse. En esa situación, Claret le consigue de Roma dispensa para celebrar la eucaristía sin todas las formalidades canónicas, y le desea que esa forma de celebración por las haciendas “haga Dios que sea por recreo y no por falta de salud” (EC II, p 1064). Por entonces le tramitó también la autorización civil para pasar a la península a reponerse (EC II, 1104); pero se curó y no fue necesario dicho viaje. Parece que tanto Miura como Claret lamentaron no tener en Madrid el encuentro previsto.
Claret tuvo con Miura una confianza y amistad muy peculiares. A sus hermanas las distinguió enviándoles desde Madrid un Camino Recto encuadernado como el que usaba la Reina; y las expresiones de afecto para con él son de lo más cordial; en 1867, cuando planeaba hacer un viaje a París y Roma acompañando a la Reina, lo comunicaba a Miura añadiéndole: “si algo se le ofrece, puede V disponer con toda franqueza y libertad, pues que ya sabe que le amo y quiero mucho y además estoy sumamente agradecido a los muchos favores que de V he recibido” (EC II, p. 1160).
De los años 1869-70, estando Claret en los exilios de París y Roma, ya no poseemos testimonio de relación entre estos dos grandes amigos. Desgraciadamente el final de la actuación de Miura en la diócesis cubana fue lamentable. Cuando en 1872, vacante la sede por fallecimiento de Mons. Calvo y Lope, el gobierno de Amadeo I impuso como gobernador eclesiástico a D. Pedro Llorente, D. Manuel J. Miura se adhirió a la causa del intruso y no a la del legítimo vicario capitular, D. José Orberá Carrión, lo cual le valió la excomunión por Pío IX.
Severiano Blanco Pacheco, CMF