ENERO
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1850. Emplaza a D. José Caixal ante el tribunal de Dios si no se deja de otros asuntos para trasladarse a Barcelona y dedicarse de lleno a la Librería Religiosa.
1858. Comunica, todavía con reserva, a sus más íntimos colaboradores que ha propuesto al P. Esteban Sala como su sucesor en la sede de Santiago, ya por sus prendas personales, ya también por ser él de un mismo espíritu que yo.
1870. Congregación General en el Concilio Vaticano I.
LA FUNDACIÓN (1849-1858)
Muerte del P. Esteban Sala
Estando el P. Claret ya en Madrid, fallecía el P. Esteban Sala el 18 de abril de 1858. Poco antes, el 27 de junio de 1857, se habían publicado, con la aprobación del Obispo, las Constituciones del Instituto. A la muerte del P. Sala, la comunidad contaba con una sola casa (Vic), doce Sacerdotes y tres Hermanos ayudantes. Sobre esta realidad mixta de Sacerdotes y Hermanos, es significativo que el 17 de junio de 1855 hubiera 10 Sacerdotes y 3 Hermanos. Las Constituciones de 1857 fueron firmadas por los confundadores (excepto el P. Vilaró, que ya había muerto), 9 Sacerdotes y 3 Hermanos. En su información al Nuncio, el 2 de febrero de 1864, Claret habla de 32 Sacerdotes, 4 Estudiantes de teología y 18 Hermanos. En 1868 (al comienzo de la revolución) había 82 miembros: 36 Sacerdotes, 16 Estudiantes y 30 Hermanos. En 1878, en el primer catálogo impreso, leemos que había: 117 Sacerdotes Profesos y 6 Novicios, 41 Estudiantes Profesos y 62 Novicios, 77 Hermanos profesos y 31 Novicios. Total 334, entre Profesos y Novicios.
Casa de la Caridad
Puerto Príncipe (Cuba)
El arzobispo Claret compró el 8 de enero de 1855 a D. Juan de Dios Arango una finca y un potrero para construir la Casa de la Caridad, Obra social en Puerto Príncipe, Camagüey. D. Paladio Currius cuidaría de su construcción. Cuenta Claret en su Autobiografía (563-564): Para los pobres compré una hacienda en la ciudad de Puerto Príncipe. Pensando en esta Casa de la Caridad redactó el librito Las Delicias del Campo. El Plan de esta Obra social era recoger a los Niños y Niñas pobres, que muchos de ellos se pierden por las calles pidiendo limosna. Y allí se les había de mantener de comida y de vestido y se les había de enseñar la Religión, leer, escribir, etc. Y después arte y oficio, el que quisiesen; y una hora no más cada día, los niños habían de trabajar en la hacienda, y con esto ya se les podía mantener.
El amor a Dios Padre
A este estímulo con el tiempo se añadió otro, que después explicaré, y es el pensar que el pecado no sólo hace condenar a mi prójimo, sino que principalmente es una injuria a Dios, que es mi Padre. ¡Ah! esta idea me parte el corazón de pena y me hace correr como [un desesperado]. Y me digo: si un pecado es de una malicia infinita, el impedir un pecado es impedir una injuria infinita a mi Dios, a mi buen Padre (Aut 16).
Si un hijo tuviese un padre muy bueno y viese que sin más ni más le maltrataban, ¿no le defendería? Si viese que a este buen padre inocente le llevan al suplicio, ¿no haría todos los esfuerzos posibles para librarle si pudiese? Pues ¿qué debo hacer yo para el honor de mi Padre que es así tan fácilmente ofendido e inocente llevado al Calvario para ser de nuevo crucificado por el pecado como dice San Pablo? El callar, ¿no sería un crimen? El no hacer todos los esfuerzos posibles, ¿no sería…? ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Padre mío! Dadme el que pueda impedir todos los pecados, a lo menos uno, aunque de mí hagan trizas (Aut 17).
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL
- ¿Qué lugar ocupa Dios Padre en tu vida espiritual?
- ¿En qué consiste tu amor por él?
- ¿Qué consecuencias tiene tu amor al Padre en tu vida misionera?
- ¿Qué dices tú cuando dices Dios?
- ¿A quiénes y cómo se lo dices?
- ¿Desde dónde hablas?
“¡Oh, cuán bueno sois, Padre mío!
¡Quién acertara a serviros siempre con toda fidelidad y amor!
¡Dadme continuamente vuestra gracia para conocer lo que es de vuestro agrado,
y fuerza de voluntad para ponerlo por obra!”
(Aut 136).